Cuando Donald Trump llegó por primera vez a la presidencia de Estados Unidos en 2017, uno de sus objetivos centrales era frenar el ascenso económico y tecnológico de China. Para conseguirlo, su equipo concibió varias estrategias, entre ellas: abrir una guerra comercial con el gigante de Asia, negociar un nuevo tratado con México y Canadá -el T-MEC que se firmó en 2018 y entró en vigor en 2020-, e impulsar la relocalización (reshoring) de cadenas de producción globales (farshoring) hacia Norteamérica (nearshoring) y EUA (onshoring).
Más allá de la retórica estridente y ofensiva de Trump, la jugada parecía tener tanto sentido que incluso Joe Biden continuó varias de las medidas aplicadas por su antecesor. La pandemia aceleró las tendencias y aumentó la apuesta por la integración económica regional. China tomó nota de la estrategia estadounidense y dio un paso en el mismo sentido. En 2020 firmó, junto con otros 14 países de la región Asia-Pacífico, el acuerdo de libre comercio más grande del mundo: la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés).
La reacción de EUA no se hizo esperar, y a través de una red de alianzas políticas y militares con países como Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur, todos integrantes de la RCEP, intentó sembrar la discordia entre China y sus socios comerciales. La vieja táctica de divide et impera. Estaba claro que la única manera que EUA tenía para evitar ser alcanzado y eventualmente superado por China era hacer de América del Norte una macrorregión económica más fuerte, competitiva e integrada y, a la par, impedir que Asia Pacífico se consolidara en torno a China como el nuevo eje económico global.
Se puede estar o no de acuerdo con esta forma de actuar por parte de Washington, pero debemos reconocer que en el fondo había una estrategia posiblemente exitosa. De un mundo hiperglobalizado hegemonizado por Washington, transitamos a un mundo multipolar de fuerte competencia regional. Dentro de dicha dinámica, había que apostar a construir cadenas productivas eficientes, cercanas, rentables y geopolíticamente estables. México y Canadá ayudarían a la gran potencia americana en su objetivo frente a China, y así estaban dispuestos a hacerlo. Hasta que regresó Donald Trump a la presidencia de EUA.
Lo he dicho en foros y otros artículos: las nuevas versiones del America First y el Make America Great Again de Trump 2.0 deben leerse como la estrategia de una élite blanca, masculina, rica y cristiana que quiere mantener sus privilegios políticos, económicos, militares y culturales a toda costa. Y si para ello hay que golpear incluso a los socios más leales y útiles, hay que hacerlo. La aplicación de aranceles del 25 % de Trump 2.0 a las importaciones desde Canadá y México son una afrenta directa a la integración económica que promovió Trump 1.0 para hacer frente a China, que puede conducir a la fragmentación del bloque norteamericano.
Los motivos que esgrime el presidente de EUA, la migración y el fentanilo, son más bien pretextos. Trump sabe que su país necesita de la mano de obra inmigrante, incluso, indocumentada, para producir a costos no tan altos, y que la crisis del fentanilo y otras drogas inició con la inducción de un mercado estadounidense que es el más grande del mundo en cuestión de farmacodependencia. Pero más allá de estos pretextos para aplicar aranceles, parece que Trump ha tomado la deriva de más alto riesgo: enfrentar a China en solitario. No me queda claro aún cuáles son los cálculos que el republicano hace en esta peligrosa apuesta, pero observo que un beneficiario del muro proteccionista de EUA con México y Canadá puede ser precisamente el gigante de Asia, quien tiene todo para mostrarse como un socio más confiable y estable.
Los embates arancelarios de Trump 2.0 plantean a México y Canadá un escenario complejo que los debe motivar a actuar en tres tiempos: corto, mediano y largo plazo. Es cierto que la economía de EUA resentirá los aranceles, ya que los consumidores de ese país tendrán que pagar más por los productos importados que consumen. El problema para México y Canadá es que sus economías dependen más de las exportaciones hacia EUA, que lo que la economía de éste depende de sus exportaciones a ambos socios. La disminución de la demanda que vendrá como consecuencia de los aranceles golpeará tarde o temprano a la economía mexicana.
Seamos realistas: México no puede distanciarse de forma radical de EUA. El gobierno mexicano debe seguir impulsando la coordinación y colaboración con su vecino en todos los ámbitos de la agenda bilateral. La geografía, la demografía y la interdependencia son improntas insoslayables. Sin embargo, México no debe seguir siendo tan dependiente y vulnerable de su relación económica con unos EUA cada vez más volubles, extraviados y caprichosos. En un primer momento, México puede apelar al T-MEC y a la Organización Mundial de Comercio (OMC) para denunciar las medidas proteccionistas, pero no será suficiente ni efectivo.
México debe apostar por reducir su dependencia del comercio exterior con EUA. Para ello, debe diversificar y fortalecer sus relaciones económicas a través de tratados nuevos o ya existentes, con la Unión Europea y América Latina, por ejemplo. La primera representa un mercado de alto valor de 450 millones de personas, y la segunda, un mercado en expansión de 520 millones, sin contar México. Así como nuestro país pudo crear desde hace tres décadas un nearshoring hacia el norte, puede hacerlo ahora hacia el sur. Y así como logró ser un socio estratégico para EUA, lo puede ser también para los países de la UE.
Pero también debemos fortalecer el mercado interno de 130 millones de mexicanos. Con ello no sólo se puede dar salida a una parte de la capacidad industrial instalada, sino también aumentar el atractivo y el apetito de inversionistas e industriales extranjeros. En los últimos 50 años, México pasó de ser un productor y exportador de materias primas a ser una potencia manufacturera. Hoy se requiere un nuevo salto: de manufacturar principalmente para marcas extranjeras, con la fuga de valor consiguiente, debemos manufacturar cada vez más para marcas propias para que el valor se quede en México.
Para conseguirlo, es necesaria una apuesta seria por la investigación, el desarrollo y la innovación, y por el enriquecimiento del abundante talento humano. También se requiere potenciar a las pequeñas y medianas empresas a través de capitalización, profesionalización, institucionalización y conexión con cadenas productivas de valor. La infraestructura de calidad y la seguridad como garantía ya no son aspiraciones u objetivos a largo plazo, son condiciones mínimas básicas que debemos tener resueltas en este mismo sexenio.
Los aranceles de Trump son un reto económico enorme para México. Pero también representan una gran oportunidad. Queda en nosotros aprovecharla.
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