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GERARDO HERNÁNDEZ

Claudia Sheinbaum es una mujer de izquierda como otras que intentaron alcanzar el poder sin conseguirlo (Rosario Ibarra, Cecilia Soto y Marcela Lombardo). La responsabilidad que la primera presidenta del país carga sobre sus hombros es monumental. Las dudas de si México estaba preparado para que una mujer lo gobernara tenían un tufo machista. La cuestión no tardó en zanjarse. La jefa de Estado y de Gobierno ha convencido a tirios y troyanos. Por su trayectoria en el mundo de la ciencia y la política, y su templanza para afrontar a su homólogo estadounidense, Donald Trump, se la considerada una de las líderes más influyentes del mundo. Sheinbaum es la continuadora de la 4T, pero en estilo difiere del de su mentor, Andrés Manuel López Obrador.

La presidenta ha sostenido el ritmo de su predecesor: recorre los estados los fines de semana y en las ruedas de prensa marca la agenda política, fija posturas, informa sobre la marcha del país y replica a sus detractores. «Las mañaneras del pueblo», como fueron rebautizadas, cambiaron de tono. Ya no se usan para pelear con la prensa conservadora ni con los críticos de la 4T. AMLO lo hizo para ajustar cuentas, aunque muchas veces se excedió. En una conferencia zarandeó a las vacas sagradas del periodismo y de la intelectualidad. En el sexenio de Peña Nieto -reveló-, columnistas, presentadores de noticias y escritores recibieron más de mil millones de pesos. Incluso llegó al extremo de ventilar los sueldos de Jorge Ramos y León Krauze (Univisión) y Carlos Loret de Mola. Tampoco dudó para enzarzarse con The New York Times, el Washington Post y The Economist.

La relación de los medios de comunicación con el Gobierno federal dejó de ser, en general, ríspida y tirante. No solo por el trato que reciben ahora de la presidenta, sino también por el contexto político. El país no experimentaba un cambio radical desde hace mucho tiempo. Las alternancias previas fueron más bien cosméticas. Sheinbaum es una presidenta legitimada y fuerte. Tener mayoría calificada en las dos cámaras del Congreso aumenta su poder y le permite continuar con la agenda reformista iniciada por AMLO. Morena y sus aliados controlan la mayoría de las legislaturas locales y gobiernan 24 estados. Las oposiciones, entretanto, siguen en el limbo. El PAN y el PRI no dan pie con bola.

También la relación entre el sector privado y la presidencia de la república entró en una nueva dinámica. El cambio obedece a dos factores: la apertura de Sheinbaum y la guerra comercial lanzada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, contra el mundo. Lo que ayer era confrontación, hoy es alianza. Los aranceles suponen un riesgo enorme para la economía e industrias estratégicas como la automotriz, no solo de México, sino de América, Asia y Europa.

La presidenta Sheinbaum y su equipo han conseguido concesiones del Gobierno de Trump que otros mandatarios no han logrado. En Canadá, la presión obligó al primer ministro, Justin Trudeau, a dimitir tras 10 años en el cargo. Sheinbaum ajustó el Plan México a las nuevas condiciones. La propuesta de crecimiento interno ha infundido confianza a los inversionistas y sumado también a los gobernadores del PAN, el PRI y Movimiento Ciudadano. En Estados Unidos, supuesto beneficiario de la política arancelaria, Trump ha unificado a empresarios, iglesias, ciudadanos blancos y minorías étnicas, pero en su contra. El imperio es un hervidero.

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