En 1920 se inició el correo aéreo en EE. UU. Había una razón de peso, los aviones eran más rápidos que los trenes. Sin embargo, tenían problemas para orientarse en la oscuridad y uno de cada diez pilotos fallecía como consecuencia de tener que realizar aterrizajes de emergencia.
Para neutralizar el riesgo surgió una idea, construir una gigantesca autopista de luces en todo el territorio que pudiera verse desde el aire. Se hizo con enormes flechas de hormigón empotradas en el suelo, pintadas de amarillo y balizas de gas instaladas sobre torres. Diez años después, había 1550 torres y flechas, entre Nueva York y San Francisco, completando una ruta de 4231 km. Esa gran inversión tenía sentido ya que la telefonía de larga distancia era costosa y mandar una carta seguía siendo la forma más económica de transmitir un mensaje.
Pocos años fueron suficientes para que la innovación se encargase de asesinar esta idea. Se desarrollaron nuevos sistemas de navegación más seguros. Además, durante la segunda guerra mundial, las torres debieron eliminarse para evitar que los bombarderos enemigos las usaran como guía.
El sistema de navegación GPS las puso en desuso. Aunque todavía están ahí esas flechas de cemento como vestigio del pasado.
El cambio siempre es transitorio, todas las ideas serán superadas por otras ideas que nos recuerden nuestra naturaleza creativa y vulnerable.
Las flechas de hormigón algún día serán flechas de papel.
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