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Basurero con encanto

JUAN VILLORO

Nadie escoge el sitio donde nace pero tarde o temprano nos encariñamos con el escenario donde transcurre nuestra vida. Cuando daba clases en la UNAM, invité a escritores de mi generación a hablar con los alumnos. Una de las novelas leídas fue Señorita México, de Enrique Serna. En un irónico pasaje, la protagonista decide suicidarse; abre el horno y deja que escape el gas; luego se arrepiente y se dirige a la ventana para abrirla, pero su departamento da a Calzada Ignacio Zaragoza: ante ese paisaje, siente nuevos deseos de suicidarse. Cuando analizamos el libro, una alumna dijo que no entendía la reacción de la protagonista. Ella vivía en el sitio mencionado y le gustaba mucho. El sentido de pertenencia modifica el juicio.

En busca de una valoración objetiva se creó la noción de Patrimonio de la Humanidad, que no garantiza que un lugar se preserve, pero anuncia que deteriorarlo es una afrenta. Como las advertencias sirven de poco, también existe el rubro de Patrimonio de la Humanidad en Peligro, al que aspiran sitios tan emblemáticos como el templo Maya Devi en Lumbini, Nepal, donde Buda nació hace cerca de 2,600 años.

Apenas se crea una categoría de prestigio surge otra. Si tienes tarjeta platino, alguien tiene tarjeta titanio. El sitio que no llega a Patrimonio de la Humanidad aún puede ser Pueblo Mágico. Cuando eso falla, queda una nomenclatura no avalada por la UNESCO: Sitio con Encanto.

Ha llegado el momento de buscar nuevas definiciones. Me encontré en la Plaza de Santa Catarina, en Coyoacán, con el historiador Carlos Martínez Assad, vecino del barrio y conocedor de su legado. Mientras hablábamos, el autobús turístico pasó junto a nosotros encomiando la zona. "Sí, nada más que está llena de basura", dijo Martínez Assad. Al otro lado de la plaza, los desechos se amontonaban contra un farallón de piedra.

Hace décadas prosperó una campaña con el lema "Ponga la basura en su lugar". Hoy los residuos se han multiplicado, pero el lugar para dejarlos es esquivo. Coyoacán es un espacio libre de discriminación y, en su mayor parte, también de basureros. La gente se ve obligada a convertir cualquier hueco en depósito de vasos de poliuretano y cáscaras de frutas. En Avenida Pacífico, las oquedades al pie de los postes de luz se han convertido en contenedores de desperdicios.

La plaza principal tiene basureros, pero a la siguiente esquina brillan por su ausencia. Aunque el camión de la basura y los trabajadores de uniforme naranja hacen buen trabajo, son superados por el incesante vertedero.

Los visitantes que llegan de viernes a domingo sólo son parcialmente responsables de esta situación. Coyoacán es un bastión de los elotes y su fragante vapor se alza en todas partes. Es raro que alguien se abstenga de probar uno con crema o el más inventivo elote con chamoy. Estamos ante una gran comida itinerante, hecha para asociar el nomadismo con el chile piquín. Después de varias cuadras, ¿dónde tiras lo que quedó de la mazorca? Martínez Assad tiene la respuesta: "Donde acabas de comer". Ante la falta de depósitos, ese sitio es el piso.

La misteriosa desaparición de los basureros llevó a mi esposa a preguntar al respecto a empleados de la alcaldía. Como en una fábula china, la respuesta fue un enigma superior: "Los tuvimos que quitar porque la gente tiraba mucha basura". Aunque esta declaración no representa una postura oficial, contribuye a explicar nuestro mundo al revés: el bote de la basura no es visto como el fin de los residuos, sino como el imán que los estimula. Siguiendo esta lógica, los hospitales deberían suprimirse para que no hubiera enfermedades.

Todo historiador tiene algo de detective. Con el afán biográfico de entender a los otros por sus desperdicios, Martínez Assad ha seguido la pista a personas que tiran ciertas boquillas o colillas de la misma marca.

Pongamos el asunto en perspectiva: no estamos en el Monte Everest. De acuerdo con el ejército de Nepal, el techo del mundo alberga 140 toneladas de basura. Sacarlas de ahí requiere de especialistas capaces de escalar paredes de hielo.

La solución de Coyoacán es más sencilla. Una opción consiste en resignificar lo malo y declarar que nuestro centro histórico es un Basurero con Encanto. Otra medida es tan paradójica que tal vez sea incomprensible para las autoridades: la mejor manera de acabar con un basurero es que tenga basureros.

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