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El dominio invisible

JUAN VILLORO

Los estrategas militares de Estados Unidos cedieron a una irrenunciable costumbre del momento: crear un chat. Pero alguien se equivocó al mover los pulgares en la plataforma Signal y cometió una pifia.

La especie humana, que evolucionó gracias a la función del pulgar oponente, ahora se juega el destino con ese dedo. Por un error, se incluyó en el chat bélico a Jeffrey Goldberg, director de la revista The Atlantic, que de ese modo obtuvo información clasificada sobre el bombardeo de los rebeldes hutíes en Yemen. El periodista no publicó todo lo que estaba a su disposición, pero logró dar la exclusiva de un ataque nunca anunciado. Como era de esperarse, recibió acusaciones de traición, y los demócratas dieron nuevos gritos de ahogados, exigiendo el cese del secretario de Defensa, Pete Hegseth.

Ignoramos lo que sucedió en detalle en el sitio remoto que llamamos "realidad". ¿Cuántas víctimas hubo? ¿Quiénes eran? ¿Cómo influirá eso en la recomposición de la zona? La principal noticia ha sido el escándalo de la filtración en las redes. La seguridad contemporánea depende del secreto y el encriptamiento. La primera alarma real del gobierno de Trump proviene de la esfera virtual.

El mundo concreto parece un enloquecido juego de mesa. Lo que el mandatario de la piel anaranjada dice de diversos países roza el delirio. ¿En verdad pretende comprar Groenlandia, anexar Canadá, disponer del Canal de Panamá y construir un resort turístico en Gaza? Mientras lanza esas conjeturas, su verdadera geopolítica se despliega en regiones difíciles de localizar: el espacio exterior y el orbe digital.

El rescate de los astronautas que se encontraban en órbita desde junio de 2024, gracias a la ayuda de SpaceX, una de las empresas de Elon Musk, y la iniciativa de Trump de invertir 500 mil millones de dólares en el desarrollo de la inteligencia artificial revelan las nuevas prioridades del gobierno de Estados Unidos.

Musk no actuó como un desinteresado rescatista espacial, sino como un competidor de la NASA, ese cementerio de naves oxidadas. En una época en que la principal mercancía es el tráfico de datos, el control de los satélites resulta decisivo. Mientras Trump distrae con un video que muestra su efigie tallada en oro en las playas de Gaza, la estratósfera se privatiza. Si los caldeos escrutaban su destino en las constelaciones, nosotros somos vistos por satélites espías.

La virtualidad contemporánea se ha acentuado con el uso de armas autónomas guiadas por inteligencia artificial. Hasta hace poco, un dron era un pájaro de ferretería, pero sus posibilidades de actuar a distancia cambiaron la escala del producto. Ya hay drones del tamaño de un pequeño avión caza que deciden en qué momento soltar misiles y siguen un plan de vuelo predeterminado por algoritmos. ¡Bienvenidos a la guerra de las máquinas! ¿Se puede confiar en la supervisión de esos combates a gente incapaz de controlar un chat militar? ¿Será posible que un hackeo revierta las rutas de los drones? No sería la primera vez que un error se procurara resolver con otro. La respuesta a los peligros de la automatización es más automatización. Se espera que los robots de nueva generación no se equivoquen en los bombardeos donde los humanos sólo participan como víctimas.

La escalada para dominar el espacio exterior y el virtual también ha ido acompañada de insultos a Europa. El continente que alcanzó la prosperidad bajo la tutela militar de Estados Unidos es visto por Trump como un campamento de becarios que se la pasan demasiado bien.

El orden surgido de la Segunda Guerra Mundial se ha resquebrajado. Trump tiene mejor relación con otro imperialista, Putin, que con los mandatarios democráticos. En respuesta, 27 países de Europa hablan de aumentar sus presupuestos militares. Polonia reclutará a cien mil efectivos al año y pide que se instalen cohetes nucleares en su territorio. ¿Vale la pena sustituir las políticas de bienestar por un arsenal que, en términos comparativos, no dejará de ser simbólico?

Por desgracia, no se gobierna a partir de la realidad, sino de su representación. Ante los despliegues de Trump, los líderes europeos se sienten obligados a mostrar fuerza y apelan con demagogia al recuerdo de la guerra convencional. Pero de muy poco servirá simular poderío en una época dominada por los dueños del software.

La auténtica hegemonía ya es invisible.

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