Desde que el mundo es mundo, para que subsista una sociedad tiene que haber alguien que manda y muchos o pocos que obedecen. Esto lo aprendemos desde la familia. La pregunta sería de dónde saca su derecho el que manda, y porque muy pocos ponen en entredicho el tener que obedecerlo.
En la biblia, Dios hizo al mundo para posteriormente crear al hombre y que viviera en un paraíso. El hombre estaba solo y le dio mujer. La primera orden surgió, no comas de ese árbol. Con tantos a su alrededor, a quién se le iba a ocurrir hacerlo; y, sin embargo, se dejaron engatusar por la serpiente y comieron. Cuando vino Dios a visitarlos, se dieron cuenta de que estaban desnudos, sintiendo vergüenza. Una vez confesada la falta, Dios les quitó el paraíso y mandó al mundo a ganarse el pan con el sudor de la frente, a sufrir enfermedades y hacerse la vida.
El gran castigo divino por desobedecer la primera orden, yo lo veo de otra manera. El árbol del bien y del mal no era un manzano, sino que contenía otro fruto bastante apetitoso al que ahora llamamos conciencia y que les hizo tomar las primeras decisiones en contra de los deseos de su propio creador. Por primera vez ejercieron la libertad y tomaron sus propias decisiones. Dejaron de ser los obedientes niños para pasar a la adolescencia, donde lo que quieres es soltarte de la mano de tus progenitores para ser tú. Muchos padres desean nunca cortarles el cordón umbilical a sus hijos para hacerlos dependientes...
La biblia está llena de estas historias; en realidad, es un libro de historia que, aparte, especifica leyes de comportamiento y guías de comportamiento. La mayoría se sabe pedacitos, las que alguien les cuenta y entonces pasan muchos datos desapercibidos.
Se establece la primera relación entre gobernantes y gobernados, Dios y el hombre. Uno que da la felicidad, otro que desobedece, y el primero que castiga; pero promete la redención, o sea, que va a mandar a alguien para que le dé segundas oportunidades y pueda acceder de nuevo al paraíso; para mí, la no conciencia.
Con el tiempo, habrá un intermediario entre Dios y los hombres: Abraham y Moisés entre los más importantes. Abraham hace el gran pacto con Dios de convertir a su pueblo en el elegido. Es pastor, tiene dos hijos principales, Ismael e Issac. El primero es de una esclava porque Sara no le podía dar hijos. Cuando nace el segundo, se deshace del primero, desterrándolo junto con su madre. En el momento dado, Dios le pide a Abraham que le sacrifique a su hijo, y este, aunque muy consternado, acepta, y Dios, a final de cuentas, no permite que lo haga. Pero Abraham, después de todo, es un hombre y lo que hizo con Ismael para muchos no estaría bien visto. Abraham va a ser la voz de Dios entre los hombres. Ya no hay una relación directa, sino un intermediario que tanto va a expresar los deseos de uno como las peticiones de los otros. Aquí viene la historia de Lot, el hermano de Abraham que vivía en Sodoma y Gomorra. Dios se enoja con ese pueblo y lo quiere destruir. El profeta interfiere y logra que no sea tan duro, por lo menos que permita que la familia de su hermano se salve. Dios accede, pero pone condiciones; siempre pondrá condiciones. Que no voltee. La curiosidad de la mujer la vence y se convierte en sal.
Los egipcios van a conquistar a los israelitas y los van a esclavizar. Entonces surge Moisés, quien después de haber pertenecido a la familia de los faraones, se da cuenta de ser judío y entonces se propone liberar a su pueblo. Aclaro que entre narraciones hay otras, muchas de las cuales se pueden sacar muchas enseñanzas. No dejan de ser historias.
Bueno, aquí va a volver a pasar lo mismo. Moisés va a batallar mucho para convencer al faraón para que les dé la libertad. Pero este es bien testarudo, ni por lo que ve ni por lo que sufre quiere acceder. Hasta que, por fin, lo deja partir, pero lo persigue, Moisés hace que el mar se abra en dos para poder salvarse y así los egipcios se ahogan, Entonces vienen cuarenta años de vagar sin dar en donde establecerse. Otra vez, las culpas recaen sobre el pueblo. Mientras Moisés sube al monte a recoger las leyes para su pueblo, los judíos se desesperan y comienzan a construir ídolos de oro. Cuando Moisés baja, se horroriza, rompe las primeras tablas en el ídolo y vuelve a subir al monte por otras.
Aquí hay otras reflexiones. Ni siquiera los milagros son capaces de convencer a los hombres de la magnificencia de su creador. Pierden la confianza y ante tal testarudez, Dios se enoja, castiga; pero, sigue insistiendo en protegerles y darles lo prometido. Al fin se los da, pero Moisés no puede entrar en ella. ¡Después de tanto sufrir!
Demo otro salto. Los judíos van a seguir siendo gobernados por jueces y por los profetas. Aunque algunos de ellos llegan a ser santos, no así los hijos que son los primeros en romper las normas de los padres. En el libro de Samuel se va a plantear una nueva petición de este pueblo tan incomprensivo. Piden a un rey, como lo tienen todos los demás pueblos que los rodean. Uno que pueda encabezar guerras y ganarlas. Dios, libremente, escoge a Saúl y lo unge como rey. Al principio se porta cabalmente, pero con el tiempo toma sus propias decisiones y eso lo enemista con Dios. Aquí ya hay una tríada: Dios, el profeta, el rey y el pueblo.
Continuará...