En el estado de Minas Geráis se encuentra una ciudad bautizada como Ouro Preto, fue célebre en el pasado por sus minas de oro y piedras preciosas. Allí los esclavos trabajaban con una secreta esperanza: escapar del tormento.
Las condiciones de trabajo eran tremendamente exigentes, muchos hombres morían por el ambiente brutal, sin embargo, unos pocos conseguían comprar su libertad.
¿Cómo lo hacían?
Engullían oro mientras lo extraían de las entrañas de la tierra, lo tragaban a escondidas. Luego usaban los oficios de algunos sacerdotes que, a cambio de una comisión, oficiaban de intermediarios con los traficantes de esclavos.
Pasaron muchos siglos y aún la humanidad asiste con indiferencia a diversas y sofisticadas formas de esclavitud. Algunas de ellas son la explotación sexual de niños, el consumo de drogas, la promoción de medicamentos para paliar la angustia existencial, el trabajo denigrante de inmigrantes, la limitación de la libertad de mujeres sometidas a dogmas extremos. Son tantas las maneras de sometimiento que se han naturalizado y continúan vigentes en muchos lugares. Esas personas victimizadas igual que los esclavos de Ouro Preto, sufren en silencio, mientras esperan resignadas el milagro de una liberación.
Ya no hay oro, cerca de sus manos.
¿Quién pagará el precio?
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