La administración Trump avisó a los inversionistas norteamericanos que hacen negocios en otros países que no piensa perseguirlos si sobornan funcionarios. La corrupción internacional recibe la bendición. Trump anunció que se dejaría sin efecto la ley de prácticas corruptas en el extranjero porque el mundo se reía de los Estados Unidos con la persecución del soborno. No pretende modificar una ley vigente hace cerca de cincuenta años, pero instruye a los suyos a ignorarla. Sepan los corruptos que tendrán el respaldo de la administración cuando hacen negocios fuera de las fronteras y se ven obligados a gratificar a los gobiernos locales. Eso de andar respetando las prácticas internacionales en materia de transparencia ponen a nuestros inversionistas en desventaja.
El mismo día en que el presidente firmó el decreto que fomenta la corrupción internacional para mejorar el clima de negocios en el mundo, el Departamento de Justicia retiró los cargos contra el alcalde de Nueva York. La fiscalía olvidaría las acusaciones de que Eric Adams había financiado su campaña con fondos ilegales y que había recibido sobornos durante su gestión. La dependencia federal no hacía el menor intento de disimular el obsequio de impunidad: los pleitos legales dificultaban la colaboración de la alcaldía con la política migratoria de Trump.
Te has quedado sin cartas, le dijo Trump al presidente de Ucrania. No tienes nada que negociar. Lo único que te corresponde es darme las gracias y esperar que Putin y yo lleguemos a un acuerdo. El lenguaje de Trump es la amenaza y la extorsión. Plegarse a su voluntad o sufrir las consecuencias. La paz puede llegar muy pronto a Ucrania, ha dicho Trump, pero si hay alguien que no está dispuesto a negociar en mis términos, no va a sobrevivir mucho tiempo. Si quieres seguir respirando, firma en la línea del convenio que he redactado para ti.
Cuando se habla de Donald Trump como un político "transaccional" se sugiere que es un estratega que despliega despiadada, pero racionalmente todas las fibras de su poder para sacar la máxima ventaja de su interlocutor. Amenaza para debilitar al aliado y someterlo a su voluntad. Ofrece protección a los truhanes para convertirlos en cómplices. Utiliza el desprecio, la humillación, presume sus sobornos. Elogia para comprar; insulta para destrozar. Y así, entre agresiones y cortejos, obtener lo que se propone. La vaguedad de sus exigencias es la clave de su poder. No hay peticiones concretas cuyo cumplimiento pueda verificarse objetivamente. Lo hemos visto durante estas semanas bajo el dictado de su capricho. Se señala una hora para el estallido de la bomba. Se exige, para evitar el bombazo, el cumplimiento de un pliego de resultados abstractos. Una sola persona decide si aprieta el botón. La historia de México vuelve a ser la de siempre: la de un país que cuelga del capricho de los déspotas.
Decir que la estrategia de Claudia Sheinbaum explica el nuevo aplazamiento de los aranceles es cierto. hasta cierto punto. A la presidenta hay que reconocerle serenidad. No ha mordido los anzuelos de Trump, ha insistido en el diálogo, ha hecho todo lo posible por preservar la plataforma económica de nuestro país. Pero la decisión de Trump es apenas un reconocimiento de lo que se hace en México, un país que, insiste en cada oportunidad, es tierra de delincuentes. No es la estrategia de seguridad ni la colaboración migratoria lo que ha persuadido al presidente de Estados Unidos. Desde luego, no fue la elocuencia telefónica de la presidenta nos salvó del arancel. La decisión para México fue idéntica que la que aplicó a Canadá, un país que ha buscado estrategias muy distintas para enfrentar a Trump.
Si resulta extremadamente complejo lidiar con el gángster que gobierna a Estados Unidos, es porque su estrategia no es precisamente transaccional. La amenaza no cede cuando consigue su objetivo. Imposible el pacto con un extorsionador que además de serlo, resulta voluble. Trump amenaza para obtener ventajas, pero sobre todo amenaza para seguir amenazando. No suelta al torturado, aunque haya obtenido de él lo que desea. En el momento en que obtiene su confesión, exige algo más para volver a sofocar a su presa. El poder arbitrario no es el instrumento para lograr lo deseado, sino el objeto mismo del deseo.