Las cuevas en las que se depositaron “bultos mortuorios”, fueron localizadas en varias regiones del estado de Coahuila de Zaragoza, lo que nos da lugar para confirmar que en el estado de referencia, así como en la región lagunera, se establecieron grupos de indígenas prehispánicos, que aunque se dedicaron mayormente a la caza y recolección de frutos y verduras, sin que dejaran vestigios arqueológicos de su estancia en estas tierras por sus actividades, pero sobre todo, por su forma de sepultar a sus parientes, han sido reconocidos habitantes del estado.
Se tiene registrado que desde el tiempo de la colonia, se conocieron e identificaron varias cuevas mortuorias que se encontraban en nuestro estado de Coahuila, esto a partir del año de 1645 y para el año de 1778, el padre Juan Agustín de Morfi, dio a conocer que un capitán español, quien le informó que al norte de Coahuila se descubrió una cueva en la “Sierra del Carmen”, con un gran número de indios de la época, quienes se encontraban envueltos en petates bien elaborados.
En el año de 1838, se dio a conocer que en una cueva en la “sierra mojada”, se hizo el descubrimiento de una cueva en la cual se encontraron numerosos restos mortuorios, y en el año de 1848, se dio cuenta de dos cuevas mortuorias localizadas, una de ellas cercana al poblado “del coyote” y posteriormente en 1880, un botánico inglés encontró cuatro cuevas ubicadas entre el poblado “El coyote” y la ciudad de Monclova, las cuales aparecieron ya saqueadas, pero aún se pudieron conservar bultos mortuorios cerrados.
En los años de 1953 y 1954, en el valle de las delicias, Coahuila, se encontró la que ha sido considerada como la cueva más importante, localizada en la región lagunera del estado de Coahuila, la cual se le conoce como “Cueva de la Candelaria”, y en el año de 1958, fue investigada y explorada en consecuencia por antropólogos y geólogos, en la cual se encontraron 200 envoltorios mortuorios y en Sierra Mojada, aproximadamente 1000, en la cueva de Paila se encontraron 30 envoltorios mortuorios, los cuales constaban de un “esqueleto flexionado”, el cual estaba envuelto en una tela o manta elaborada en fibra de yuca o agave y amarrado con un nudo, así como en su cabeza “un turbante o candelaria, sandalias de fibra de yuca, collares de hueso, cuchillos de pedernal, lascas, entre otros objetos.