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Ver a los hijos crecer

LUCY HOP.-

Decir que la maternidad es una montaña rusa, se queda corto. Mientras los hijos crecen, yo envejezco, pero no cambiaría este constante tire y afloje por nada en el mundo. Hace 22 años tuve a mi primera hija. Fue el momento más inolvidable, más lúcido, más conmovedor de mi vida. Hace unos años apareció en la puerta de mi casa "otra hija", una adolescente, cuando mis hijas se convirtieron en adolescentes y después en adultas me di cuenta de que, si bien eran mis hijas, las mismas que vi nacer, poco apoco se fueron convirtiendo en personas únicas, independientes y maravillosas capaces de hacer su vida conmigo o sin mí; de mi depende que decidan tenerme en su vida para siempre.

Llegar a este punto no ha sido fácil, tuve que pasar por la adolescencia de mis dos hijas, y es que de una vez les digo que no es nada fácil, esta etapa es más difícil que parir, esta etapa viene acompañada de ciertas destrezas que las adolescentes adquieren si o sí. Estas destrezas se pueden resumir en tres aspectos muy destacados. El primero, es la capacidad de su globo ocular para ponerse en una posición tal, que sólo se ve la parte blanca, (el famoso "poner el ojo en blanco"). Segundo, la capacidad que tiene de expulsar aire por nariz y boca, al mismo tiempo (el conocido "resoplar"). Eso sí, debo decir que el momento más mágico es cuando el uno y el dos se hacen de manera sincronizada. El tercero, que viene siendo todo un superpoder, duerme de 10 a 12 horas seguidas, sin ningún problema.

El día que hice consciencia de que toda mi ropa, mis cosméticos, mis joyas y mis zapatos se trasladaban de mi cuarto al de ellas, supe que ya no eran las mismas bebés que recibí en el hospital el día que nacieron. Ahora soy mamá de dos personas adultas. Dos personas que conforme fueron creciendo me hicieron ver mi suerte pero que hoy son las dos mejores amigas que dios me pudo haber mandado, y aunque agradezco tenerlas en mi vida, también tuve que pasar por la época en la que para todo había una respuesta una contestación y un "es mi vidaaaaaaaa….". En secreto me río, porque con ellas me toca ser seria y seguir en mi rol de mamá madura, pero la verdad de las cosas es que las nuevas generaciones años vienen con un cableado distinto al de sus padres. Su capacidad argumentativa es de niveles insospechados. Elaboran respuestas con hechos y defienden su autonomía a toda costa. Lo que nos puede, a los padres, confundir y mandar a la lona es que ese nivel de argumentación sumado a las hormonas es una bomba molotov… y el inicio de una batalla tras otra.

Por esto, la adolescencia me resulto angustiosa, miedosa y triste. No por el dolor que ellas hubieran podido sufrir, sino por mi propia incapacidad de mantenerme ecuánime y coherente sin importar la circunstancia. Nada que hacer, a ratos, somos todas adolescentes defendiendo nuestros respectivos territorios de pensamiento.

Hoy viéndolo en perspectiva muchas veces trato de definir lo que significó para mi transitar por su adolescencia. Lo resumo en esto: dos personas que no son. Ni niñas ni adultas que están tratando de entender qué es la independencia, que quieren tomar decisiones solas, que están aprendiendo a poner límites y quieren relacionarse con el mundo, solas. O sea, no es como nos lo hacen creer en las series de Netflix. De hecho, es todo lo contrario: este es un reality donde desde lejos escuchas la voz de la adolescente durante horas en la sala, le preguntas "¿con quién hablabas?" y te contesta: "Con nadie, mamá, estoy en insta o en tik tok."

Y hablando de Instagram y de Tik tok; ya hemos oído todo el daño que hacen las redes sociales, la inmediatez, la posibilidad de caer en contenido sensible o peligroso, sin duda hay que estar al frente del tema. Por lo que yo les recomiendo poner reglas claras en cuanto al uso de estas, las reglas que cada quien encuentre pertinentes según sea el caso, pero reglas cien por ciento.

Ahora, a mi favor debo decir que después de todo lo que vivimos durante su adolescencia, hoy que ya son dos mujeres hechas y derechas puedo decir con absoluta certeza que entre mis hijas y yo hay una relación muy estrecha y de mucha confianza, una amistad íntima y profunda y un deseo permanente por parte de las tres de garantizar que siempre sin importar lo que suceda, ellas cuenten con los elementos necesarios para ver por sí mismas y que todos los días de su vida sean capaces de hacerse responsables de su cuidado emocional, físico y mental.

Me queda claro que soy una señora de 45 años que habla un idioma muy diferente al de ellas sin embargo conforme pase el tiempo y hagan sus propias vidas, estoy segura de que me comprenderán cada día un poco más y que ese grito de "no te necesito, es mi vidaaa" se va a convertir poco a poco en un grito de ayuda, para pedir un consejo, un abrazo cálido, una sonrisa cómplice y un "gracias mamá, porque por ti hoy soy lo que soy".

Me miro al espejo y sí, soy la mamá de dos mujeres que ayer eran adolescentes, hoy tengo mi pelo ya con unas maravillosas canas color plata, unas arrugas en la frente y los ojos que me dicen cada día que ay no soy la de antes pero que soy mil veces más sabia. Sabiduría que es fruto de lo que sufri por no saber a veces cómo ayudarlas, de lo que he llorado porque ya no son mis bebés, de lo que he gritado por el desorden desmedido en su cuarto, por su falta de empatía con su entorno y a veces, muchas veces de su falta de empatía para conmigo, pero luego las veo y sonrió porque sé que tienen todo lo que le pude dar y que es ahora, cuando ellas pondrán a prueba todo lo que yo les enseñe enfrentándose al mundo, ese mismo mundo que yo vivo en silencio y con más mesura.

Soy su mamá y verlas crecer es también verme envejecer, aceptar mis errores, y reconocerme en mis logros. Por eso cada minuto con ellas, incluso cuando los ojos se ponen en blanco, es para mí una satisfacción, no porque sea un logro mío, por el contrario, porque es un logro de ellas. Y yo, con la madurez que me corresponde, le puedo dar el crédito de que están viviendo su vida, plenamente.

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