El presidente colombiano nos profirió una lección que no tenía ni la menor intención de pronunciar: se puso a las patadas con Sansón, digo Trump, y perdió en menos de lo que canta un ganso. Comparado con ese espectáculo, la presidenta Sheinbaum ha conducido esta complejísima relación con habilidad y claridad de propósito. Evidentemente, es muy temprano para clamar victoria, pero el resultado a la fecha, con sus altibajos, no es malo. El problema es llegar a la meta.
Trump es un negociador nato. Su libro describe con minuciosidad su forma de proceder: empuja, amenaza, acorrala y prueba la resistencia de su contraparte. Según la respuesta, contraataca hasta encontrar cómo salirse con la suya. Pero, como describe su libro, su objetivo es ganar, independientemente del tamaño del premio: ataca a diestra y siniestra y, cuando gana, se va a lo siguiente. No resulta muy difícil entender que la manera de avanzar en una negociación con él es dándole espacios para ganar donde el costo para la contraparte no sea prohibitivo.
Una derivada de lo anterior, que me parece sería lo deseable en nuestro caso, consistiría en encontrar la forma de apalancar los proyectos del gobierno con los objetivos (y, sobre todo, recursos) del presidente Trump. El ejemplo más evidente, pero lejos de ser el único, sería la estrategia de seguridad que, luego de tantos abrazos, se ha convertido en una pesadilla para la ciudadanía y un formidable desafío para las autoridades. Mientras que el predecesor facilitaba el crecimiento y consolidación de las organizaciones criminales, éstas se dedicaron a atrincherarse en sus territorios y a pertrecharse con equipos blindados y armamentos cada vez más sofisticados. El poderío de los criminales crece exponencialmente frente a un gobierno enclenque. Más allá de falsos nacionalismos, un apoyo puntual y concertado sería más que útil para un gobierno que, con facilidad, podría ser rebasado.
Cualquiera que sea la opinión que uno tenga del señor Trump, sería un grave error menospreciarlo o subestimarlo. Pero eso es exactamente lo que hizo el presidente Petro de Colombia. En lugar de diseñar una estrategia para lidiar con Trump, inició un ataque retórico dedicado a su base sin reparar sobre las consecuencias. Tan absurda, improvisada y torpe fue su retahíla, que Trump acabó con él en un santiamén. Bastaron unas cuantas horas para que el gobierno colombiano aceptara todo el paquete de condiciones impuesto por el presidente norteamericano. En el lenguaje castizo que tanto empleaba el señor de las mañaneras, se dobló.
Hasta ahora, la presidenta Sheinbaum ha logrado mantener a México a salvo de la arremetida trumpiana. Cualquier cosa que sea lo que está haciendo, le está funcionando. El problema es que el presidente estadounidense no va a quedar satisfecho con acuerdos verbales y la capacidad, además de disposición, del gobierno mexicano para responder a sus demandas no es enorme. La pregunta se torna seria: ¿cómo sacar al buey de la barranca?
Hay dos vertientes clave en este asunto: la interna y la norteamericana. Por el lado interno, la presidenta ha logrado un equilibrio entre su retórica interna y la negociación con Trump. Lo ha logrado esencialmente a través de mantener en secreto los intercambios que se estén dando con su contraparte, mientras que exacerba las arengas morenistas. El problema para ella es que el esquema no es sostenible. Primero, no tardará en notarse la contradicción entre los dos discursos, parte porque lo acordado tendrá que cumplirse y parte porque en algún momento lo que se hable en privado saldrá a la luz pública. Es decir, tarde o temprano, la presidenta tendrá que decidir entre satisfacer a sus bases o construir el futuro, porque las dos no son compatibles, al menos no en el corto plazo. Y es precisamente para eso que sería por demás útil apalancarse en el propio Trump para lograr beneficios tangibles que atenúen la potencial resaca morenista.
La otra vertiente es la norteamericana. Así como sería torpe subestimar a Trump, igualmente obtuso sería desdeñar los contrapesos que caracterizan al sistema político estadounidense. Aunque los republicanos tienen mayoría en ambas cámaras legislativas, cada legislador les responde a sus votantes y muchos de esos ciudadanos son susceptibles de ejercer presión sobre sus representantes. Así es como funciona allá: una estrategia bien diseñada de acercamiento a los distritos relevantes para México -aquellos que viven de la relación bilateral o en donde habitan ciudadanos con vínculos con México- podría desarticular los peores golpes o, en el sentido positivo, influir para alcanzar resultados favorables para México. Cada quien emplea las armas con las que cuenta y México tiene muchas en potencia, pero muy pocas en activo. La primera prioridad debiera ser identificarlas y echarlas a andar.
Einstein decía que "la vida es como andar en una bicicleta. Para mantener el equilibrio hay que seguir pedaleando". El gobierno mexicano, el actual y los anteriores, gozó de las ventajas de la migración y las exportaciones sin resolver los problemas más elementales que enfrenta el país. Ahora es tiempo de pedalearle; la clave radica en encontrar el punto de encuentro con Trump para resolver nuestros problemas y con eso, los de él.
@lrubiof
ÁTICO
La relación con Trump es por demás compleja, pero la presidenta va avanzando; su problema es que es un maratón; ¿cómo llegar a la meta?