En sus inicios Estados Unidos fue realmente un experimento político revolucionario. El inicio de su guerra de independencia (1775) significó el máximo desafío que 13 lejanas, pequeñas y poco importantes sociedades coloniales lanzaron al monarca más poderoso del siglo XVIII. La pretensión de las excolonias de transformarse en una nueva nación soberana y republicana fue otro desafío, pero al orden global. Sin embargo, tras su independencia los revolucionarios de la costa noratlántica de América no mostraron solidaridad con las otras revoluciones del continente y para el siglo XX Estados Unidos era ya una potencia activamente contrarrevolucionaria e imperialista. La actual presidencia de Donald Trump, y siendo Estados Unidos por ahora el actor central el sistema político internacional, pareciera empeñada en iniciar una contra revolución política para echar abajo algunos de los avances democráticos de la sociedad norteamericana y global.
La sorpresiva contra revolución trumpista surgida de las entrañas mismas de la sociedad norteamericana ha llevado a la mayor potencia capitalista e imperialista a lanzar un espectacular blitzkrieg de derecha contra aspectos de sus propias estructuras internas en nombre de una reducción de la burocracia o Deep Statey en lo externo para modificar en su favor las instituciones y acuerdos del actual balance del poder. En este contexto, Trump se empeña en emplear un discurso inusualmente duro y prepotente para subrayar su carácter de "macho dominante".
En su país Trump y el trumpismo, con el respaldo incondicional de la mayoría legislativa, están llevando a cabo una extraordinaria purga de la élite burocrática gubernamental. Están descabezado a diestra y siniestra a los mandos superiores de su servicio civil para colocar ahí exclusivamente a trumpistas puros y leales sin importar si son o no aptos para desempeñar el cargo. Y en un juego de suma cero la purga busca no sólo premiar a los incondicionales sino debilitar a las agencias reguladoras, pues su pérdida de poder deja un mayor campo de maniobra donde los actores privados -individuos y corporaciones- tendrán un libre mercado donde las grandes acumulaciones de capital serán las que realmente controlen la esencia de la política, el "quien consigue qué cuándo y cómo". En ese "Estado mínimo" los impuestos también deberán ser mínimos para que los ganadores maximicen sus posibilidades y los perdedores (loosers) sobrevivan como puedan…o no sobrevivan. Ese Estado es el ideal de Trump, de su gran consejero, el multimillonario Elon Musk y de las élites que les apoyan.
El ámbito internacional es un campo ideal para que opere el trumpismo puro. Ahí el "arte de la negociación" pareciera ser el negociar entre potencia excluyendo a terceros. Tal es el caso de la guerra en Ucrania donde Washington desea ya poner fin a un conflicto brutal pero estancado que consume enormes recursos sin un objetivo claro pues la Guerra Fría quedó atrás y ya no existe esa URSS que se suponía que Estados Unidos y la OTAN debían contener. La Rusia de Putin ya no amenaza al capitalismo ni pone en riesgo el predominio de Estados Unidos y bien puede ser su aliado.
Según Trump, su país ha dado a Ucrania 350 mmd en donaciones y préstamos y Europa apenas 100 mil millones en préstamos, (The Economist, 18/02/25). Por tanto, Trump ha decidido que a Washington ya no le interesa seguir enfrentado ahí a la antigua URSS ni seguir derrochando recursos. Por tanto, Ucrania debe aceptar las condiciones de Rusia y restituir a Estados Unidos lo gastado más intereses lo que equivale, según Trump, a 500 mmd que deberá pagar con sus "minerales raros". Si los europeos de la OTAN insisten en seguir la guerra pues que ellos se hagan cargo porque Estados Unidos va a negociar su posición directamente con Putin y con nadie más. En contraste, en el Medio Oriente, Trump si quiere mantenerse como un actor decisivo en el área, pero a cambio se le debe entregar Gaza sin los dos millones de gazetíes para poder convertirla ¡en un gran Resort!
Desde la perspectiva de Trump la política internacional es vista como un campo donde se distribuyen oportunidades de negocios y poco más. Incluso se puede volver a pensar en posibles oportunidades de expansionismo territorial para Estados Unidos pues entre broma y veraz el líder norteamericano habla de su deseo de incorporar Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá a Estados Unidos y de paso algo (¿o todo?) del Golfo de México.
Está por verse hasta donde avanza en lo interno y en lo externo el inesperado, imperialista -y simplista- proyecto de la contrarrevolución trumpista y específicamente de qué manera ya afecta o puede afectar a México y cómo reaccionar para proteger nuestra soberanía, pero el espacio de una columna da para tanto.