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Aranceles y guerra comercial, una lectura histórica

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

La mayoría de las generaciones que hoy convivimos carecemos de recuerdos vivenciales de un mundo regido bajo una hegemonía distinta a la estadounidense. Y hasta antes de la primera llegada de Donald Trump al poder, el concepto de guerra comercial habitaba sólo en los estudios históricos. A punto de cerrar el primer cuarto del siglo XXI, la hegemonía de EUA ya no es una realidad omnipresente, mientras que la guerra comercial es un hecho consumado del nuevo escenario global. ¿Qué pasó? ¿Qué tiene que ver el declive hegemónico con las guerras comerciales?

Ray Dalio, autor de Principios para entender el nuevo orden mundial, explica que una de las causas por las que los regímenes nacionales y órdenes internacionales sufren períodos cíclicos de crisis es por la pérdida de memoria. Las generaciones que viven en momentos de auge y prosperidad tienden a olvidar las crisis del pasado y subestiman los riesgos presentes debido, en parte, a un optimismo casi ciego en el futuro. Pero, parafraseando a Heráclito, sólo hay una cosa permanente en el mundo: el cambio. La historia muestra cómo toda potencia hegemónica o dominante tarde o temprano se enfrenta a su declive o repliegue. ¿Y qué tiene que ver esto con las guerras comerciales? Más de lo que creemos.

Una guerra comercial es un conflicto económico entre dos o más países que aplican barreras, restricciones y represalias para limitar parcialmente o bloquear completamente el comercio entre sí. Dentro de las armas que los gobiernos utilizan para librar una guerra comercial destacan los aranceles, impuestos que se aplican a las importaciones. Las razones de los aranceles van desde proteger la industria nacional y equilibrar la balanza comercial hasta presionar/castigar a un socio o competidor. Es un juego de suma cero que, al menos en teoría, busca el enriquecimiento propio a costa del empobrecimiento del otro, como se plantea en la Doctrina Miran, de la que hablé la semana pasada en este mismo espacio.

Entre los investigadores históricos que más han estudiado la relación entre las guerras comerciales y las crisis hegemónicas destacan los teóricos del sistema-mundo, como Immanuel Wallerstein, Darío Arrghi, Janet Abu-Lughod, et al. El análisis de la sucesión de las distintas hegemonías económicas en los últimos cinco siglos permite observar que, desde esta perspectiva, las guerras comerciales aparecen como síntomas, a la vez que potenciadores de las transiciones. Y un aspecto interesante de este fenómeno es que las medidas proteccionistas, que suelen confundirse con el arsenal de las guerras comerciales, aparecen durante las etapas de ascenso y de declive de los ciclos hegemónicos.

El proteccionismo y las barreras comerciales han sido herramientas recurrentes de potencias emergentes que, a la postre, desafían a las potencias hegemónicas. Por ejemplo, el imperio neerlandés rompió por la fuerza los monopolios mercantiles del imperio ibérico-genovés en el siglo XVII. El Imperio británico, más tarde, impuso las Actas de Navegación, principalmente contra los neerlandeses, para proteger la primacía inglesa en el comercio marítimo. Incluso Estados Unidos protegió con aranceles a su naciente industria frente a la manufactura británica a fines del siglo XIX y principios del XX. Y en los últimos 40 años, China ha aplicado estrategias proteccionistas encubiertas en su ascenso reciente.

Pero las guerras comerciales también han formado parte de la reacción de los imperios económicos en declive que se ven desafiados. El patrón es evidente en cada caso: las potencias hegemónicas en repliegue, que en su etapa de auge promovieron el libre comercio internacional, tienden a volver a los aranceles y restricciones al ver amenazada su posición de primacía y privilegio. Por ejemplo, el imperio ibérico intentó embargos y exacciones en los Países Bajos. El imperio neerlandés, a su vez, buscó acuerdos para frenar la competencia sin éxito. El Imperio británico estableció el Sistema de Preferencia Imperial tras la Gran Depresión de 1929 para privilegiar el comercio entre las colonias y la metrópoli. Y hoy, el imperio estadounidense bajo presión ha recurrido a aranceles contra China y otros países.

Es común que, en su retórica de justificación de los aranceles, Donald Trump haga mención a las políticas proteccionistas y tarifarias de EUA durante el siglo XIX, como las medidas que le permitieron al país ascender a la cúspide del sistema económico global. El problema con esta visión es que pasa por alto las diferencias entre las realidades de la potencia americana antes y ahora. En la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX EUA era la potencia emergente. Hoy es la hegemonía declinante. Y la experiencia histórica muestra la gran paradoja de las guerras comerciales y las políticas proteccionistas: si bien pueden empujar a los poderes en ascenso, hasta ahora no han evitado la caída de los poderes en descenso.

Hace todavía 20 años el discurso de defensa del libre comercio internacional era enarbolado desde Washington con vehemencia. Ahora, resulta sintomático que sea Pekín quien asume ese rol frente al proteccionismo y los aranceles dictados desde la Casa Blanca. Pero no es este el asunto más intrigante. Hay una realidad histórica que, creo, debe preocuparnos y ocuparnos con responsabilidad: las guerras comerciales han sido el preludio y complemento de conflictos armados internacionales.

La competencia mercantilista entre los imperios ibérico y neerlandés nutrió la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Las disputas arancelarias y navales anglo-holandeses fueron parte integral de sus guerras del siglo XVII, así como las pugnas comerciales anglo-francesas por colonias desembocaron en guerras globales del XVIII y principios del XIX. En el siglo XX, la espiral proteccionista de la década de 1930, conocida como "guerra arancelaria" global, agudizó la crisis y exacerbó tensiones nacionalistas que condujeron a la Segunda Guerra Mundial?.

Debo hacer una importante precisión: no es que los aranceles provoquen por sí solos las guerras, sino que son señales y, probablemente, aceleradores de la rivalidad estratégica. Cuando el orden mundial vigente colapsa, como lo atestiguamos hoy, las probabilidades de un conflicto armado a gran escala se incrementan. En contraste, cuando existe un hegemón fuerte, sin competidores de peso, las disputas comerciales son contenidas para evitar que escalen a niveles más peligrosos.

A la Pax Britannica (1815-1914) siguió una etapa caótica de transición que duró 30 años hasta el ascenso de la Pax Americana (1945-2014). Enfilados al segundo cuarto del siglo XXI, me resulta obvio que nos encontramos en una nueva etapa de caos y transición. Hay quienes ven en el horizonte una nueva Pax Sinica liderada desde Pekín. Pero las posibilidades de que ocurra serán materia de otros artículos.

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