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El fin de los abrazos

JESÚS SILVA-HERZOG

La llamada se realizó, según el reportaje del Wall Street Journal, el pasado 31 de enero. El secretario de defensa de Trump acababa de ser ratificado por el Senado. El presentador de Fox News con una carpeta llena de escándalos logró superar el rechazo de todos los demócratas, de tres republicanos y de un independiente y, con el voto del vicepresidente Vance, logró los votos que necesitaba para asumir el cargo. Una semana después de tomar protesta, tuvo su primera llamada con los altos mandos militares de México. De acuerdo con las fuentes consultadas por el diario, Pete Hegseth advirtió a sus contrapartes: si México no pone fin a la complicidad de las autoridades con el crimen organizado, el ejército de los Estados unidos está preparado para actuar unilateralmente. El trascendido coincide con sus declaraciones públicas. Hace unos días, mientras estaba en Guantánamo, se le preguntó al funcionario si el gobierno norteamericano estaba considerando una intervención militar en México. La respuesta de Hegseth fue que ninguna opción se descartaba.

A Trump y a sus voceros no se les puede tratar ya como fanfarrones. Si dicen que la intervención militar en México está siendo analizada por el Departamento de Defensa hay que escuchar esas palabras toda la atención posible. Estados Unidos cambia de papel. Agrede a sus aliados y coquetea con los déspotas que hasta hace poco combatía. La alianza atlántica que definió el espacio internacional desde el fin de la Segunda Guerra agoniza. El vicepresidente Vance lo dijo en el discurso de Münich: la amenaza a la estabilidad mundial no está en Rusia ni en China, sino en el corazón de Europa. El presidente de los Estados Unidos se ha convertido en vocero y abogado de Putin. Hace suyas las exigencias del Kremlin y está dispuesto humillar al país que resiste desde tres años una invasión despiadada. El espectáculo en la Casa Blanca de hace unos días retrata el fin de la diplomacia. El hombre más poderoso del mundo sobaja a un presidente en situación desesperada. La emboscada habrá sido festejada en Moscú. El anfitrión agrede, insulta, le grita y finalmente expulsa al invitado que lucha por la sobrevivencia de su país.

No hay contención alguna al impulso ofensivo ni intención de encontrar puentes de cooperación. Si hace ocho años había colchones de prudencia de aquel lado, ahora solo hay aplausos a la embestida y celebración de la bajeza. La patanería es festejada como señal de poderío. Lo que escuchamos no es el discurso de Estados Unidos Primero, sino el grito de Estados Unidos Solo. No necesitamos a nadie, dice Trump de muchas maneras. No necesitamos a nuestros vecinos. No necesitamos a quienes fueron nuestros aliados. Trump se afana en desatar todo vínculo de amistad antigua. Piensa que sus socios comerciales abusan y se burlan de su país. Está convencido de que Europa construyó su unidad para "joder" a su país. Esa fue la expresión que usó hace unos días. Seamos honestos, dijo. Esa fue la intención de los europeos. Pero he vuelto y soy el presidente de los Estados Unidos.

La decisión de entregar 29 capos criminales a los Estados Unidos debe ubicarse en este contexto extraordinario. Esto no parece un guiño a los negociadores comerciales para evitar los aranceles, sino un obsequio a los halcones. No se trata de una extradición, como se ha insistido. Es una decisión del poder que aprovecha la abolición definitiva de la legalidad en México. Bajo una presión sin precedentes, la presidenta acelera su distanciamiento con la política de los abrazos. El gobierno de Sheinbaum no hace siquiera el intento de cubrir el traslado con un barniz de ley. La entrega invoca una disposición de la Ley de Seguridad Nacional que no autoriza esas entregas, pero, sobre todo, emplea como justificación la complicidad del poder judicial. El enemigo favorito, de nuevo. Enviamos el paquete porque los jueces están al servicio del crimen. Para las ambiciones intervencionistas del secretario Hegseth el argumento de Sheimbaum es inmejorable. México es incapaz de procesar a sus criminales. Lo reconoce la cabeza del Estado Mexicano justificando el traslado de los capos. Habrá que ver si, con ese argumento como carta, la entrega sacia el hambre de los halcones o despierta su apetito.


               
               

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