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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

“Me tiemblan las piernas” -le comentó la recién casada a su romeo al empezar la noche de bodas. “Es natural -le dijo él-. Al rato van a tener que separarse”. “Y quitarás, piadoso, tus sandalias / por no herir a las piedras del camino”. Esos versos son de Enrique González Martínez, a quien los animalistas de hoy condenarían por incitar a sus lectores a torcerle el cuello a un cisne. Animalista, ambientalista y ecologista era cierto individuo que en una conferencia declaró que cuidaba tanto a las criaturas del Señor que se ponía sendas campanitas en los tobillos para avisar a las hormiguitas y otras pequeñas criaturas del campo que iba a pasar, de modo que pudieran apartarse oportunamente, no fuera a ser que las pisara. Tanto amaba a la vida, añadió el tipo, que era padre de 15 hijos. Una señora le comentó a su vecina de asiento: “En otra parte debía ponerse las campanitas el cabrón”. (Nota. Un ambientalista es un tipo que escucha el relato de la tragedia del “Titanic”, donde perecieron más de mil 500 personas, y al final pregunta: “¿Y qué daños sufrió el iceberg?”). Voluntariamente a huevo, si me es permitida esa expresión plebea, la Presidenta Sheinbaum entregó a Trump una treintena de delincuentes de la droga que dejan ahora la costosa comodidad de que gozaban en prisiones mexicanas para ir a afrontar las peligros existentes en las cárceles del otro lado, y algunos de ellos la posibilidad de la pena capital. A pesar de que el tributo no lo entregó la mandataria motu proprio, es decir por su propia voluntad, sino constreñida por la amenaza arancelaria del mastodonte yanqui, aplaudo -y con ambas manos, para mayor efectola determinación de la doctora Sheinbaum, pues implica el abandono de la actitud benevolente con que López Obrador trató a los criminales, hasta el punto de mostrarles respeto y consideración. Esperemos que el insaciable Trump se dé por satisfecho con el don propiciatorio que le hizo su tributaria del país del sur, y que entienda la postura de su homóloga, que puede resumirse en la fórmula que a una de las varias especies de contratos aplicaban los juristas de la Roma antigua: do ut des. Te doy para que me des. En este caso la entrega de esos narcos, haiga sido como haiga sido, se hace para frenar, siquiera sea temporalmente, las irracionales embestidas de Trump contra México. Aplausos, pues, para la Presidenta, quien parece haber mandado a La Chingada la nefasta política abrazadora implantada por su predecesor, trágica omisión que permitió a la delincuencia organizada ocupar en muchas partes de la República los territorios que dejó vacantes el gobierno desorganizado. “¡Y de blanco, queridos!”. Esas palabras nos dijo con orgullo en el atrio de la Catedral, al salir de su misa de bodas, una amiga nuestra de juventud, fácil de cuerpo -nuestra amiga y nuestra juventud-, atractiva muchacha de quien se prendó un cierto señor de edad madura, viudo, que la desposó por todo lo alto. El albo atuendo nupcial de la feliz casada ni siquiera llevaba las muy discretas notas de color prescritas para el vestido de las novias que habían tenido ya trato de cama con varón. Recordé a aquella amiga a propósito de la damisela que llegó vestida de novia al hotel en compañía de su flamante marido, también señor de frac y sombrero de copa, y le espetó con tono desafiante al encargado de la recepción: “A ver, haz ahora que me saquen del hotel”. En el campo nudista él le dijo a ella: “Te estoy deseando como a ninguna mujer he deseado”. Seguidamente le preguntó: “¿Por qué bajas la mirada? ¿Te ofendí?”. “No -explicó ella-. La bajo para ver si es cierto”. (No le entendí). FIN.

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