Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y corazón guerrero. (Alejandra Pizarnik)
A poco más de una hora de la zona centro se ubica el pulmón más grande de Torreón. Se trata de un área en la que dialogan el bosque y el desierto para fusionarse en uno de los ecosistemas más ricos y diversos, cuyo valor natural inspiró a sus propios habitantes a buscar y lograr que la zona fuera declarada reserva ecológica municipal desde el año 2003.
Luego de acceder a esa protección y con apoyo de la Fundación Jimulco, un organismo civil constituido para administrar la reserva, los lugareños han podido adquirir herramientas para poder defender su tierra.
Pero, custodiar Jimulco, me entero, no ha sido sólo un trabajo de hombres, no, también las mujeres tanto de Juan Eugenio, Jalisco, La Trinidad, Jimulco, La Flor de Jimulco, Barreal de Guadalupe, La Colonia y Pozo de Calvo, los ocho ejidos que conforman la reserva, se han convertido en una fuerza importante en la lucha por la preservación del territorio.
Se trata de mujeres que han roto sus propios límites, y que, aun sabiéndose habitantes de lugares donde permea el machismo, se han convertido en una especie de guardianas de Jimulco, fungiendo como promotoras ambientales, vigilantes comunitarias, apicultoras, o realizando otras funciones en pro de la preservación y conservación de su ecosistema.
Karla Novella de la Torre, directora de la administración de la Reserva Ecológica Municipal Sierra y Cañón de Jimulco, mencionó para este reportaje que la labor de ellas ha sido clave en, por ejemplo, la educación ambiental de las nuevas generaciones.
Novella de la Torre me recibe en la oficina ubicada en el centro de Torreón donde regularmente mantienen reuniones de trabajo con las y los integrantes de la Fundación Jimulco, organismo que trabaja bajo un esquema innovador de gobernanza socio-ambiental que se basa en la colaboración que se establece entre un organismo civil y un gobierno local.
En ese sentido, una de las obligaciones que tiene la administración de Torreón es destinar cada año recursos públicos a la reserva, por ejemplo, en el 2024, inyectó 900 mil pesos a esta importante zona ecológica que, cabe mencionar, representa el 44 por ciento de todo el territorio del municipio.
Por el dato anterior, expresa Karla, es que se considera el principal pulmón de la ciudad, cuyo oxígeno es bombeado, entre otros actores, por mujeres comprometidas con su entorno. Calcula que a la fecha unas 50 lugareñas de las ocho comunidades realizan un esfuerzo importante por preservar su tierra.
Me habló, por ejemplo, de un proyecto ejecutado en el ejido Juan Eugenio que comenzó de la mano de la señora Ana González, quien tras capacitarse y aprender a manejar los residuos sólidos involucró también a sus hijos y a su esposo, e impulsó la creación de una pequeña empresa de saneamiento ambiental a través del manejo de la basura.
“Cuando se formó el centro de acopio comunitario de residuos sólidos, la misma gente empezó a conocer de qué se trataba todo eso y el mensaje de la señora Ana siempre ha sido que todos podemos contribuir a cuidar el medio ambiente”.
Otro caso, me explica, es el de las vigilantes comunitarias que realizan recorridos por los ejidos, y ayudan a detectar y prevenir posibles daños al medio ambiente, tal como la contaminación del agua, del aire y del suelo.
“Son guardianas, son mujeres preocupadas por conservar los recursos naturales”, expresa Karla.
Las apicultoras de Barreal de Guadalupe, antes de serlo, también se preguntaron cómo podían contribuir al bienestar de su reserva, entonces alguien les habló de la sequía y de la escasez de floración, por eso decidieron dedicarse a alimentar abejas.
No conocían nada del proceso, pero aprendieron. Además, menciona Karla: “no les importó que les dijeran que la apicultura era una práctica sólo de hombres. Ellas no vieron esa barrera, al contrario, muchas veces dejaban al niño encargado con la vecina y al marido le decían que hiciera la comida”.
Aunque en los ejidos todavía se perciben las brechas generadas por el machismo, manifiesta Novella de la Torre, cuando ellas se comenzaron a empoderar e iniciaron a custodiar su tierra, también se fue normalizando, por así decirlo, el que su papel en la comunidad no se limitara sólo a las labores del hogar.
“Muchas de ellas son madres de familia, vienen de desempeñar funciones en el hogar, pero no dejan de lado el que ellas también pueden proteger y conservar los recursos naturales con los que cuenta su área protegida y se han involucrado no únicamente en los temas de conservación y protección, sino también en otros proyectos sustentables”.
