Hace poco me vi en el espejo y tuve que aceptar lo que me decía. Sin necesidad de preguntarle, y con extrema violencia, me comunicó algo que inicialmente me sorprendió, pero debí aceptar.
Aunque tengo la esperanza de que haya mentido o haya querido vengarse por estar obligado a retornar mi reflejo casi todos los días, restregó en mi cara la sentencia más fuerte que puede conocer una persona, esa que sin palabras no acepta defensa alguna, como es la que se refiere a los inapelables efectos del paso del tiempo.
Me dijo "viejo", "arrugado", "mortal", "iluso" y… mejor no sigo, porque este espacio abriga mis recuerdos no los de Labastida ni los de Fox debatiendo en el año 2000.
Cito mi desencuentro con el espejo para que se entienda el estado en el cual desordeno estas letras, sobre el que podrá abundar la siguiente advertencia y el refresco de un par de persistentes recuerdos:
ATENCIÓN: si usted pretende conocer aquí el mejor análisis de la política, si lo gratifican los epítetos contra la Cuarta Transformación o repudia el neoliberalismo, si gusta de la buena escritura y crítica aguda y, sobre todo, si tiene hambre de exclusivas… está en el momento preciso para dejar de leer.
Si desea saber cuál es el resultado de toda una vida en el campo del periodismo y comunicación social, donde se participó en más de 30 campañas políticas para los tres niveles de gobierno, fungió (¿o fingió) como asesor de políticos y empresarios, escribió por encargo una docena de libros, publicó miles de artículos, participó en la toma de varias decisiones de impacto público y en más de una ocasión expuso la vida para cubrir una nota, debo confirmarle, sí, lo que está pensando: "Suerte te dé Dios, que lo demás nada te importe". No, no soy pitoniso y sí confirmo ser un sujeto que quiere desalentar la mala lectura.
"Sobre advertencia no hay engaño", me sentenciaba una y otra vez mi abuelito (ni 66 años de errores me hacen capaz de llamar "abuelo" a la persona que nunca claudicó para convertirme en "hombre de bien", objetivo que como todos en el mismo sentido requirió la colaboración del sujeto a beneficiar y, naturalmente, hoy me conduce a liberar de toda responsabilidad en su fallida labor a mi antepasado).
Si persiste en seguir leyendo, sólo me quedará apelar nuevamente al recuerdo de don Rodolfo "Popo" González, quien fuera extraordinario director general de un grupo empresarial presente en todo el país, pero, más aún, mejor hombre y maestro.
En cierta ocasión en la cual la compañía en donde trabajábamos vivía momentos de tensión laboral, "Popo" me citó en su oficina.
-Jefe, carezco totalmente de experiencia en asuntos sindicales -le dije con franqueza e ingenuidad veinteañera sentado frente a su escritorio.
-No se preocupe, usted es de los pocos que me hablan claro -expresó despejando mi curiosidad por el motivo de la reunión, pero luego hizo una ligera pausa y remató el prólogo de la entrevista con una enseñanza que permanece fresca hasta la fecha en mí:
-Usted dígame todo lo que quiera… que no necesariamente le voy a hacer caso.
No me queda entonces más que reconocer su perseverancia para continuar leyendo y que esta constancia no se parezca a la de un gobernador zacatecano que regresa a este espacio para apoyarme, aunque sea involuntariamente.
Como lo hacíamos cada año, revisábamos en privado el borrador de su informe de gobierno, episodio en el cual mi ingenuidad cincuentona le planteaba en esta ocasión mi discrepancia sobre un dato que a toda costa él quería agregar al documento.
El mandatario insistía en que era importante añadir que en las elecciones intermedias su proyecto había incrementado el número de municipios afines, sin embargo, me atreví a comentarle que la cifra de votos totales había descendido. ¿Qué necesidad tenía para dar a sus adversarios la oportunidad de sacar la calculadora?, me pregunté.
Instalado ya en su cuarto año de gobierno como "semidios", ignoró mi cuestionamiento y escribió en una hoja suelta el texto que deseaba ver en el informe. Tranquilo por asumir que había cumplido con mi deber de advertir el riesgo, leí con atención su manuscrito y, para variar, agregué con ingenuidad:
-Por supuesto que incluiré este añadido, sólo modificaré algunas partes de su redacción.
-¡No!, así está bien -replicó el semidios al mortal preocupado por la imagen de un gobernador que despreciaba tiempos, géneros y demás minucias en su comunicación escrita.
En fin, usted es el lector y usted manda.