El evento parecía registrar un éxito rotundo. Cerca de 100 ciudadanos habían respondido a la convocatoria para formar parte de una asociación civil sin fines de lucro, que en los principios de la centuria se dedicaba a buscar personas mediante binomios caninos.
La exposición de los voluntarios trató de apegarse a la realidad, antes que a la seducción para atraer nuevos integrantes. Se trataba de un trabajo duro, muchas veces fuera de los reflectores de la prensa, de sacrificios continuos y recursos tan limitados que en muchas ocasiones demandaba sacar dinero del bolsillo propio.
Al concluir el acto, uno de los potenciales nuevos socios se acercó con discreción a quienes encabezábamos la asociación y, una vez que estuvimos apartados del resto del grupo, lanzó una pregunta acompañado de una sonrisa mezcla de ironía y comprensión:
-A ver, aquí entre nos… ¿Dónde está su ganancia?
-¿Cómo? -respondí con franca ignorancia sobre el fondo de la interrogante.
-Porque no me van a decir que sólo lo hacen por buenas gentes -insistió en un tono que, lejos de ser acusatorio, dejaba entrever su deseo de ser invitado a un "negocio".
Presidente y tesorero de la asociación nos mantuvimos ecuánimes ante ese tácito cuestionamiento de nuestra honestidad, pero en el fondo también lo agradecimos, ya que por enésima vez nos enfrentábamos al cuestionamiento de nuestra realidad necesitada del dinero y tiempo que entregábamos al grupo.
Entendimos además que nuestra gente debía ser la primera que creyera en el altruismo que practicábamos, si realmente queríamos garantizar la fortaleza del grupo basados en la congruencia de todos sus integrantes con los postulados de la asociación.
A propósito del mismo tema, años antes descubrí el significado de la expresión "se te apareció el diablo" cuando escuché por primera vez a mi mamá defender a sus hijos.
Dar por cierta la fragilidad de una madre puede ser un terrible error para quien amenaza a su prole.
Aunque nunca con la misma energía de una mujer protectora, un hombre de imagen ajena a los estándares que advierten sobre su agresividad también puede convocar al demonio.
Lo maravilloso y al mismo tiempo terrible de la vida, es que carece de guion y sus arquetipos pueden ser falibles.
Recuerdo así cuando circulaba apegado al reglamento de tránsito de un municipio industrial del norte de México, acción que fue abruptamente interrumpida por un agente del orden a bordo de una motocicleta.
Hecho tan común no merecería trascender, sin embargo, confluyeron dos circunstancias que transformaron lo cotidiano en excepcional, especialmente para el motociclista.
Su búsqueda de ingresos adicionales tuvo la mala fortuna de registrarse cuando yo acababa de tener una junta con el alcalde, quien igual o más soñador que el responsable de estas letras deseaba ser gobernador.
En esa reunión habíamos hablado acerca del anhelo de gobernar desde la capital del estado y de la necesidad que teníamos de perseverar en los esfuerzos para posicionarnos como una administración distinta a las anteriores, especialmente mediante la congruencia del discurso con los hechos.
Evidentemente, la elección hecha por el motociclista de su posible fuente de recursos extras apuntaba para no concretarse en el mejor momento, lo que confirmó apenas me saludó, más que por cortesía, como preámbulo de una relación de negocios.
No había acabado de saludarme cuando el diablo se hizo presente en forma de un predicador de la congruencia.
Antes de que empezara a hablar le pregunté si estaba consciente del esfuerzo que tenía lugar en el municipio para cambiar la imagen de su dependencia y, en general, de la administración, así como lo cuestioné si entendía que su conducta afectaba el trabajo de mucha gente.
Reconozco que se trataba de una persona paciente, pues cada vez que quería retirarse sin esbozar siquiera su deseo por una gratificación, lo retenía extendiendo mi regaño.
Cuando el demonio lo dejó ir, quedó en su lugar una reflexión: los empleados de la administración no creían que en el palacio municipal habláramos en serio.
Quizá tenga relación con lo expuesto escuchar hoy el coro de "¡no estás solo, no estás solo!", entonado por diputadas morenistas en apoyo de un hombre acusado por abuso sexual, o la necesidad que tengo de frotarme los ojos cuando veo la fotografía del presidente del Senado en un asiento de primera clase.
Difícil debe ser mantener viva una fe cuando sus apóstoles no creen en ella.