Un anfitrión es el que abre su casa a los invitados, los recibe, los trata cordialmente y les da lo que puede para que se sientan a gusto en ella.
El primer anfitrión de la historia, según la mitología helénica, se llamaba así, Amphityrón, pero aquí se lo puse transliterado del griego. Este señor, rey de Tirinto y estratega militar, estaba casado con una mujer bellísima llamada Alcmena, y cuando la vio el voluptuoso Zeus, tuvo ganas de acostarse con ella, para lo cual aprovechó que Anfitrión estaba acampando en un lugar cercano, luego de una batalla exitosa.
Para cumplir su propósito, Zeus encadenó, con encantamientos divinos, a Anfitrión por tres noches consecutivas, sin que ningún mortal se diera cuenta, para alargar su disfrute. Visitó a Alcmena y, asumiendo la apariencia del rey de Tirinto, cumplió su propósito de refocilarse tres días y tres noches con ella. Cuando el verdadero Amphityrón llegó a su casa, la esposa lo recibió con naturalidad, pues, según ella, ya había pasado varias noches gozando de su compañía, en cambio Amphityrón se dio por ofendido debido a la aparente indiferencia de Alcmena, por lo que la persiguió enojado hasta un torreón, al que le prendió fuego para matarla por adúltera. Ahí de nuevo aparece el dios del cielo, es decir, el viento las nubes y el rayo, Zeus, quien ordena a unos cúmulos apagar la lumbre, y luego le hace ver al marido receloso que el amancebamiento se realizó con un ser divino, entonces Amphityrón no solo los perdonó, sino que se sintió orgulloso de la belleza de su cónyuge e invitó al dios a que de nuevo disfrutara de la compañía de Alcmena.
Tal vez usted recuerde la magnífica novela El País de las Sombras Largas. Ahí Hans Ruesch nos cuenta que los inuit o esquimales también son buenos anfitriones, al grado que ofrecen su esposa al visitante para que conviva con ella. Este fenómeno, semejante a la poliandria, es explicado por los antropólogos, quienes afirman que se debe a las condiciones difíciles de sobrevivencia, así limitan el número de nacimientos, pues la familia debe permanecer pequeña, porque, de cualquier manera, el número de muertes de infantes es elevado si hay un exceso de habitantes, y por otra parte, integran genes foráneos a su población para atemperar la endogamia.
De la misma manera, cuando Hernán Cortés y su pequeño ejército llegó a lo que hoy es México, los nativos americanos les ofrecieron mujeres jóvenes a manera de bienvenida, es decir, se preciaban de ser buenos anfitriones.
Por otra parte, le digo que me llena de curiosidad el hecho de que, en los libros y revistas especializadas de medicina, sobre todo de parasitología, se llame huésped al que padece una enfermedad parasitaria, no lo llaman anfitrión porque este último concepto corresponde a una recepción voluntaria y tal vez hasta gozosa de la persona a quien se recibe. Además, el Diccionario de la Real Academia Española consigna los dos significados contrarios de esta palabra, es decir, Huésped designa tanto a la persona que se hospeda como a quien le brinda el hospedaje, lo que puede causar confusión, sobre todo si existe la palabra anfitrión, pero por la razón aquí explicada, entendemos que la palabra huésped puede designar a ambos sujetos, sobre todo si el hospedaje se da involuntariamente.
Dar posada al peregrino es una de las obras de misericordia enseñadas por la Iglesia católica, pero también era un deber para los judíos, pues Yahvé les ordenó que trataran bien al extranjero que habitara entre ellos y lo amaran como a ellos mismos, pues los israelitas habían sido extranjeros en Egipto y ahí sobrevivieron por un buen tiempo.
Para nosotros, el ser anfitrión está más cerca de la cultura semita que de la griega, la náhuatl o la inuit, pues si recibimos a alguien en nuestra casa, es por buena educación y porque queremos que nuestro huésped deje de sufrir las inclemencias de la soledad, el clima y la agresividad de los xenófobos, pero además, de ninguna manera se nos ocurre imitar a Amphityrón, a los inuit o a los mexicas, porque nuestras costumbres son diferentes.