A diferencia de Las venas abiertas de Latinoamérica del escritor Eduardo Galeano, obra insulsa que por su ignorancia histórica y económica -algo que su autor reconoció con vergüenza antes de morir- ha hecho mucho daño en la mentalidad de los países de habla hispana, existe una obra que lo mismo debería de ser imprescindible para los que hablan castellano a ambos lados del Atlántico que para nuestros vecinos al norte del Río Bravo, y es El árbol del Odio.
Más allá de lo que atrae por su título explosivo, esta obra clásica y reconocida ampliamente por el gremio de los historiadores académicos, perteneció nada menos que al californiano Philip Wayne Powell, gran especialista en historia virreinal y del México prehispánico entre cuyos títulos reconocemos Las Guerras chichimecas y Capitán mestizo: Miguel de Caldera y la frontera norteña.
La finalidad de este libro en su momento era señalar como es que la política estadounidense respecto a México, Hispanoamérica y aún para con la misma España debe fundamentarse, para ser eficaz, en la comprensión, puesto que si se basa en el prejuicio, resultará una política maldita según palabras propias del autor, quien fue asesor presidencial en Asuntos Hispánicos en su momento.
Y no es para menos. Al igual que el Imperio Español en su momento, los Estados Unidos también padecen hoy en día su propia Leyenda Negra, aunque al igual que la España del "Siglo de Oro", también se asemejan mucho por ser un país con grandeza, fuerza, generosidad, fe en su destino e incluso cierta ingenuidad también.
No en vano el Dr. Powell lamenta que los gobernantes e intelectuales de su país se empeñen tanto en comparar su hegemonía con la de la antigua Roma cuando en realidad: "Harían mejor en estudiar la ascensión, los logros, las deficiencias y el declive de España y de su imperio, ya que la voz milenaria del pueblo español podría indicarnos el destino de aquellos que alcanzan el dominio mundial y que no hacen caso a las propagandas que pueden solidificarse en forma de historia".
Ciertamente para nuestros vecinos norteamericanos ha de costar bastante el tratar de mirarse en el espejo español como caso-ejemplo debido a la maquinaria difamatoria de la Leyenda Negra entretejida por sus ancestros ingleses y holandeses, como denunciara Julián Juderías desde el siglo pasado; misma donde el prejuicio y la desinformación se encargaron de vender al mundo una imagen falsa y degradatoria que terminó por convertirse en un lugar común, no desde la realidad, sino desde la propaganda política enemiga.
Ecos de esta propaganda discriminatoria los tenemos muy recientemente en los exabruptos del director de cine Jacques Audiard, autor del esperpento fílmico llamado Emilia Pérez; que ha generado repudio en México e Hispanoamérica por sus estereotipos -muestra de la ignorancia que el director confesó tener por completo respecto al país que intentaba retratar- y al que se suma su descalificación del español como idioma al que sobaja como: "Una lengua de países emergentes, una lengua de países modestos, de pobres y de migrantes".
En este contexto en particular no deja de ser curioso el ver a aquellos que por adoctrinamiento e ignorancia reniegan del gran legado hispano a nuestra herencia cultural: aquellos que aplauden el cambio de nombres castellanos de las avenidas y el que se quitara la estatua de Cristóbal Colón, darse cuenta que para los extranjeros se nos distingue por hablar español, aunque pretendan venderse como "aztecas" o descendientes directos de Tezcatlipoca.
En un tiempo crítico en el que la Batalla cultural por Occidente cobra nuevos bríos y en los que los Estados Unidos está restableciendo sus políticas migratorias, a riesgo de errar a la hora de separar el trigo de la cizaña; las palabras de Audiard, las ocurrencias populistas de ciertos politicastros por pelear la denominación del Golfo de México y el bodrio del citado cineasta donde lo mismo banaliza una tragedia nacional a la par que hace apología del crimen, no pudo haber ocurrido todo junto en peor momento.