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El país más democrático del mundo

JESÚS SILVA-HERZOG

La sorpresa de la presidenta ante una crítica fundada parece auténtica. ¿Cómo es posible que alguien sugiera que los mecanismos de la democracia han servido en México para desmontarla? Sheinbaum no concibe que los instrumentos de la democracia pueden volverse en su contra. No parece haberse topado con una discusión que es tan vieja como la Revolución Francesa. Desde aquellos tiempos se sabe que la mayoría puede demoler el edificio de la representación plural, puede tirar los contrapesos que impiden el despotismo, puede celebrar la anulación de las minorías. Se sabe desde hace mucho: con votos se puede matar a una democracia; con votos se puede legitimar la dictadura.

Sheinbaum respondía a Héctor Aguilar Camín quien, con buenas razones, advertía en su última columna del 2024 que los instrumentos de la democracia mexicana sirvieron para destruirla. Con votos en el congreso se anularon los contrapesos. Con reformas a la constitución se canceló la independencia del poder judicial para sintonizarlo a la tonada del oficialismo. Con el respaldo de la mayoría se cancelaron derechos fundamentales. Lo llamativo es que, para la presidenta de México, el argumento sea absurdo. Sheinbaum podría haber rechazado la conclusión del historiador, pero para ella el argumento mismo es risible. Cuando escuchó a un reportero pedirle una reacción a lo dicho por el historiador, la presidenta quedó pasmada y fingió reír. No rechazó la conclusión del articulista. Mostró que el argumento le resultaba inconcebible. Para ella los instrumentos de la democracia: el voto y las asambleas legislativas no pueden más que servir a la democracia y todo lo que hagan será necesariamente en su beneficio. Los siglos recientes nos advierten lo contrario. Pero la idea que de la democracia tiene Sheinbaum es elemental: se reduce a la fuente del poder, pasando por alto su ejercicio. ¿Y eso cómo es?, preguntó confundida, ante la sugerencia de que estaba imponiéndose el despotismo de la mayoría. Aferrada a una frase que repetía su antecesor, Sheinbaum no puede si quiera considerar el argumento del crítico. Su cabeza está sellada. ¿Cómo podría derrotarse la democracia con democracia?, pregunta. Para la presidenta la democracia está hecha de una sola pieza: es voluntad popular y solo es eso. No es deliberación, ni legalidad, ni conformación de contrapoderes, ni derechos de minorías, ni respeto a los procedimientos constitucionales.

Incapaz de entender el fundamento histórico y teórico de la crítica, indispuesta a darle respuesta, la presidenta recurrió al instructivo del régimen. Descalificar al crítico para evadir su crítica. Pero no vale la pena detenerse en esa evasiva gastada. Lo que me parece importante subrayar es que la ceguera de la presidenta es la base intelectual de su autoritarismo. Sheinbaum desprecia las tensiones que sostienen cualquier democracia. Ignora todos los ejemplos antiguos y recientes, cercanos y remotos de democracias que degeneran en despotismos, tal vez populares durante un tiempo. Golpear a los jueces y talar las bases de su independencia puede ser celebrado por la mayoría, pero es una estrategia inequívocamente antidemocrática. Quien hostiga a la crítica puede recibir aplauso, pero estará sofocando la atmósfera de la deliberación. Que se junten los votos para anular a los contrapoderes no otorga a esa medida dignidad democrática.

Al comentar el brillante libro de Maurice Joly sobre la dictadura de Napoleón III, Fernando Savater advirtió que el instrumental de la democracia es tan apto como cualquier otro para fundar el despotismo y es el mejor para legitimarlo. Se refería al diálogo imaginario entre Maquiavelo y Montesquieu que Joly publicó bajo seudónimo para denunciar al dictador que fundó su reino en el sufragio universal. Para quien dice no entender cómo es que los mecanismos de la democracia pueden servir para la construcción de un régimen autoritario, valdría la pena la lectura de ese genial manifiesto contra la simulación democrática. El despotismo, en efecto, puede fundarse en votos. Cortejando con habilidad al pueblo, podrá romper la organización judicial, ahogar la crítica y convertir a las instituciones en fachada.

Doña Claudia Sheinbaum no teme al ridículo: la elección de jueces es, para ella, evidencia de que México tiene la mejor democracia del mundo.

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