Insistir en la fidelidad eterna es la muestra más clara de la necesidad del distanciamiento. Claudia Sheinbaum se ve obligada a decirlo casi a diario: no romperé con el presidente (todavía lo llama así) López Obrador. Es el mejor presidente de la historia; somos parte del mismo proyecto. El barco que heredó hace agua por todos lados, pero ella repite que no necesita reparación alguna.
La continuidad es la marca de la administración de Sheinbaum. Su política es reiteración de la política inaugurada por su antecesor. Reiteración de sus fórmulas y sus frases; reiteración de sus políticas y sus estrategias; reiteración de sus planes y reflejos. En el gobierno anterior está el manual de comunicación y el instructivo ante cualquier crisis. Ahí está el desprecio a la crítica y el ninguneo, la convicción de que los adversarios políticos internos no merecen ni ser vistos. Pero más grave que la insistencia en el camino trazado por López Obrador es la dependencia de la coalición formada por él. Las prioridades del gobierno, el itinerario de la administración ha sido marcada por la coalición mafiosa del nuevo régimen. El escándalo que levanta la afiliación de los Yunes o los Murat al partido oficial es absurdo. Como si fueran los primeros pillos que trepan al lopezobradorismo. Es curioso que provoquen escándalo esas dos credenciales y se pase por alto la trayectoria de tantos y tantos legisladores, gobernadores, alcaldes y ahora jueces del oficialismo. ¿Indigna que el exgobernador de Oaxaca se afilie a Morena, pero no que el exgobernador de Tabasco que, de acuerdo a su sucesor, entregó su estado al crimen organizado sea coordinador de los senadores del partido oficial? La exigencia ética es, si acaso, un resorte ocasional del nuevo régimen. Se pueden activar los órganos de vigilancia del partido para revisar el ingreso de un panista que cambia de camiseta, pero se mantiene dormido ese mecanismo para examinar todos los indicios de pacto entre el gobernador de Sinaloa y el crimen organizado.
La corrupción no está en los márgenes del nuevo régimen: es su médula. El único PRIAN que está vivo en este momento está dentro del partido oficial. El PAN y el PRI están prácticamente muertos, solamente dentro de Morena pueden encontrarse a panistas y priistas activos. En ese partido caben todos: los panistas de peor reputación, los bandidos del PRI y los sátrapas sindicales. Por eso no puede sorprender a nadie el reporte más reciente de Transparencia Internacional que exhibe el gravísimo retroceso en materia de lucha contra la corrupción. Después de unos años en que parecía que la popularidad del gobierno ayudaba a limpiar su imagen, el país ha dado pasos hacia atrás. En la boleta de percepciones México obtuvo una calificación de 2.6. Si la máxima calificación es de 10 en esa escala, nuestro país no alcanzó ni el 3. Estamos peor que al final del gobierno de Peña Nieto. México está en los últimos lugares del mundo en materia de corrupción. De 180 países evaluados, nuestro país se ubica en el lugar 140. No hay nadie peor en el club de la OCDE y pocos en el espacio latinoamericano debajo de nosotros. Solamente Guatemala, Paraguay, Honduras, Nicaragua y Venezuela están peor que México.
La estrategia de López Obrador fue el sermón. Catecismo todas las mañanas y una vanidosa ostentación de austeridad. Los resultados de esa prédica que desprecia las reglas y que detesta las instituciones están a la vista. Cuando se piensa que la administración debe ser un cuartel de leales y se desestima la preparación del servicio público, se tienen esos resultados. No podría haber sido de otra manera. Menos aún si se da rienda suelta al capricho, si se depositan carretadas de dinero en el ámbito más opaco de la administración que es el ejército si la obra pública se brinca la exigencia de los concursos para asignarse directamente a los favoritos.
El gobierno que se propuso la regeneración moral del país no solamente fracasó en su empeño de moralizar la vida pública. Sus resultados dieron como resultado mayor opacidad, mayor discrecionalidad, mayor corrupción. Y no hay razón para imaginar que las cosas pueden mejorar con una presidenta que nos llama a confiar en que el gobierno será el vigilante de sí mismo.