Imposible no percibir la paradoja que caracteriza al gobierno y al México de hoy. Por un lado, tenemos un gobierno que busca (¿y requiere?) del apoyo y la unidad de la población ante un gran reto del exterior. Por el otro, se trata de un partido y gobierno que nació, creció y vive de la división, la polarización y el denuesto sistemático de todo lo que no es Morena. Si a eso se agrega el conjunto de legislaciones, enmiendas constitucionales, destrucción de instituciones clave y el creciente monopolio excluyente del poder, no queda más que preguntar ¿cómo, en ese contexto, pretender la unidad nacional o el desarrollo?
La escena recuerda la frase lapidaria con que Barbara Tuchman inicia su famoso libro La marcha de la locura: "Un fenómeno que puede notarse por toda la historia, en cualquier lugar o período, es el de gobiernos que siguen una política contraria a sus propios intereses". El libro analiza errores garrafales de un gobierno tras otro desde Troya hasta Vietnam donde el común denominador es la incapacidad de desarrollar políticas idóneas a las circunstancias. Movidos por ideología, prejuicios, mala información o cualquier otro sesgo, estos gobiernos resultan incapaces de comprender las circunstancias que enfrentan, llevándolos a caer en equivocaciones aberrantes que minan sus propios objetivos e intereses. Así, concluye Tuchman, "Si proseguir la desventaja después que ésta se ha hecho obvia resulta irracional, entonces el rechazo de la razón es la primera característica de la locura".
No hay ni la menor duda que Trump representa un reto monumental el cual, hasta la fecha, ha sido conducido con habilidad por la presidenta. Sin embargo, eso no excusa las enormes complicaciones en que el propio gobierno y su partido, especialmente el predecesor, han incurrido, todas ellas autoinfligidas, y que limitan su capacidad de acción tanto en el plano económico como en el político.
Por el lado económico, la capacidad de crecimiento está limitada por las locuras fiscales cometidas en el año electoral pasado con el obvio objetivo de ganar la elección a cualquier precio y sin importar las consecuencias, así ardiera Troya, por seguir con la lógica de Tuchman. Mucho más al punto, AMLO optó por ignorar, o intencionalmente no comprender, la razón por la cual se había construido el entramado institucional de las últimas décadas. Es decir, como Trump, se dedicó a destruir sin preguntar, sin interesarse en el porqué o para qué de cada una de esas instituciones, desde la Suprema Corte hasta el TLC, pasando por las comisiones de telecomunicaciones, competencia, energía, transparencia, etcétera. Es evidente que siempre es posible optimizar, hacer más eficiente la estructura gubernamental y reducir gastos, pero lo que se hizo a lo largo del gobierno pasado y que se formalizó en la Constitución al inicio del actual fue irracional desde la perspectiva del desarrollo económico y califica como una locura bajo el cartabón de la autora citada.
Por el lado político la cosa no ha sido mejor. Morena logró su objetivo de monopolizar al poder legislativo, así fuera violando la legislación y normativa vigente, y va camino a subordinar y controlar al poder judicial, con lo que tomará control prácticamente absoluto de la estructura del Estado. Además, toda la estrategia es excluyente, como si no existiera, al menos, el 40% de votantes que optaron por otras corrientes políticas o por una estructura institucional distinta. Todavía está por dilucidarse cuál será la relación entre partido y gobierno, pero de que será un monopolio no queda duda. El electorado así lo avaló, por lo que nadie puede disputar la legitimidad de los comicios, pero eso no niega la contradicción existente entre ese monopolio y los objetivos de desarrollo que ha planteado el gobierno. No es casualidad que el país prácticamente no haya visto nueva inversión del exterior y muy escasa la del empresariado nacional. Cuando las condiciones son tales que desincentivan nuevos proyectos, el país se ha quedado con la reinversión de utilidades, pero sin prospectos nuevos para el crecimiento que ambiciona la administración. No ver, o no querer ver, la contradicción es otra faceta de esa misma locura.
Así estábamos antes de que arribara Trump a la presidencia de su país y ahora hay que lidiar con las locuras que vengan de allá, pero es imposible pretender "unidad nacional" cuando no hay ni la menor intención de corregir el rumbo en lo político, especialmente su dedicación a la exclusión de casi la mitad del electorado, o de construir condiciones propicias para atraer inversión por el lado económico. A final de cuentas, la apuesta al crecimiento por vía del consumo depende de que la economía crezca con celeridad, pues de otra manera la brecha fiscal crecerá aún más, poniendo al país ante riesgos que generaciones anteriores conocimos como crisis y que no son encomiables para nadie.
Las crisis, dice el viejo proverbio chino, son una mezcla de peligro y oportunidad. El diestro manejo respecto a Trump sugiere oportunidad, pero el pésimo manejo respecto al futuro del país entraña riesgo. Lo último que queremos es caer en una crisis; mejor saltársela para arribar directamente a la oportunidad, pero eso requeriría acabar con las locuras autoinfligidas.
@lrubiof
Ático
Trump entraña un gran desafío, pero aquel autoinfligido por Morena no es menor, por lo que el panorama seguirá siendo complejo.