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Desánimo y rendición

CARLOS LORET DE MOLA

Ya nadie está metiendo las manos. La oposición está desaparecida y desmoralizada. Ante el aviso de que vienen atropello tras atropello ya sólo se junta un puñado de gente en la calle. Las voces que se mantienen críticas empiezan a sonar como loquitos inadaptados. Los activistas están derrotados. Todo en lo que creían y todo por lo que lucharon durante años fue rechazado en las urnas. Los magnates que solían criticar abusos y locuacidades inestables han ido uno por uno a doblar la rodilla. "Tender puentes", le llaman. Y los medios de comunicación han ido cediendo por goteo en sus líneas editoriales. La lista de quienes levantan la voz adelgaza día con día.

La elección no estuvo cerrada. Sobre la mesa estuvieron las evidencias de sus abusos, excesos, flagrantes delitos. Se exhibieron sus contradicciones, sus mentiras y sus corruptelas. Nunca pagó el costo político y eso le fue quitando el pudor: ya todos los suyos hacen todo con absoluto descaro. En contra del vibrante debate público que auguraba una pelea pareja, lo que vimos fue una victoria holgada. Ganó los votos, los estados, el Congreso. Ya tiene la Suprema Corte. Pieza por pieza, quienes dirigen los organismos del Estado han ido presentado sus renuncias porque saben que ya no caben ahí, y si se quedan, enfrentarán una guerra de descrédito en la que son el rival más débil.

Si en la primera administración había algún apetito de contrapeso, en la segunda hay una prisa por la rendición. Una urgencia por sacar la bandera blanca, acomodarse, negociar.

Se que los párrafos anteriores nos pueden hacer pensar en varios países que encajan en la descripción. Escribo esta columna desde Washington, la capital de Estados Unidos, congelada hasta por el termómetro político frente al huracán Trump.

No le hizo falta convertirse en dictador por un día. La democracia le dio todas las herramientas. Su pericia para manejar el poder real le permitió tomar posesión con una metralla de decisiones que no pasarán por el Congreso (que se las hubiera aprobado, al cabo que tiene mayoría) ni por la Suprema Corte (que se las hubiera aprobado, al cabo que tiene mayoría). Es su modelo de país y de planeta. Sin siquiera voltear a los lados. No es la democracia del pensamiento diverso. Es el sometimiento. No hay inclusión. Los otros no caben. Sólo caben si se doblan. Si no, como si no existieran.

No se puede negar que desde hace dos meses Trump es el más relevante jugador del tablero global. No se puede negar tampoco que ese estilo descaradamente autoritario -que no busca incluir sino dividir- le ha dado réditos electorales y ha sacudido al planeta: Israel y Palestina ya pararon la guerra, Rusia y Ucrania se están acomodando para hacerlo en unos meses, Irán firmó de última hora un acuerdo nuclear con Putin para tener más fichas en la negociación que le viene, China sabe que le van a cerrar la frontera comercial, México ya decomisa fentanilo y combate a los narcos.

Trump ya no es el insólito disruptor. Lo que Trump significa en Estados Unidos es ya hábito en varios países del mundo. La concentración de poder se ha puesto de moda. Sólo que nunca había estado tan poco repartido el poder en el lugar donde más poder existe en el mundo. Estamos por empezar a atestiguar las consecuencias.

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