Hace 4000 años los egipcios, debido al calor extremo y las enfermedades, se maquillaban no sólo pensando en la estética sino en la protección.
¿CÓMO LO HACÍAN?
Se oscurecían los ojos con una línea de color negro llamada Khol. Contenía galena, plomo y agua, esa pasta aplicada sobre los párpados tenía un propósito bien claro, repelía el resplandor del sol ardiente. Al contener plomo en una proporción pequeña, actuaba como antibacteriano y antiséptico. Los egipcios gustaban de usar también ungüentos y aceites para cuidarse la piel y evitar las arrugas. Creían que una piel suave y tersa era altamente atractiva. Para pintarse los labios acudían a una mezcla de ocre y óxido de hierro. El cabello, las manos y uñas eran revestidos con un tinte natural rojizo llamado henna.
Era tan importante la concepción de la estética para ellos, que, al morir, los cuerpos eran enterrados junto con sus vasijas, espejos y elementos de belleza, para continuar viéndose bien en la otra vida.
Desde los egipcios hasta ahora, los seres humanos se han valido de diversas estrategias para pausar el paso inexorable de la degradación que trae la vejez. Todos sabemos que la batalla contra el tiempo es una batalla perdida, no obstante, como los habitantes de las pirámides, hemos aprendido acerca de la importancia de cuidar y amar nuestro cuerpo, el recipiente que nos contiene mientras estamos vivos.
Además, nos hemos dispersado probablemente en retardar el envejecimiento, poniendo énfasis en algunas formas. Hemos olvidado que la belleza se percibe especialmente cuando emana de nuestros ojos, de la mirada. Ella no puede enmascararse ni eludirse. Se transmite cuando nos sentimos armónicos, enamorados, vibrantes, esa belleza es magnética.
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