En el mundo de las apariencias el ego llena el vacío que deja lo humano, y lo grande y ostentoso eclipsan hasta la grandiosidad del cumplimiento del deber.
En el orden de las mentiras, lo falso suplanta la verdad por exigencia del poderoso o deseo de sus súbditos para asemejarse a este. Hoy parece ser el tiempo de inclinar la cabeza para venerar al ídolo construido con papel moneda y voltearla para rehuir a quien vive y muere sirviendo en el anonimato.
En este mundo donde parece que está en peligro de extinción la vergüenza que debería colorear el rostro del cínico, donde a grandes pasos pierde razón la organización de los hombres en un Estado, las noticias sobre la responsabilidad de sus gobiernos con la vida muchas veces pasan a segundo plano para ceder su espacio a las mentiras y verdades a medias de la casta que sólo trabaja en serio para preservar el poder que la enriquece, aunque abofetee la historia que la originó.
Como quizá es regla de la existencia, el mal, los problemas o las carencias rara vez tienen un solo causante.
Los gobiernos que evaden su fin primario y seres humanos que prefieren la comodidad de las creencias que excusan el uso de la razón, muchas veces alimentan a los medios de comunicación masiva que se suman a esa dinámica aduciendo satisfacer lo que su entorno demanda o aceptando sin luchar la corriente del remolino que hunde lo humano y mantiene a flote lo vano. La noticia que conocí el viernes 17 me impide soslayar la complicidad, culpa u omisión de este último sector, con el cual me identifico.
A manera de ejemplo, recuerdo la experiencia que tuve en la primera década de este siglo con la reportera de un diario nuevoleonés, en ese entonces reputado como referente periodístico, hoy engullido por la creencia del éxito como condición eterna.
Ignorante del interés por lo humano como valor noticioso pasado de moda, compartí con la periodista una historia que supuse digna de la primera plana. Visitaba el estado un hombre que en el pasado se dedicaba a matar semejantes y en el presente trabajaba altruistamente para salvar vidas. Se trataba de un exmarine que en la guerra de Vietnam tenía una macabra misión: cazar guerrilleros acompañado de un francotirador y un perro entrenado para seguir rastros de sangre, tarea que este equipo realizaba de manera especialmente cruel.
De acuerdo con lo que ese personaje me contó, cuando descubrían la presencia de un enemigo, el francotirador disparaba con tal precisión que hería sin mayor gravedad al adversario, con el objetivo de que otros guerrilleros acudieran en su auxilio y trasladaran al lesionado a escondites subterráneos en la selva, ubicación que podía burlar a la fuerza aérea estadounidense, pero no al can que después de cierto tiempo recibía la orden de seguir el rastro. Cuando localizaban el refugio el paso siguiente era masacrar vietnamitas usando un lanzallamas.
Ahora, expliqué a la reportera, ese excombatiente estaba en la ciudad capacitando los binomios caninos de un grupo de civiles voluntarios, para encontrar personas extraviadas o atrapadas en estructuras colapsadas. "¿Y luego? No veo dónde está la nota", expresó la informadora, sin emoción ni interés.
Una vez admitido que el gremio del que formé parte (¿o formo?), no es ajeno al ocaso de lo humano y el advenimiento de una obscuridad en la que sólo brilla la fama y lo superfluo, desahogo mi malestar por el poco valor que parece ser dado a la noticia del fallecimiento del comandante Simón Édgar Alcántara García, integrante del Cuerpo de Bomberos de Jilotepec, Estado de México, en un accidente vial por alcance registrado el viernes 17, cuando abordo de una pipa se dirigía a brindar apoyo en el combate de un incendio declarado en Tepeji del Río, Hidalgo, debido a la explosión de un poliducto en el interior de unas bodegas.
¿Accidente de trabajo? ¿Pago por el privilegio de ser bombero? Posiblemente. Sin embargo, diversas versiones periodísticas indican escuetamente que el mortal accidente fue debido a la falla de los frenos de la unidad que conducía el apagafuegos.
Las fuentes de lo sucedido son medios de comunicación masiva, no conclusiones de autoridades o peritajes. Empero, la sola posibilidad de que esa versión sea verdadera debería llevar hacia la discusión de un asunto insoslayable para todo gobernante: su fin último como protector de la vida, no de su patrimonio o franquicia política.
De la misma manera, esa tragedia debería motivar en los ciudadanos la reflexión acerca del momento en el que la manipulación de la imagen adquirió más importancia que lo relevante a la esencia humana, en tanto que más de un medio de comunicación debería considerar si su compromiso está con las personas o con quienes los usan para tratar de manipularlas.
Llamar hoy "héroe" al comandante Alcántara García y agradecer el espíritu de servicio de los apagafuegos de Jilotepec, no pasaría de ser una manifestación más del mundo de las apariencias, que en este caso disfrazaría la obligación de brindar en el país servicios de bomberos consistentes con gobiernos y sociedades que retomen el valor de la protección de lo humano, finalmente motivo de la formación de ambos entes.