Por ejemplo, a través del programa de educación ambiental y equidad de género en el sector educativo formal, las promotoras ambientales trabajan arduamente por sembrar un mensaje poderoso de conservación en las 12 escuelas ubicadas en las comunidades de la reserva (siete primarias, tres secundarias, un telebachillerato comunitario y una preparatoria).
Pero, dice Karla, todas, tanto promotoras, vigilantes o apicultoras, tienen un alto sentido de pertenencia y se preocupan y ocupan de la salud ambiental de su territorio.
Son las guardianas de Jimulco, mujeres que trabajan en silencio y desde los rincones de sus comunidades para mantener sano a ese pulmón que de alguna manera regula el impacto ambiental del municipio de Torreón.
Este diario interesado en su labor realizó un recorrido por la reserva y entrevistó a cuatro promotoras ambientales, dos vigilantes comunitarias y a un grupo de apicultoras, esto con la intención de nombrarlas y, de alguna manera, visibilizarlas.
AMO MI TIERRA POR ESO LA PRESERVO
Antes de visitar la reserva de Jimulco conocí en la oficina de la fundación a cuatro guardianas. Estuvieron ahí porque tuvieron una reunión de trabajo con Karla. Es algo que realizan constantemente para delinear acciones en torno a sus comunidades.
Ellas, las cuatro, son promotoras ambientales porque, pronto me doy cuenta, a todas las mueve un amor genuino por su tierra y por sus recursos naturales.
Por ejemplo, la señora Ana González, como ya se mencionó antes, gracias a las capacitaciones de la Fundación Jimulco pudo impulsar la pequeña empresa de manejo de residuos sólidos y actualmente es una pieza clave dentro del corpus de educadoras ambientales.
“Es muy importante enseñar e invitar a las nuevas generaciones a conservar lo que se tiene porque estamos hablando de que es vida. Simple y sencillamente el conservar lo que tenemos es continuar como humanidad, porque tenemos recursos naturales como el agua, unos ecosistemas limpios, un aire no contaminado, entonces, sin duda, el respeto a la naturaleza es nuestra permanencia y futuro”.
Ella fue una de las primeras mujeres en lanzar el mensaje urgente de que la reserva ecológica debe cuidarse. Al principio, reconoce, su labor no era bien vista, porque la tradición de su comunidad era (y aún es) que ellas debían estar en sus hogares y no visitando escuelas o casas con la intención de promover el cuidado del medio ambiente.
“Nosotras las mujeres rompemos nuestros propios paradigmas para salir y hacer algo diferente”, reconoce.
Y es que antes de que Jimulco se declarara reserva, las mujeres de las comunidades no tenían acceso a mucha información, y se dedicaban, la mayoría del tiempo, a realizar actividades domésticas. Ahora, como ya se informó a través de este reportaje, se sabe que al menos 50 lugareñas salen de sus casas a defender su tierra.
“Sí, somos custodias porque cuidamos lo que tenemos allá”, manifiesta.
Y ¿Qué tienen allá? Ana me comparte con orgullo que allá dónde vive, en Juan Eugenio, por ejemplo, aún disfrutan de conciertos sonorizados por los aullidos de los coyotes, así como de las melodías nocturnas que musicalizan los búhos. Su techo es un cielo cristalino adornado con un sin fin de estrellas brillantes, donde también sobresale una luna luminosa y prominente, además de que los cerros reverdecidos besados por la lluvia, parece, así como ellas, las guardianas de Jimulco, que custodian su guarida.
Otra de las mujeres que defiende el área protegida es Verónica Galván Ávalos, perteneciente al ejido La Trinidad. Imparte talleres de educación ambiental en dos primarias ubicadas dentro de la reserva.
Antes del 2009, me dice, no era consciente del valor que tenía su tierra. “No conocía y no sabía la importancia que era cuidarla”, expresa. Ahora sabe que es parte de una reserva ecológica, y desde su trinchera trabaja para que no sea destruida.
“Con todos los derechos nosotros podemos decirle a la gente ‘tú no puedes hacer esto’. Gracias a la Fundación que nos respalda, nosotras podemos concientizar a las personas de la comunidad, a los maestros y a los niños”.
Por ejemplo, la basura era un problema grave en La Trinidad y fueron las mujeres quienes comenzaron a trabajar para eliminarla, porque los hombres estaban, y dice Verónica, aún están negados a participar porque piensan que la limpieza es un asunto de mujeres.
Por eso identifica que la preservación de la reserva ha sido una lucha de ellas. Y lo hacen porque aman su tierra, para Verónica, por ejemplo, su lugar de origen “significa todo”, de ahí el que quiera cuidarlo y, sobre todo, el que anhele que sus hijos y los hijos de sus hijos, y más descendientes, también puedan disfrutar de las riquezas de su ecosistema.
