“Gracias a la vida, que me ha dado tonto”. Así cantaba una cierta comadre nuestra señalando a su marido. Sonreía el interfecto sin sonreír mucho ante la mucha risa de quienes oíamos la singular versión de la señora. Por su parte este amigo mío entona ante su copa, con voz no muy entonada, la canción de Parra: “Gracias a la vida, que me ha dado tinto”. A mí la vida no me ha dado tente. Quiero decir que la he vivido sin freno, aunque también sin desenfreno. Le decían a mi paisano saltillense Valle Arizpe: “Oiga, don Artemio: usted ni fuma, ni bebe, ni nada”. Aclaraba él de inmediato: “No: ni nada sí”. La vida que me dio el Misterio la he vivido plenamente en cuerpo y alma. Con arrepentimiento digo que de nada me arrepiento. Mis culpas han sido de buen amor y sin intención maligna. Por tanto, creo, no son tan culpables. Eso sí: cuando llegue el día del Juicio Final y los pecados de cada quien sean leídos en público de la gente, con traducción simultánea para conocimiento de todas las naciones, procuraré esconderme atrás de un señor gordo por ver si así paso inadvertido a la mirada del Supremo Juez, a quien imagino severo y riguroso por causa de los predicadores que pusieron miedos en mi infancia, lo cual es grave crimen. Quien siembra temor en vez de sembrar amor no tiene perdón de Dios. Advierto, sin embargo, con alarma, que me estoy extendiendo en hablar de mi persona. El yo, yo, el diablo lo inventó. No quiero ser como Jactancio, que le decía a la linda chica con quien conversaba: “Pero ya hemos hablado mucho de mí. Hablemos ahora de ti. Dime: ¿qué piensas tú de mí?”. A lo que voy es a decir que yo -otra vez yodebería vivir dando gracias a la vida, esa señora que por igual reparte dones y tolondrones. Sucede que hace unos días me llegó una carta que a la letra, entre otras letras, dice: “Su compromiso es encomiable, ya que ha tocado la vida de tantas personas. Desde el proyecto más pequeño hasta la empresa más grande, sus muchos años de servicio han marcado una diferencia increíble en su comunidad”. La misiva, enviada desde Oak Brook, Illinois, la firma el señor Fabricio Oliveira, Presidente mundial de Lions International. La carta fue leída en un acto inolvidable para mí durante el cual recibí además una bella placa con esta dedicatoria: “La Organización Internacional de Clubes de Leones, y el Club de Leones de Saltillo se enorgullecen en otorgar el presente reconocimiento a don Armando Fuentes Aguirre, Catón, por sus 25 años como Socio Honorario de este Club. Cronista de nuestra Ciudad, connotado coahuilense y destacado columnista a nivel nacional, entregamos esta placa a quien es honra de la tierra que lo vio nacer”. Y suscriben la presea el licenciado Jesús Villarreal Reyna, el licenciado José Antonio García Dávila y el ingeniero Luis Flores Recio, Presidente, Secretario y Tesorero, respectivamente, del Club. “Nosotros servimos”, es el lema de los Leones. En mi ciudad han llevado a cabo, desde hace más de ocho décadas, una noble labor en bien de quienes más lo necesitan. La historia de Saltillo no podría escribirse sin mencionar la amplia y generosa aportación que han hecho tanto los señores Leones como las Damas Leonas, cuya participación en esas tareas de beneficio colectivo ha sido igualmente memorable. Para mí es un honor ser Socio Honorario del Club de Leones de Saltillo. En la corta medida de mis posibilidades me esforzaré por merecer esa distinción. El tema de esta columna, entonces, no fui yo: es el leonismo, que tanto bien hace en mi ciudad, en México y en todo el mundo. Para los Leones, pues, sea el honor con que me honraron. FIN.