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Exhibicionismo político

Diego Petersen Farah

Lo primero que pierde un político es el pudor. Por lo general lo segundo que pierden es la vergüenza, es un proceso casi natural, lo cual no significa que todos lleguen al segundo nivel: hay algunos que mantienen tantita madre, para decirlo en términos coloquiales. El pudor, sin embargo, lo tienen que entregar muy pronto. En tiempos de redes sociales no se puede ser pudoroso y político, hay que estar dispuestos al ridículo cotidiano.

Esta semana hemos visto varias muestras de exhibicionismo del poder que, en diferentes niveles, muestran el deterioro del quehacer político entendido como una forma de construcción de acuerdos.

En un afán por parecer importante, el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, impuso aranceles a los productos mexicanos de 27 por ciento. ¿Por qué esa cifra? Porque Trump había amenazado con imponer 25 por ciento y el populista ecuatoriano tenía que parecer más bravo que el más bravo. Las ventas de México a Ecuador representan el 0.4 por ciento de las exportaciones del país. Eso no le quita el sueño a nadie, pero había que subirse al tren, aparecer en la foto, aunque fuera en calidad de payaso. Noboa lo logró.

En un afán por recuperar popularidad, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, decidió transmitir en vivo la reunión de ministros de su gobierno. Decía McLuhan que el medio es el mensaje y, efectivamente, los personajes del gabinete colombiano dejaron de actuar como políticos para convertirse en actores de telenovela. Comenzando por el presidente Petro, que se tiró al piso y acusó a los miembros de su gabinete por la falta de resultados de su propio gobierno, hasta las ministras y ministros que lloraron, patalearon o renunciaron en público, todos dieron un espectáculo que no por patético fue menos significativo; actuaron para las cámaras, y no resolvieron nada.

Como si fuera un boxeador o futbolista en su noche de gloria, el senador Gerardo Fernández Noroña aprovechó el micrófono en la ceremonia del aniversario de la Constitución para mandar saludos a su amigo el gobernador de Sinaloa, Rocha Moya. Lo quiere tanto, tanto, que ni su nombre se sabe, pues le dijo Ricardo a quien se llama Rubén. Más allá de la pifia, lo que busca el senador es el reflector, que el faro seguidor en que se han convertido las redes sociales lo voltearan a ver, aunque fuera por ridículo o controversial.

La política es performance. Toda actividad política es en sí misma una puesta en escena. Sin embargo, cuando la puesta en escena se vuelve un objetivo en sí mismo, cuando lo que importa no es el contenido sino estar en la conversación, la política se convierte en vulgar exhibicionismo, en un arte escénico ramplón.

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