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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Los recién casados ocuparon la suite nupcial en que iban a pasar su noche de bodas. El novio tomó por los hombros a su dulcinea y le preguntó solemne: "¿Eres virgen?". "¡Ay, Leovigildo! -se impacientó ella-. ¿En una noche como ésta vas a ponerte a hablar de religión?". Turulita, muchacha con poca ciencia de la vida, iba a salir con Avidio, labioso galán que no gozaba de buena fama en la colonia. La preocupada mamá de la doncella aleccionó a su ingenua hija: "No vayas a permitir que ese hombre se propase". Cuando Turulita estuvo de regreso su madre le preguntó si el tal Avidio no se había propasado. "Al contrario, mami -respondió ella-. Me llevó a un motel. Ahí me dijo que me iba a hacer el amor tres veces, y solamente fueron dos". Pomponona, frondosa mujer en flor de edad, contrajo matrimonio con don Ultimio, señor de buen pasar pero con más años que dos pericos juntos. Explicó la novia: "Por su edad podría ser mi padre, pero por su dinero podrá ser mi marido". Sucedió que en el momento en que intentaba consumar el himeneo se le fue al provecto galán el aliento de la vida, y quedó bastante difuntito sobre su asustada esposa. Después comentaba ella: "Siempre me dijo que quería una muerte rápida, y se le cumplió el deseo: murió en el acto". (Agradable forma de morir ha de ser ésa, pero no es la que los devotos llaman una buena muerte). Don Poseidón, severo padre de familia, se molestaba porque el novio de su hija Glafira tardaba mucho en despedirse de ella. Le dijo, riguroso: "Joven: en esta casa la luz se apaga a las 11 de la noche". "No hay problema, señor -replicó el galancete-. Al cabo lo que hacemos no es leer". Aquellos casados estaban al borde del divorcio. Propuso la esposa: "Si tuviéramos un hijo quizá nuestro matrimonio se salvaría". El señor se sorprendió: "Ya tenemos cinco". "Sí -concedió la señora-. Pero yo digo uno tuyo". El recién casado le indicó a su pareja: "No me gusta que cuando estamos haciendo el amor te pones a comer tacos, tostadas, sopes, enchiladas, tlacoyos, memelas, salbutes, panuchos, empalmes, tlayudas, turcos, chalupas, tamales o cemitas". Replicó ella, molesta: "¡Ah! ¿Entonces nada más tú quieres disfrutar el momento?". El padre Arsilio iba a bautizar al nuevo converso. Le preguntó: "¿Renuncias a los tres enemigos del alma: el mundo, el demonio y la carne?". "Al mundo y al demonio sí -respondió el catecúmeno-. A la carne no, para no incurrir en fanatismo". Doña Libidia le dijo a su marido: "Siempre que sales de viaje me preocupo mucho". "¿Por qué? -se extrañó él-. Ya sabes que puedo regresar en cualquier momento". Declaró la señora: "Eso es precisamente lo que me preocupa". Gastolfo, playboy adinerado, casó con una vedette de teatro de revista. La noche de las bodas ella no supo si sentirse halagada o sorprendida cuando vio que su flamante esposo se había hecho tatuar su nombre, Nalgarina, en la parte alusiva a la ocasión matrimonial. Le preguntó: "¿Por qué hiciste eso?".  Explicó el marido: "Recuerda que antes de casarnos me pediste que pusiera a tu nombre mi mejor propiedad". La señorita Himenia, célibe de edad, invitó a merendar en su casa a don Acisclo, su maduro vecino. Le dijo: "Espero, amigo mío, que no vaya usted a aprovecharse de que vivo sola". "¡Señorita! -protestó él-. ¡Soy incapaz de hacer tal cosa! ¡Pertenzco a la Cofradía de la Caballerosidad!". En eso se apareció el perrito de la casa. Don Acisclo le preguntó a su anfitriona: "¿No le ha conseguido usted una novia?". "Le traje una -respondió con acento desabrido la señorita Himenia-, pero no le hizo nada. Ha de pertenecer también a la Cofradía de la Caballerosidad". FIN.

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