Y para alcanzar lo anterior, la guardiana de Jimulco sabe que mucha responsabilidad recae en sus manos, porque, concluyó: “Nosotras podemos hacer muchas cosas, de nosotras mismas depende el futuro”.
Contar sólo con un planeta para habitarlo, ya es suficiente razón para cuidarlo, es lo que piensa Margarita Gómez Hernández del ejido Juan Eugenio, también parte del grupo femenino que custodia la reserva.
Antes de conocer el trabajo de la fundación, la señora Margarita ya se cuestionaba qué podía hacer ella para que la basura en su ejido no fuera un problema. Fue la señora Ana, relata, la que le habló de esa opción qué tanto buscaba y con la que podría comenzar a subsanar su entorno.
“Antes de participar no era tan consciente de mi tierra, de hecho, yo no sabía que vivía en una reserva. Cuando me invitan y me doy cuenta se me hizo muy interesante. Acepté porque quería hacer algo, porque por donde vivo, cerca del río, ahí tirábamos la basura, de hecho, yo también lo hacía, pero siempre me preguntaba ‘qué puedo hacer para ya no dejarla ahí ¿Dónde la puedo tirar?’ Por eso acepté ser promotora ambiental”.
Asumió esa responsabilidad y al mismo tiempo aniquiló sus miedos, porque, aunque comúnmente se topa con gente que le dice: “¿Y tú qué me vas a enseñar?”, ella sabe que su trabajo es valioso e incluso contestatario, porque, mientras se espera que las mujeres de su edad se queden en casa cuidando a los nietos, Margarita rompe ese estigma cada vez que sale a defender su tierra, cada vez que se traslada a Torreón a recibir capacitaciones, cada vez que realiza sus reportes, cada vez que acude a una escuela a promover el programa de educación ambiental y equidad de género, cada vez que maneja correctamente la basura, y, también, cada vez que se suma a la brigada para limpiar su río. Por eso, cuando se lo pregunto, sin pensarlo me dice que sí, que ella es una guardiana de Jimulco.
Por su parte, María Aurora Morales Esquivel, habitante de la Flor de Jimulco desde que era niña, su padre le inculcó el amor por su tierra. Desde temprana edad comenzó a delinear la Sierra, a vigilar que nadie la saquera, traía esa escuela porque su padre era ejidatario, y una de sus labores era justo esa, cuidar de la reserva.
Por eso, de forma instintiva María Aurora recogía la basura y trataba de cuidar su flora. “A mí me encantaba el monte”.
Tanto le gustaba su tierra que antes de que la Fundación Jimulco llegara y la invitara a formar parte de las brigadas ambientales, ella ya salía con una bolsa a recoger las botellas vacías. Después se convirtió en promotora ambiental, se capacitó y hoy porta una credencial que la responsabiliza del cuidado de su entorno.
Actualmente la educación ambiental, me queda claro, es su columna vertebral, una actividad que se toma de manera responsable y seria, porque me la puedo imaginar así, como cuando era niña, caminando su Sierra, custodiándola para que nadie la hiera.
LOS OJOS VIGILANTES DE LA RESERVA
“Aquí empieza la reserva”, me dice Karla Novella, al entrar al ejido Juan Eugenio, el que se considera es la puerta de entrada al Cañón de Jimulco.
Conduzco por la carretera que delinea el área protegida, voy hasta la comunidad Jimulco. Ahí está Patricia Esmeralda Orona Almanza, quien también, como las demás mujeres aquí entrevistadas, se considera una guardiana al fungir como vigilante comunitaria.
Luce una camisa de mezclilla con el bordado de la Fundación Jimulco, también, de su cuello cuelga una identificación acreditada por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa).
Desde hace ocho años se convirtió en los ojos vigilantes de su comunidad y se mantiene alerta ante cualquier eventualidad. Lo de estar alerta lo aprendió de su papá, pues, me cuenta, este se desempeña como brigadista contra incendios. Fue él el que le habló de la importancia de vigilar la reserva.
Y es que en la tierra de Patricia el aire está limpio, hay un bosque de pino de encino, venados, jabalíes, águilas, y varias valiosas especies de pájaros. Un tesoro ambiental que, ella sabe, es importante cuidar.
“Yo como vigilante comunitaria hago recorridos, para ver que nuestra flora esté en buen estado, y que no haya pajareros, porque como tenemos pájaros muy bonitos si llaman mucho la atención y esa es una de nuestras funciones, cuidar de que no los extraigan”.
