Acabamos de festejar haber consumido otra medida del tiempo de nuestras vidas, incluyendo la de nuestros familiares y cercanos; un año más, el 2024, con buenas y malas experiencias, éxitos y fracasos y, en todos los casos, aprendizajes importantes que nos enriquecieron.
Sin duda, apreciar y medir el paso del tiempo ha sido muy importante para los humanos: nos da margen para tener esperanzas, medir períodos de siembra y cosecha, prevenciones para enfrentar el clima y dimensionar la vida que transcurrimos en "años", invento nuestro para comodidad al contar.
Recuerde que decir "años cumplidos", solamente representa una manera de medir consumo y estado físico de la persona, incluidos otros seres vivos. En realidad, nadie tenemos un mismo estado de salud según la edad; por ejemplo, los sesenta años vividos no señalan las mismas condiciones entre aquellos comúnmente llamados sanos y quienes padecen alguna enfermedad, particularmente las llamadas crónicas o degenerativas.
Todos, manifestamos el desgaste físico -envejecimiento- manifestándolo en las condiciones físicas internas o externas, marcando algunas diferencias entre uno u otro sexo, etnia o condición de vida social.
Desde luego que la esperanza de vida se ha incrementado en el mundo y los humanos actuales la estamos disfrutándo con mejor estado de salud y condiciones sociales para vivirla; ahora, es más frecuente coexistir con familiares "mayores", lúcidos y aparentemente sanos.
Vivimos una realidad distinta a la tenida hace unos pocos lustros. Anteriormente les llamábamos ancianos, ahora término inexacto entre la realidad.
Hoy día, se habla de "sexalescentes", personas de 60 años o más, que vivimos con relativa buena salud y tenemos mayores posibilidades para disfrutarla con calidad. "¡Por ti no pasan los años!", halago entre amigos al encontrarse.
El tiempo ha obligado al hombre a pensar sobre su existencia, ya que no queda excluido en la regla universal para los seres vivos: nacer, crecer, madurar, reproducirse y finalmente morir, aunque hoy día se anuncian descubrimientos que pudieran alargar la vida, caso de la descripción de los llamados "telómeros", largas cadenas de aminoácidos que van "recortándose" de sus puntas, manifestando como resultado la vejez. La buena noticia es que ya trabajan en encontrar la forma de evitar esos recortes, que se presentan con los años vividos. ¿Cuáles serán las consecuencias?
En todas las eras del mundo, los filósofos han dedicado tiempo y esfuerzo con uso de su intelecto para intentar definir el tiempo:
Aristóteles lo relacionaba con "la medida del movimiento, lo precedido y lo sucedido"; Platon: "es una imagen móvil de la eternidad (…) incluye el principio y fin de las cosas".
Agustín de Hipona, le daba un sentido trascendente, "lo que fue, es y será";
Immanuel Kant: "la percepción de los objetos, lo que se ve y es, en el tiempo en que se observa".
Para los creyentes Dios es atemporal -sin principio ni fin- y los pensadores cristianos hablamos del "Kairos", tiempo cualificado del tiempo y "Cronos", conteo mundano en años.
Los científicos también se han planteado el reto de poder medir el concepto de tiempo, definiéndolo desde la física tradicional y ahora la cuántica, conceptualizando en bioquímica, hasta la durabilidad de los elementos. Einstein, con su teoría de la relatividad -demostrando que dos gemelos acumulan diferente edad conforme se separan, viajando a distinta velocidad- y la mecánica cuántica -máquina de hadrones-, redefiniendo lo que creíamos eran tiempo y espacio.
Cuando medimos eso que llamamos tiempo, resulta que, para un niño o joven, los años pasan lentamente; los viejos, sentimos que los consumimos rápidamente y ni que decir de los esperanzados, entre ellos los enamorados suspirantes, que sienten que las horas pasan en segundos estando acompañados de la pareja y la espera parece eterna, ante la ausencia del querido.
Los mexicanos medimos el tiempo "con una liga" que estiramos y aflojamos: "al rato", diferente al "ratito"; "ya mero" compromiso de fecha de entrega de una tarea; "ya voy", dicho al desesperado; "no me tardo", para prometer en tiempo y, sin desperdicio: "nos vemos luego".
Para nosotros, las personas comunes y corrientes, transitando nuestras historias regionales, personales y familiares que nos han tocado vivir, no es más que una oportunidad más para el festejo de la vida, razón más que suficiente; la sobrevivencia durante otros 365 días, que conmemoramos con comidas, bebidas -incluya las espirituosas- y muchas tradiciones, como comer uvas, vestir prendas de color, pasear maletas y muchas otras diversiones, comúnmente con apego familiar.
Esperar las doce campanadas que anuncian el nuevo año es, sin duda, un momento de alegría que debemos aprovechar disfrutándolo con los seres queridos y proponiéndonos cambios y superación personal.
En espera del año 2025, que por cierto marca el final del primer cuarto del siglo XXI -otro de nuestros inventos-, le deseo lo mejor: vivir otro ciclo más, rodeado y disfrutando a la familia.
Muchas felicidades.