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Dependencia en los tiempos de Trump

LORENZO MEYER

Es en coyunturas como la actual cuando se toma plena conciencia de lo que implica ser tan dependientes de una gran potencia.

Karen Tumulty, columnista del Washington Post y basándose en lo ocurrido en el pasado reciente, aconseja no distraerse examinando y descifrando el contenido de los discursos del presidente Donald Trump sino enfocarse en lo que efectivamente hace (21/01/25). En principio el consejo es razonable pero no a rajatabla, no para un país como México: vecinonada distante de la superpotencia. Y es que México debido a las características de su economía -su debilidad relativa y su dependencia excesiva del mercado norteamericano (80% de sus exportaciones)- está obligado a intentar a examinar con lupa tanto los dichos como los hechos de las élites que dirigen a la gran potencia vecina del norte. La seguridad nacional de México requiere analizar casi cualquier cambio real o posible en las variables que determinan el desarrollo de su relación con el vecino del norte, relación definida por la asimetría de poder y su complicada historia. Por lo anterior es obligado tomar nota tanto de la conducta como del discurso de Trump pues si bien éste suele divagar, deformar o de plano falsear la realidad, lo que dice siempre da pistas sobre lo que tiene en mente.

El discurso de Trump de su segunda toma de posesión de la presidencia y en la batería de proclamas y órdenes ejecutivas que firmó entonces, son el punto de partida obligado para entrever el tipo de ruta por la que, a querer que no, va a transitar la relación de México con su imperial vecino.

En el discurso de marras y tras afirmar que "América [que para él significa Estados Unidos] va a demandarla posición que justamente le corresponde como la más grande, más poderosa nación de la tierra", declaró algo que podría considerarse un mero infantilismo imperial -cambiar de nombre al Golfo de México por "Gulf of America"- pero también debe interpretarse como la forma de anunciar su voluntad de iniciar una era más agresiva del imperialismo norteamericano. Y es que lo del Golfo de México fue acompañado por otro cambio de nomenclatura: poner el nombre del presidente William McKinley a Mont Denali, el pico más alto de Alaska. McKinley fue un republicano amigo de los grandes magnates de su época -los "robber barons" de finales del siglo XIX: Rockefeller, Vanderbilt, J.P. Morgan,Carnegie-, partidario del proteccionismo económico vía impuestos a las importaciones y partidario del uso de la fuerza para expandir el poder de su país: lo que llevó a la guerra de Estados Unidos con España en 1898 y sustituyó la soberanía de Madrid sobre Cuba por una cuasi soberanía de Washington en la isla así como adquirir el dominio sobre Filipinas, Guam y Puerto Rico.

En su discurso inaugural Trump apenas hizo una referencia a su principal rival internacional, China, y la hizo por una razón falsa: que China controla de facto el canal Panamá y por ese motivo es necesario volver a poner el canal a manos norteamericanas. Ni Rusia ni Europa aparecen en el gran proyecto de presentado por Trump en el capitolio, pero en cambio fue en México donde el nuevo presidente puso su reflector internacional y dio sus razones: comercio, migración y narcotráfico.

La frontera México-Estados Unidos fue presentada por Trump como el teatro de una invasión silenciosa pero inaceptable donde migrantes ilegales muchos de ellos, aseguro sin prueba alguna, "procedentes de prisiones o manicomios". Su respuesta a la "invasión" fue declarar la frontera con México zona de emergencia nacional, sellarla e iniciar la deportación masiva de indocumentados e incluso recurrir al ejército para tal tarea y finalmente declarar a los carteles de narcotraficantes como "organizaciones extranjeras terroristas" y actuar en consecuencia aunque la naturaleza de los carteles en México es criminal pero no política y por eso no cuadra con la definición que hasta la fecha se ha usado a nivel internacional para actuar en su contra. En materia de nuevos o mayores impuestos a los bienes procedentes de México, Trump los justificó como una medida para proteger a los trabajadores norteamericanos de una economía internacional que ha abusado del libre comercio y enriquecido a extranjeros a costa del legítimo interés del pueblo norteamericano. Al abordar este tema Trump optó por no hacerlo en toda su complejidad, pues al final ese impuesto subirá el precio de los productos importados y ese aumento lo absorberá el comprador norteamericano o dejará de consumirlos.

El cierre de ese discurso inaugural es potencialmente peligroso para el sistema internacional pues hace referencia al viejo concepto de un supuesto "Destino Manifiesto" de Estados Unidos, cuyo origen es Dios. En la práctica esas dos palabras en capsulan una ideología incubada en el siglo XVII, pero popularizada en el XIX norteamericano y que supone que por designio divino Estados Unidos debe expandirse territorial y políticamente por el mundo y ahora, dice Trump también ¡aMarte ¡

Cuando en 1994 entró en vigor el TLC las élites mexicanas consideraron que hacer a la economía de México estructuralmente dependiente de la norteamericana era la mejor -la única- salida ante el agotamiento del modelo económico anterior basado en intentar sustituir importaciones, pero si gran capacidad de exportar. Nunca supusieron que Estados Unidos pudiera optar por desacoplar a México, pero resulta que hoy el líder de "America First" amenaza con hacer precisamente eso, lo impensable.

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