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Cuando el Estado se difumina entre aranceles y amenazas

MAURO SOTO RUBIO

Nunca como hoy ha sido más importante comprender el concepto de Estado y el papel que éste ha jugado en el desarrollo económico de una sociedad. Por mucho tiempo nos hicieron creer que la globalización, entendida como el proceso de supresión de las barreras comerciales y la creciente integración de las economías nacionales (proceso en franca reversión), incrementaría sustancialmente el bienestar de los países llevando mejores empleos, productos y servicios por el mundo. Sin embargo, esta promesa jamás llegó, entre otras razones, porque fue una carrera que los países iniciaron desde distintos puntos de arranque en la pista del desarrollo.

El Estado mexicano acaba de “ganar” un mes de suspensión de los aranceles recién anunciados por el presidente Trump, gracias a que cedió a las demandas de detener el flujo de personas y de sustancias ilícitas desde nuestro lado de la frontera. Indudablemente la alternativa de una batalla arancelaría no era mejor. Pero más allá de rasgarnos las vestiduras con lamentos patrioteros, no puedo pensar en una llamada de atención más seria y oportuna que nos obligue a mirarnos al espejo y reflexionar profundamente sobre cómo llegamos aquí y lo que podemos comenzar a realizar por y para nosotros.  

El concepto y las funciones atribuidas al Estado han evolucionado, pero sin duda se pueden encontrar elementos comunes que le dan sentido y razón de ser a su prevalencia como forma de organización política a una sociedad. Ya sea por el bien común (Aristóteles), por el miedo colectivo (Thomas Hobbes), por un contrato social (Rousseau), por la garantía de la propiedad privada (John Locke), por organizar la cooperación social (Hermann Heller), por normar jurídicamente las relaciones sociales (Hans Kelsen) o por un larguísimo etcétera, el Estado no se entiende si no fomenta, genera, propicia o impulsa el bienestar de sus habitantes. 

El Estado es el poder institucionalizado, pero este poder ha sido concedido por sus ciudadanos no para “jugar” ocasionalmente a las elecciones y que cambie de manos cada cierto tiempo. No pretendo construir un argumento naif que ignore la naturaleza de la lucha por el poder y el ejercicio del mismo, pero incluso Maquiavelo escribió hace más de 500 años que un Estado bien organizado debe buscar tanto la confianza de los poderosos, como la satisfacción del pueblo.

El Estado mexicano es constitucionalmente producto de un pacto federal, en el que cada entidad decidió unirse al mismo, por lo que su responsabilidad no debe ser obviada. No obstante, hoy estamos transitando por un sistema político de partido dominante con el poder suficiente para iniciar el proceso de cambios sustanciales y de largo aliento. Me temo que un Plan México sin recursos servirá de nada o muy poco, por más plausibles que sean varios de sus objetivos. El rezago en México es dolorosamente grande en todos los factores que inciden en el desarrollo de una economía: educación, inversión pública y privada, empleo y desarrollo tecnológico.

Ninguno de ellos es atendido de raíz por el Plan México.

Parafraseando al economista, sociólogo y filósofo Max Weber, solamente aquellos con la suficiente pasión y responsabilidad podrán poner sus manos sobre las ruedas de la historia. Se tiene la oportunidad y el poder para mover la rueda de la historia del país, ¿qué nos falta?

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Escrito en: Columnas Mauro Soto Rubio

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