Dice que hay gente que la ve como su enemiga porque les tiene que decir que no tiren basura, o que no quemen llantas o porque les hace la invitación a que no contaminen, ella no les hace mucho caso, porque prefiere enfocarse en los buenos comentarios, por ejemplo, como cuando le expresan que su trabajo es valioso porque no vigilia cualquier cosa, porque vigila lo que la tierra les ha dado, y que, a ellos, los nacidos en ese diamante ecológico, por herencia natural, les pertenece.
Vuelvo a tomar carretera, manejo unos 25 minutos para llegar a Barreal de Guadalupe, que me entero, hace apenas unos días festejó su aniversario número 89.
La señora Martha Cortinez Gámez me dice que se puso buena la fiesta, ella también es parte de la Fundación Jimulco, promueve el turismo dentro del área protegida a través de la renta de unas cabañas donde también ofrecen comida. A esta guardiana le gusta que la gente visite la reserva, por eso es hospitalaria con todos los que llegan a la comunidad a disfrutar de sus privilegios naturales.
Ahí mismo, en Barreal de Guadalupe, encuentro a Irene de Santiago, otra guardiana de Jimulco que se desempeña como vigilante comunitaria. Después de despedirme de Martha camino con Irene hasta el río, el mismo que ella recorre al menos tres veces por semana para mantenerlo vivo. Desde el 2015 sus ojos vigilan la reserva. Transita su tierra, les toma el pulso a los cerros y protege que nadie los despoje ni de su fauna, ni de su flora.
Está consciente de que, como a la mayoría de sus compañeras, hay personas que no la ven con buenos ojos, pero no le importa, porque, me dice, el entusiasmo por el lugar que habita es el que la moviliza, y que así como realiza las labores de su casa, también, manifiesta, sale a defender su tierra.
“Hay que unir esfuerzos para que seamos más mujeres en querer preservar esto (la reserva), que no nos interese lo que diga la gente, porque uno como mujer tiene que salir adelante”, comparte Irene, quien aparte de ser vigilante comunitaria, también forma parte del grupo de apicultoras, a ellas son a las últimas guardianas de Jimulco que visito.
Sentadas bajo la sombra de un árbol sembrado a la orilla de la carretera, ahí están ellas, que armadas con sus trajes blancos realizan una contribución importante a la polinización, a la producción de alimentos y a la conservación de la reserva.
LAS ALIMENTADORAS DE ABEJAS
Noria Vega, Irene de Santiago, Martha Imelda Mancina Mendoza, Evangelina Cruz Mena y María Luisa Landeros Martínez son las apicultoras de Barreal de Guadalupe, las mujeres que alimentan abejas.
Son amas de casa que un día fueron invitadas a llevar a cabo esta actividad primaria, les explicaron que con ella obtendrían recursos naturales y aceptaron. No lo imaginaron, de hecho, al principio les tenían miedo a las abejas.
El temor poco a poco se les fue quitando y desde el 2018, con sus trajes blancos se aseguran de que las abejas estén bien alimentadas, para que luego éstas hagan lo que les toca dentro del medio ambiente.
“Es un proyecto muy bonito, aprendemos mucho, por ejemplo, que uno como mujer también puede, no nada más los hombres”, me expresa una de las colmeneras.
Son tímidas, pero con lo poco que dicen, me dejan ver que, si de abejas se trata, ellas lo saben todo. Por ejemplo, se disculpan por no llevarme al lugar donde las alimentan, y es que con el sol de esa hora se ponen violentas y, me dicen, no les gustaría que me picaran.
Sé que lo saben porque a ellas seguro las picotearon varías veces, y sí, tal vez, al comienzo todas tuvieron miedo, a las abejas, pero también, quizá, al verse a ellas mismas rompiendo esquemas.
Hacen más, pero la mayoría de la gente piensa que este grupo de mujeres sólo elabora miel, pero la realidad es que no, las apicultoras de Barreal de Guadalupe realizan una briosa labor de conservación en el acto de alimentar a las abejas, y lo más poético de todo, es que, al igual que las promotoras ambientales y las vigilantes comunitarias, lo hacen de forma voluntaria.
Me despido de ellas. Vamos de regreso a Torreón, mientras dejo atrás la sierra y me alejo de la reserva, pienso en que las mujeres entrevistadas para este reportaje no sólo custodian un área protegida, no, sino que, en cada acción, en cada residuo reciclado, en cada plática ambiental impartida en las escuelas, en cada recorrido de vigilancia, o en cada abeja alimentada, las guardianas de Jimulco, también, de alguna manera, están preservando nuestro futuro.

(EL SIGLO DE TORREÓN/DANIELA CERVANTES)