INTELIGENCIA EMOCIONAL Y REDES
Por cuestiones de trabajo mantengo contacto continuado con las redes sociales. Hay un fenómeno que, no por frecuente ha dejado de sorprenderme: El grado de agresión que se da entre internautas. Tal vez sea equivalente al que ocurre en la calle, pero, en este pequeño espacio digital, se aprecia de manera más concentrada. Vale la pena detenernos a reflexionar su significado en el contexto de nuestra sociedad.
En línea existen diversos foros en los que un participante puede formular preguntas respecto al tema que se maneja. Destaca la participación de quienes intentan responder en forma puntual, así como la de quienes actúan con una carga de agresividad bastante marcada. En fechas recientes, dentro de un grupo de Facebook sobre viajes, una chica subió una fotografía de su mamá, ya finada, en algún lugar de Roma. Como hija, interesada en la biografía materna, pregunta a los participantes de qué sitio se trata. Afortunadamente comenzaron a llegar muchas respuestas bien intencionadas, pero no faltó alguno que contestó en tono de mofa. Pareciera que quien publicó esa respuesta, por cierto, en forma anónima, reaccionó de modo irracional, puesto que debe de tener madre, y si hubiera razonado un poco las cosas, se habría abstenido de una respuesta así.
Con qué facilidad las redes sociales se convierten en una especie de palenque: Se definen los bandos, se cocorea a unos y otros y comienza la acometida. Los participantes son de mecha corta y de inmediato sube el tono de las expresiones. Lo que pudo ser una diferencia de opiniones, no pocas veces avanza hacia ofensas directas de otro tipo, en ocasiones con alusiones al árbol genealógico. Ello pone en evidencia qué poco sabemos salir a defender nuestros puntos de vista frente a quienes opinan lo contrario. Y, peor aún, en ocasiones queda visto que hay quien participa y ataca sin siquiera entender bien lo que está defendiendo.
Una vez más se demuestra la importancia de fomentar en nuestros niños y jóvenes el desarrollo de la inteligencia emocional, a sostener un punto de vista con fundamentos, contender civilizadamente y aceptar en caso de una derrota. A sustituir esos arranques impertinentes por razonamientos lógicos, para tratar de demostrarlos por la vía del diálogo.
Viene a mi mente un concepto que maneja mucho la psiquiatra española, autora de varios libros, Marian Rojas Estapé, que a falta de sentimientos nos inclinamos por las sensaciones. Combinando lo antes dicho con esta idea iluminadora, podríamos decir que las redes sociales se convierten, para quien no está muy contento consigo mismo y con la vida, en un ring a donde ir a soltar puñetazos y patadas verbales, ante la incapacidad de hallar concordia con sus propios sentimientos.
¡Qué importante detectar a esos internautas, y de preferencia evitarlos! De igual manera, qué necesario aprender a no sentirnos afectados por sus acciones. A contenernos, respirar hondo y no caer en el juego de la violencia. Recuerdo ahora un cuento corto de Gibrán, respecto al hombre agresivo que va y echa basura al frente de la casa de su vecino. Cuando a este último le preguntan qué opina de ello, sabiamente responde que el agresor solamente puede dar lo que tiene.
Hay que decirlo, en estos tiempos cuando los jóvenes tienden a aislarse del mundo real y se centran en el virtual, los comentarios lesivos tienen un mayor impacto. Tal vez suben algún contenido o cierto comentario con la expectativa de ser bien acogido, y sucede todo lo contrario: O se burlan de él, o lo descalifican, o lo ignoran. Cualquiera de estas respuestas a su participación llega a hacer mucho daño. Y justo, por falta de una sana inteligencia emocional, podría hasta abatirlo.
Lo más sano para nuestras jóvenes generaciones, es enseñarles que, por su propia salud mental, limiten el tiempo frente a pantalla. Y cuando utilicen redes sociales, que lo hagan conscientes de que van a encontrar personas que actúan de muy distinta manera. Y que cuando alguno, en particular parapetado en un perfil anónimo, agrede, no vale la pena tomarlo en cuenta.
Advertir a los niños y jóvenes que, si bien, la tecnología es maravillosa, vale la pena tener presente que nunca va a sustituir las relaciones presenciales. Que hay que fomentar y cuidar los afectos auténticos fuera de la pantalla, y saber interpretar en la justa medida lo que se encuentra en el mundo virtual.
Para fortuna de todos hay internautas cuya actividad, siempre proactiva, da cuenta de un espíritu en paz consigo mismo, dispuesto a aportar. Enfoquemos nuestra atención en ellos, ignorando a los atrabiliarios, al tiempo de pedir al cielo que les conceda sanación interior y paz con ellos mismos.
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