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COVID-19

Cinco años del impacto COVID-19

La pandemia dejó cicatrices profundas en la sociedad

MARÍA ELENA HOLGUÍN

Un día como hoy, hace cinco años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente como pandemia la enfermedad por coronavirus 2019 (COVID-19), por los niveles alarmantes de propagación y gravedad que en poco más de dos meses había alcanzado en todo el mundo.

El 31 de diciembre de 2019, China anunció que en la provincia de Wuhan había surgido un brote de neumonías, de etiologías desconocidas, con 27 casos y un fallecimiento; cuando la OMS reconoció los alcances del virus, había miles de contagios y casos importados fuera del país asiático.

En México, los datos epidemiológicos refieren que el 27 de febrero de 2020 se registró en la plataforma de salud el primer contagio del virus SARS-Cov-2 (causante de la enfermedad respiratoria por coronavirus), en un paciente masculino que había viajado a Italia; un día después, La Laguna notificaba el caso número uno en una paciente de 20 años, de Torreón, que también había estado en aquel país.

Sin embargo, la misma información de la Dirección General de Epidemiología de la Secretaría de Salud federal, generada meses después, ponía en duda que estos hubiesen sido las primeras manifestaciones de la enfermedad en nuestro país, pues los mismos datos abiertos de esa institución daban cuenta de que entre el 13 y 29 de enero, se tomó conocimiento de cuatro personas con síntomas de COVID-19, entre ellas un joven de 26 años de Torreón.

Algo similar ocurrió con el registro del primer fallecimiento, que según la SSA federal ocurrió el 19 de marzo de 2020 en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), de un paciente de 41 años, pese a que un día antes, el Hospital General de Zona Número 46 del IMSS con sede en Gómez Palacio tuvo la muerte de un masculino de 74 años, que ingresó el día 17 y había sido intubado para recibir oxigenación suplementaria debido a la gravedad de los síntomas. Esto se debió a que la notificación del caso de esta región a la autoridad sanitaria federal, por procedimiento, se hizo horas después.

El 5 de mayo de 2023, la OMS daba por finalizado el estado de emergencia sanitaria internacional, aunque haciendo hincapié en mantener las acciones de salud pública. Desde su aparición hasta entonces, la pandemia de COVID-19 se caracterizó por seis olas de contagios y fallecimientos, que se dieron por un incremento en las actividades sociales o masivas en fechas específicas, por el retiro gradual del confinamiento o bien, por la alta propagación según las variantes del virus.

En ese periodo, nuestro país acumuló más de 7.7 millones de casos, incluidos los casi 350 mil fallecimientos que, en gran medida, se atribuyeron a una estrategia a todas luces fallida por parte del sector salud para atender la emergencia, en un contexto que de antemano ya era crítico por la saturación de las instituciones de salud pública, un alto porcentaje de población sin servicios de salud, entre otros factores.

A nivel local, Coahuila registró 9 mil 81 defunciones y un total de 194 mil 943 contagios; de éstos, 2 mil 14 fallecimientos y 39 mil 700 contagios corresponden a la ciudad de Torreón.

Entre mitos, carencias y desinformación

Ningún país estaba preparado para afrontar la pandemia. Partiendo de ello, cada gobierno implementó acciones, medidas y políticas destinadas a contener los efectos y proteger a su población, con lo que tenía a su alcance.

A nivel colectivo predominaba el miedo. Vino entonces la disposición del aislamiento como estrategia fundamental para detener la propagación del virus, con lo que se dio lugar a la suspensión de actividades no esenciales, el trabajo remoto y la interrupción de las clases presenciales.

Los hospitales priorizaron sus recursos humanos y materiales en la atención de los enfermos por coronavirus y dejaron a un lado otros servicios, y fueron estos los que, al cabo de unas semanas, se convirtieron en el punto neurálgico de la crisis pandémica que dejó al descubierto las enormes carencias de insumos, espacios y personal.

Muchos atestiguamos cómo los familiares de pacientes graves peleaban por una cama de hospital, se formaban por horas para llenar un tanque de oxígeno y de igual modo, había que esperar en la fila y desembolsar el dinero que no había para ser atendidos en los consultorios adyacentes a farmacias o en clínicas particulares, porque ya los centros hospitalarios públicos estaban al tope.

A la tragedia se sumó una política pública vacilante que, desde el gobierno federal, enviaba mensajes confusos a la población: mientras se ofrecían conferencias de prensa diarias que exponían consideraciones generales sobre la pandemia, y con el apoyo de cifras y datos que, según estudios de aritmética de la salud, sólo un bajo porcentaje de los mexicanos podía asumir y utilizar para la toma de decisiones, el entonces presidente, Andrés Manuel López Obrador invitaba a la gente a seguirse abrazando y a usar “detentes” como protección.

Semanas después de la declaratoria de pandemia, la Subsecretaría de Prevención y Promoción de la Salud de nivel federal, lanzó la Jornada Nacional de Sana Distancia, pero tres meses después, con la pandemia en pleno auge, ya se hablaba de una “nueva normalidad”, con la que actividades económicas podían restablecerse según el nivel de contagios por región, a través de un sistema de semáforo.

Mientras a nivel mundial se promovía el uso de cubrebocas como medida básica de prevención, dicha Subsecretaría desalentaba sobre su efectividad, la misma dependencia que una vez disponibles las vacunas, armó una estrategia de inmunización que dejaba fuera a los médicos de instituciones privadas.

A todas estas medidas se suma la desaparición del Seguro Popular, que se anunció en octubre de 2019 y que meses más tarde, con la pandemia en curso, se materializó con un nuevo modelo de cobertura en salud a la población carente de afiliación a instituciones de seguridad social, el Insabi, que no alcanzó a sustituir el esquema anterior, lo que se tradujo en millones de personas sin una opción para atenderse.

El resultado: México fue el sexto país con mayor número de muertes, con un registro oficial de 334 mil 336, sólo por debajo de Estados Unidos (1 millón 170 mil 784); Brasil (704 mil 794); India (531 mil 918) y Rusia, con 399 mil 854 fallecimientos.

Adicionalmente, si bien las redes sociales sirvieron para mantener la comunicación con los seres queridos, también se emplearon para difundir toda clase de mensajes equivocados en torno al virus: se corría la voz de que el dióxido de cloro era la cura milagrosa; que no había que ir al médico al menor síntoma porque “te iban a sacar muerto”, y un sinfín de aseveraciones sin sustento.

¿Quién no recuerda los tapetes y cabinas sanitizantes, o las flechas de entrada y salida sobre el piso de los edificios públicos o centros comerciales? Las indicaciones decían que quienes tenían que salir a trabajar o a hacer las compras, debían quitarse la ropa y zapatos “contaminados” antes de entrar a casa, desinfectar todo cuanto iba en la alacena y, lo más importante, evitar el contacto físico con quienes se resguardaban.

Medidas que aumentaban el estrés y la preocupación, y que con el paso del tiempo se comprobó no servirían de nada para contener la propagación del virus, mientras, por otro lado, aprendíamos algo tan básico como lavar las manos correctamente, no saludar de mano ni de beso y la sana distancia de metro y medio para prevenir el contagio.

Actualmente, el mundo ha aprendido a coexistir con la enfermedad generada por el virus del SARS-Cov-2, que en los referentes estadísticos y en las estrategias de contención epidemiológica está al mismo nivel que la influenza, aunque en su momento, sus efectos fueron mucho más devastadores.

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