Somos una nación, una patria; eso nos han dicho desde que íbamos a la escuela. Se trata de construir una unidad que abarque todo el país; un territorio con una historia compartida, una raza, para llamarle de alguna manera. Debemos de suponer que eso existe, aunque sea una de las tantas ficciones que se nos tejen alrededor, pero que es imposible que se mantenga, sobre todo desde las bases en que actualmente lo quieren hacer.
Analicemos la historia. Tres etapas generales: Indígena, colonia, independiente.
En la primera no existía tal unidad, ya que eran diversos pueblos esparcidos a lo largo del territorio. Entre los cuales se podía contar con dos imperios, en el momento de la conquista: El maya y el azteca, que subyugaban a la mayoría de los demás. Los antecedentes fueron otras civilizaciones que se dieron en Mesoamérica: Olmeca, teotihuacana, tolteca donde se desarrollaron los principales elementos culturales, como la figura de Quetzalcóatl. Desconocemos su auge y caída. Como la de Teotihuacán. Lo que sí está plenamente comprobado es que, en el plano religioso, eran muy importantes los sacrificios humanos.
La época de la conquista y la colonia son las que dan la unidad nacional. O sea, es el español quien la realiza. Los pueblos quedan sujetos a un centro, el virrey, que a su vez depende del rey español.
Es mentira que se hayan aniquilado a los indígenas; eso sí, se abusó de su trabajo, como ya se hacía desde los tiempos prehispánicos. Se les usaba para abastecer el rito a sus dioses; de eso se trataban las guerras floridas. A final de cuentas, las dos razas se mezclaron en mayor o menor medida en diferentes regiones y es uno de los elementos importantes de la unidad a partir de la diversidad.
Con la independencia nos convertimos en nación, dejando de ser colonia. Otra de las distorsiones es pensar que podíamos conectar directamente la cultura prehispánica con el México independiente. Quienes realizaron el movimiento fueron los criollos. Hay que reconocer que no se supo mantener la unidad territorial.
Otro conflicto a enfrentar es la cantidad de etnias a lo largo de la república, con diferentes grados de influencia en la historia nacional y en la cultura popular; en la verdadera cultura popular. No es lo mismo el sur que el norte; para principio de cuentas. En el sur persisten los pueblos autóctonos, tratan de mantener su herencia ancestral, impresa en las urbes de nuestro tiempo. En el norte, ese problema es mínimo, son ciudades más abiertas a la modernidad donde la herencia indígena no es tan importante.
De ninguna manera se puede volver al indigenismo ancestral, porque eso sería regresar a los dioses y a los sacrificios, que es donde se encuentra la riqueza de los mitos y de los ritos que distinguen a esas culturas. El sincretismo es un paliativo a través del cual se han recuperado algunos usos y costumbres.
Negar la colonia es hacerlo con la esencia del mexicano. Otra de las farsas que algunos quieren enarbolar con fines políticos. El lenguaje y la religión son elementos de la unidad nacional. Aunque no seas practicante, es imposible apartarse del todo de los rituales, sobre todo a nivel popular.
Si ya fallaron sus dioses una vez, quítaselos de nuevo y los vuelves a hundir. La fiesta, la música, la procesión, el santo, la mayordomía, y otros elementos más, mantienen vivo el alma de las comunidades; eso le da sentido a su año, sobre todo el agrícola, produciendo una diversidad de manifestaciones que al fin de cuentas compone nuestra unidad.
Pero nuestro país tiene muchas más influencias, que se han dado a través de su historia. No somos aislados, participamos del comercio internacional, y por ende en la cultura. Ahora le llamamos globalización. Pensamos que lo exterior es mejor que lo autóctono, porque se desconoce lo nuestro. Nos dejamos convencer convirtiéndonos en mercados. Queremos olvidar lo que somos y acabamos siendo nada.
A la globalización, ¿qué es lo que aportamos? Si no nos conocemos, nunca lo vamos a saber. Desgraciadamente, a nuestras autoridades no les interesa promover ese conocimiento; los pueblos incultos son muy manejables. Te inventan un pasado inexistente y, como no nos gusta pensar o indagar, nos dejamos convencer.
Es momento de poner a trabajar la inteligencia.