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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Narraré una historia de seguro apócrifa y la relacionaré con el cochinero en que se ha vuelto el ejercicio de la política en nuestro país. Mister Mitta, rico hacendado de Picadillo, Texas -se pronuncia “Picadilo”-, era dueño de un hato de borregas que pastoreaba un hombre de color llamado Bembo. Hermosa mujer tenía el tal sirviente, una africana de sinuosas formas y habilidades de erotismo desconocidas por la esposa de Mister Mitta, una dama suriana que en cosas de colchón lo único que sabía era ponerse y canturrear las notas de The eyes of Texas are upon you mientras su marido hacía lo suyo. Sucedió que la bella esclava dio a luz un bebé blanco extraordinariamente parecido a Mister Mitta. El pastor Bembo le reclamó a su amo ese hecho. “No tiene nada de raro -le explicó el texano-. Son cosas de la naturaleza. Mira: todas mis borregas son blancas, y sin embargo hace días una de ellas parió un borreguito negro”. “Está bien -se apresuró a decir Bembo, alarmado-. Yo no decir nada de bebé blanco y usté no decir nada de borreguito negro”. La práctica de la política -de la politiqueríaen México está hoy por hoy a la altura del betún. Así se decía, en alusión al del calzado, para referirse a lo que anda por los suelos. La exoneración del futbolista Blanco por los oscuros diputados que votaron en su favor es ni más ni menos que un intercambio de impunidades, como el de Mister Mitta y Bembo. Especímenes con mucha cola que les pisen parecen haber dicho, aunque se escuche feo: “Te cuido tu cola para que después tú me cuides la mía”. Muchos “representantes populares” que sólo se representan a sí mismos forman una especie de mafia tácita que los hace protegerse unos a otros en un ámbito de ilegalidad, complicidad e impunidad. Así, buena parte de la llamada “clase política” constituye una especie de cártel que está llevando a México a la escala más baja de la vida nacional, peor aún que la de los tiempos de la dominación priista. Con lo de Teuchitlán convertido en una grosera manipulación semejante a la de Ayotzinapa, y con las mañaneras vueltas otra vez una burda asamblea de patiños, como en el sexenio de AMLO, la escena pública ya no es comedia, sino sainete, astracanada, farsa. Ahora bien: ¿qué es eso de “patiños”? Es el nombre que recibían quienes acompañaban en sus sketches a los comediantes -Tin Tan y su carnal Marcelo; Viruta y Capulina; Manolín y Shilinsky-, y en sus diálogos le ponían las cosas a modo al cómico para que pudiera lucirse. En sketches como las mañaneras tienen más culpa los comediantes que los patiños. Aquí cabe citar a Sor Juana, sin importar que no venga: “¿O cuál es más de culpar, / aunque cualquiera mal haga: / la que peca por la paga / o el que paga por pecar?”. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado. Heraldina, la hija de doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, dijo en la reunión familiar: “Al ver esa película de horror se me puso la carne de gallina”. “Hija mía -la amonestó doña Panoplia-. A nosotros no se nos pone la carne de gallina. Se nos pone de cisne, ave del paraíso o faisán”. El joven paciente se quejaba de padecer extraños malestares de cabeza. Lo interrogó el médico y diagnosticó: “Lo que usted tiene se llama ‘cefaloponía’, del griego kefalé, cabeza, y ponos; fatiga, o sea pesadez de cabeza, cansancio cerebral. Yo sufro de los mismos síntomas, pero los alivio frotando mi frente en el cálido y suave busto de mi esposa”. Una semana después se presentó de nuevo el muchacho. Le dijo al facultativo: “Seguí su prescripción, doctor, y mi mal ha desaparecido. Dígame ahora cuánto le debo a usted y cuánto a su esposa”. FIN.

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