“¡Eres una bestia, un animal, un monstruo! -le gritó la mujer al hombre-. ¡Me voy a la casa de mi madre!”. “No te molestes -replicó el sujeto-. Yo me voy a la casa de mi esposa”. Inepcio Gastolfo andaba tras los huesos y todo lo demás de una preciosa chica. A fin de convencerla le informó: “Tengo una pequeña fortuna”. “¿De veras?” -se interesó la muchacha. “Sí -confirmó Inepcio. Es lo que me quedó después de que mi padre me heredó una gran fortuna”. A mí me gustaban mucho las escuelas, tanto que hice al mismo tiempo dos bachilleratos: uno por la mañana, en el Ateneo Fuente glorioso de mi ciudad, Saltillo, y otro en la Preparatoria Nocturna para Trabajadores que fundó el doctor Narváez, músico, matemático, profesor, político de izquierda y acreditado médico que atendía a su numerosísimos pacientes de 4 a 7 de la mañana. En la UNAM cursé estudios en tres de sus planteles: la Facultad de Derecho, la de Filosofía y Letras y la de Ciencias Políticas, cuando estaba todavía en Mascarones. Puedo mostrar tres títulos universitarios que a pesar de mi resistencia la amada eterna hizo poner en marco y colgar en la pared: el de Licenciado en Derecho y los de Maestro en Lengua y Literatura Españolas y en Ciencias de la Educación. Lo anterior no lo digo por jactancia, sino como reconocimiento a un régimen político ahora justamente caído en desgracia y deturpado, pero que pese a sus muchos vicios y defectos me permitió hacer todos esos estudios en forma casi gratuita. Digo “casi” porque en la UNAM debía yo pagar 10 pesos al año, el costo de la credencial de estudiante. Ahora, convertidas las escuelas primarias y secundarias oficiales en centros de propaganda y adoctrinamiento de la mentirosa 4T, innumerables padres de familia se ven obligados a pagar el costo de la educación privada, elevado impuesto impuesto por el populismo caudillista y demagógico. La baja calidad de la educación pública condena a un país a la ignorancia, y por tanto a la pobreza, una de las muchas caras del subdesarrollo. Los nuevos detentadores del poder, sin embargo, necesitan para mantenerse en él una clientela iletrada que se trague sus falsedades y sea indiferente a sus abusos y sus ineptitudes. Está ya en marcha el ridículo proceso para elegir por voto popular a los encargados de impartir justicia. Los mismos que aprobaron esa aberrante iniciativa saben que es improcedente, y que dañará en forma irremisible no sólo al Poder Judicial, sino a la nación entera. Aun así la señora Sheinbaum y sus aláteres llevan adelante la nefanda ocurrencia dictada por la voz de su amo, y atentan de ese modo contra la división de poderes, y por tanto contra la democracia e integridad de la República. Nos esperan Cuba, Nicaragua y Venezuela. Pa’llá vamos. Tus palabras, sombrío escribidor, me han provocado una temblorina semejante al baile de San Vito de que hablaban nuestros antepasados. Paréceme que te pareces a Casandra, la ominosa adivina que predijo la caída de Troya. A fin de sosegar la inquietud que tu oscuro vaticinio ha puesto en la República narra un chascarrillo final y luego haz mutis como el gran actor Enrique Borrás después de recitar los sonorosos versos del Tenorio: “Llamé al Cielo y no me oyó, / y pues sus puertas me cierra, / de mis pasos en la Tierra / responda el Cielo, no yo”. Tras beber la última copa (de esa noche) Astatrasio Garrajarra le propuso a Empédocles Etílez, su compañero de parranda: “Vayamos ahora a conseguirnos un par de muchachas”. “Eso no -declinó Etílez-. Ni siquiera puedo acabarme lo que tengo en mi casa”. “Ah, bueno -replicó Astatrasio-. Entonces vayamos a tu casa”. FIN.