El futuro presidente de EUA, Donald Trump, elige en estos días a sus alfiles para su gabinete 2.0 con la mira puesta en China. Mientras tanto, el presidente chino Xi Jinping visitó Perú la semana pasada para inaugurar el puerto marítimo de Chancay, a 80 kilómetros al norte de Lima. Una obra de 3,400 millones de dólares para hacer del puerto el "principal nodo marítimo de América Latina" bajo el control exclusivo de la naviera estatal china COSCO. Chancay es una etapa más de la Nueva Ruta de la Seda que desde 2014 Pekín impulsa en todo el mundo para conectar sus fábricas con mercados donde colocar sus productos, y con fuentes de energía y materias primas. El nuevo puerto se conectaría con el Corredor Bioceánico a través del Camino Inca. La consolidación de la hegemonía económica de China en Sudamérica. A Trump 2.0 no le gustan estos planes.
La presencia china en América Latina y el Caribe se ha fortalecido en los últimos 15 años. Hace dos décadas, prácticamente todos los países del continente americano comerciaban más con EUA que con China, una forma de mantener vigente la Doctrina Monroe. Hoy la situación es diferente. De los 24 países principales de América Latina y el Caribe, siete tienen a China como primer proveedor y 15 como el segundo. Para diez estados de la región, China está entre sus tres principales clientes. La consolidación de la presencia comercial del gigante asiático se ha dado sobre todo en Sudamérica, pero ha crecido incluso en Centroamérica y México. El creciente intercambio comercial provee a China de materias primas y alimentos, mientras coloca sus manufacturas avanzadas (teléfonos, computadoras, autos de combustión y eléctricos) en un mercado de casi 640 millones de personas. Y no se trata sólo de lo que los países de la región compran o venden a China. La inversión directa o indirecta y la estrategia diplomática son componentes importantes de la visión de Pekín en América.
La inversión extranjera directa proveniente de China en América Latina se ha multiplicado por 17 en los últimos 20 años, y representa aproximadamente el 10 % del total de la inversión del mundo. Pero se ha descubierto que la inversión china no llega siempre por los canales formales y oficiales, de manera que hay un subregistro. Muchas empresas chinas optan por establecer alianzas con empresarios latinoamericanos para ser albergadas como compañías nacionales y no extranjeras. La estrategia se ha impulsado más en los últimos años debido a la guerra comercial iniciada por EUA. Hace una década y media la inversión china llegada a la región tenía principalmente el rostro de préstamos u obras de infraestructura. Hoy se ha diversificado y empresas manufactureras del gigante asiático se internacionalizan para externalizar en Latinoamérica sus procesos de producción con miras a brincar las barreras arancelarias impuestas por EUA y la Unión Europea.
El comercio y la inversión con América Latina no sólo sirve a China en el plano económico. Una de las principales estrategias geopolíticas de Pekín es la disminución del reconocimiento internacional a Taiwán como estado independiente. En el mundo ya sólo quedan 13 países que reconocen a la isla como nación soberana. En América Latina son siete. Los productos baratos y el dinero de China se han vuelto poderosos incentivos para hacer ajustes diplomáticos. El aislamiento de Taipéi es una fase vital en el objetivo a mediano plazo de Pekín para hacerse con el control total de la isla. Las razones son múltiples. Por revisionismo histórico: el gigante de Asia necesita corregir la realidad de la existencia de dos Chinas. Por interés geopolítico: el control total sobre Taiwán es la fase crucial de la hegemonía china en Asia Pacífico. Por cuestión económica: las empresas radicadas en la isla de Formosa son las principales proveedoras mundiales de chips, bienes indispensables para la industria tecnológica global. Por eso a Trump 2.0 no le gusta el aislamiento de Taiwán.
De todos los países de América Latina, el que está en una posición más incómoda entre China y EUA es México. Nuestra nación es la principal socia comercial del titán americano, con quien tiene una relación de privilegio gracias al T-MEC. Pero México se ha convertido también en el trampolín de China para entrar en el jugoso mercado norteamericano. Además, los ingredientes activos que se usan en México para fabricar fentanilo y otras drogas que intoxican a la sociedad estadounidense provienen del gigante de Asia. El comercio y la relación económica entre China y nuestro país se ha fortalecido en los últimos diez años. La guerra comercial ha tenido algo que ver. Las importaciones en México desde China se quintuplicaron entre 2006 y 2022 y ya representan una quinta parte del total de las importaciones mexicanas. Las exportaciones de México a China en el mismo periodo se multiplicaron por 6.5, aunque siguen siendo bajas en comparación con las exportaciones a EUA y Canadá. El nearshoring ha impulsado el comercio, pero, sobre todo, el flujo de inversión. Según CBRE, el 40 % de la demanda de superficie industrial por el nearshoring en México es de empresas chinas. Y de acuerdo con Data México, entre enero de 2023 y septiembre de 2024, China se colocó como el segundo país con más anuncios de inversión en nuestro país, detrás de EUA. A Trump 2.0 no le gusta la creciente relación de México con China.
Por eso la pregunta que da título a este artículo: ¿qué vamos a hacer con China? Trump 2.0 va a aplicar más aranceles a los productos provenientes de China. Canadá hará lo mismo. Washington y Ottawa quieren que México siga sus pasos. En algunos productos, como el acero, ya lo ha hecho. Pero, sobre todo, Trump 2.0 quiere bloquear los productos fabricados en México por empresas chinas. No es difícil suponer que este asunto será uno de los más espinosos en la renegociación del T-MEC, cuyas mesas de consulta iniciarán el segundo semestre de 2025. México está frente a un gran reto, pero también ante una enorme oportunidad. Si nuestro país desea mantener la relación de privilegio con su vecino del norte, necesita establecer reglas claras a la inversión china. Los productos manufacturados en México por compañías del gigante de Asia deberán estar destinados al mercado mexicano y latinoamericano. A la par, se debe ofrecer garantías a la inversión estadounidense con miras a abastecer al mercado norteamericano.
Sin embargo, la principal tarea está en otra parte. México no puede ser sólo un instrumento de los intereses económicos de EUA y/o China. México debe construir su propia plataforma de crecimiento y desarrollo. Sustituyendo importaciones, sí, como ya lo plantea la política industrial del gobierno de Claudia Sheinbaum. Pero, sobre todo, apostando fuerte a la investigación, el desarrollo y la innovación (I+D+i). Nuestro futuro, creo, no puede ser sólo manufacturar a terceros. México debe manufacturar sus propias marcas.
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