Se escucha cada vez más hablar de multipolaridad en las actuales relaciones internacionales. Se señala un nuevo orden internacional multipolar en las declaraciones y posturas adoptadas en la pasada Conferencia de Seguridad de Múnich, en el Foro Económico Mundial de Davos a principios de año, o en la recurrente actitud defensiva y toma de posición de numerosos países frente a las amenazas, intenciones y acciones de Donald Trump. Se constata también en los últimos encuentros bilaterales, tanto en los discursos, pero más importante aún, en los cálculos y decisiones sobre la acción internacional de las principales economías del mundo reunidas en el G20, pero sobre todo en los países agrupados en los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), al igual que en los estados miembros de la Asociación de Países del Sudeste Asiático y de la Organización de Cooperación de Shanghái.
Se afirma de manera cada vez más vocal y convincente que hay contradicciones y un (des)orden internacional. Que hemos entrado de lleno en un mundo multipolar. Que estamos viendo emerger nuevas coaliciones y grupos de países empeñados en conseguir e imponer sus objetivos políticos, económicos, tecnológicos y militares. El poder mundial está siendo disputado por Estados Unidos, China, Rusia, Japón, Europa y países del Sur Global. Hay varios polos y balances de poder, cuando atravesamos juntos, como comunidad internacional, por una fase avanzada, desigual y fragmentada de la globalización, al tiempo que se suceden múltiples crisis simultáneas a nivel global.
Las ambiciones imperiales de algunos países para dominar sobre otros están de regreso. Las divisiones, las disparidades, se encuentran tanto en las marcadas y añejas diferencias entre el Norte y el Sur; pero las tensiones ya no tienen como eje las viejas disputas Este - Oeste. Los diversos escenarios de alto riesgo para el sistema mundo, para la gobernanza mundial y la sustentabilidad planetaria, hacen necesario que los líderes políticos, los contados estadistas, los muchos dirigentes empresariales, los incontables comunicadores, ciudadanos, académicos, pensadores, mujeres y jóvenes, incorporen el pensamiento geopolítico en las principales decisiones y estrategias. Necesitamos ver mucho más allá de los complejos desafíos actuales. Si no lo hacemos con celeridad e inteligencia, podríamos como humanidad terminar por ser incapaces de anticipar y responder a ese conjunto de desafíos.
Además, está en curso una revolución en las perspectivas del análisis estratégico. La geopolítica ha salido de los círculos cerrados de expertos en relaciones internacionales, inteligencia, seguridad y defensa, para irrumpir en las comunicaciones de los gobernantes, en las redes sociales y en la toma de las plazas públicas y los campus universitarios.
Las políticas nacionales de relaciones externas, de seguridad, de desarrollo industrial, de intercambios comerciales, de avances tecnológicas, de flujos migratorios, de transición energética, de emergencia climática requieren compenetrarse a fondo de las implicaciones del nuevo orden internacional que se está transformando rápidamente, haciéndolo más competitivo, de nueva cuenta violento y peligroso, con perspectivas sumamente inciertas.
Olga Pellicer, una de las internacionalistas mexicanas más lúcidas y conocedoras de los asuntos mundiales, escribió en el número de esta semana de la revista Proceso, que está en juego la seguridad de Europa; que es precisamente la OTAN la organización y alianza militar a la que pertenecen el mayor número de países poseedores de armas nucleares. "Por lo tanto, la escalada del armamentismo no sólo conlleva desequilibrios y enfrentamientos que se creían superados; también abre la puerta a mayores abusos por parte de Putin, la exaltación del nacionalismo y la profundización de las hostilidades. Todo ello teniendo como telón de fondo la posibilidad de una III Guerra Mundial".
Vemos como tanto Eurasia como el Indo Pacifico son los nuevos centros de gravedad de la política internacional. Sin embargo, Asia Central, África y el Medio Oriente siguen siendo epicentros por razones ancladas en el pasado, en esta multipolaridad con la que se perfila el siglo XXI, donde el avance vertiginoso de las tecnologías está impactando las relaciones humanas y todos los órdenes de la vida internacional. Es un hecho que China sigue avanzando económica y tecnológicamente y evitará confrontarse con los Estados Unidos. Sin que ello disminuya su firme oposición al desmantelamiento del sistema multilateral de comercio y mantener sus propósitos en su mar meridional, incluso conseguir la reunificación de Taiwán.
En estas páginas, también esta misma semana, lo expresó con claridad mi colega editorialista Arturo González: "¿A dónde va el mundo con todo esto? EUA con Trump quiere sacudir el orden internacional que ayudó a crear para tratar de detener su declive y parar el ascenso de Pekín. China, con Xi, busca crear un nuevo orden multipolar post hegemonía estadounidense, con Washington lejos de sus asuntos en Asia Pacifico."
Hace pocas semanas el experimentador Ministro de Relaciones Exteriores de Rusia Sergei Lavrov insistía en que persiste una "minoría occidental" enfrentada con una "mayoría global". Reiteraba que ese otro bloque, precisamente aquella minoría, se opone a la multipolaridad y al movimiento por la multipolaridad, porque parte de la idea de que, tras el fin de la Guerra Fría, la Carta de las Naciones Unidas dejo de ser importante, teniendo ellos su propio reglamento. Y que con ese "reglamento occidental" al que llaman un "orden mundial basado en reglas" (aunque nadie haya visto esas reglas), se entrometen en cada monasterio, mezquita, templo budista y sinagoga".
La unilateralidad y la multipolaridad parecen constituir una de las contradicciones fundamentales de este cambio de época.
@JAlvarezFuentes
