Una caricatura que circulaba en las redes resume una buena parte del momento que vive el mundo: en ella dos presidentes, Xi Jinping de China y Donald Trump están leyendo un libro. Xi tiene en sus manos El arte de la guerra, de Sun Tzu, el libro clásico de estrategia militar que precede a Maquiavelo y a Clausewitz en esos temas, mientras que Trump está leyendo su propio libro El secreto del éxito (The Art of the Deal), el libro que lo explica y define, pero que ciertamente no tiene nada que ofrecerle a Sun Tzu. En efecto, el mundo está en guerra, en buena parte iniciada por el propio Trump, pero su objetivo parece ser el de lograr un acuerdo que entrañe una redefinición tanto de las relaciones internacionales como de la economía del planeta. De ser así, escogió un camino un tanto peligroso para lograrlo.
Me parece que es indispensable separar tres aspectos de lo que estamos viviendo: el primero, y más difícil de dilucidar, es cuáles son los objetivos detrás de la serie de acciones que ha emprendido Trump tanto respecto a Rusia y China como en materia de aranceles. El segundo es la estrategia que está empleando, o sea, el método y los vaivenes que se han dado, para avanzar su causa. Y, finalmente, el tercero y trascendental, intentar determinar los límites que enfrenta para lograrla. De todo esto quizá se pueda derivar dónde queda México (y el mundo) al final del camino.
Lo que hemos visto es una serie, primero, de amenazas sobre la imposición de aranceles a virtualmente todos los países del mundo. Luego de eso vino el anuncio formal de éstas, que demostró que cuenta con técnicos que pueden convertir en fórmulas aparentemente muy sofisticadas sus prejuicios respecto a los supuestos impedimentos a las exportaciones americanas. Las reacciones, especialmente de los mercados financieros, no se hicieron esperar: la pérdida de valor que experimentaron las bolsas del mundo ha sido, según un cálculo, superiores al costo total, a precios actualizados, del esfuerzo militar de Estados Unidos durante la segunda guerra mundial. Simplificando, todo sugiere que fue esa reacción la que, después de varios días, llevo a que anunciara que, con excepción de China, todos los demás países quedarían con "sólo" 10% de arancel. Los mercados financieros reaccionaron positivamente, sin reparar en que los aranceles que más impactan a Canadá y México, los de los automóviles, quedaron en 25%.
Detrás del juego de aranceles parece haber tres objetivos específicos: uno es de dimensiones geopolíticas e implica redefinir las relaciones entre las tres potencias que él percibe como clave, pero especialmente Rusia y Estados Unidos. La deferencia con que Trump trata a Putin sugiere que lo ve como igual, independientemente de que Rusia no es más que, en el término derogatorio que empleó Kissinger hace algún tiempo, "una gasolinería con armas nucleares". Esta apreciación ha llevado a muchos, desde su primer gobierno, a especular que hay otros elementos en esta ecuación que no están (formalmente) en la mesa. Desde la perspectiva de Trump, China no es una superpotencia equivalente porque va en descenso en términos tanto económicos como demográficos. Sin embargo, detrás del actuar del gobierno americano en los aranceles, Trump parece tener como blanco tanto a China como a Alemania como las dos economías más trascendentes por su tamaño que impiden el acceso de exportaciones norteamericanas y de ahí la víscera con que las ataca. De lo que no hay duda es tanto de la fuerza que está dispuesto a emplear para avanzar su causa como de lo elemental de sus objetivos, que también incluyen el debilitamiento del dólar para lograr el mismo propósito.
La velocidad con que Trump ha actuado, tanto en materia de recortes del gasto dentro de su gobierno como de la política comercial hacia el resto del mundo, sugiere que entiende que hay límites absolutos a lo que puede hacer. Su estrategia parece consistir en establecer hechos consumados que sean imposibles de ser revertidos. De esta manera, como ocurrió con la agencia de desarrollo internacional (USAID), primero eliminó la estructura y después canceló el programa. Para cuando los jueces emitieron el equivalente de amparos (injunctions) el daño estaba hecho y ya era irreversible en la práctica. Lo mismo con los aranceles y con Zelensky. Primero el shock y luego ve qué y cómo lo negocia.
Los altibajos de los últimos días sugieren que Trump apenas está calentando motores. Para ahora todo el mundo -desde los mercados financieros hasta el gobierno chino- sabe qué le afecta y qué le duele a Trump y qué tanta presión es necesario aplicar para que responda. Además, es impactante la destrucción del capital de confianza, el llamado "poder suave" que le ha propinado a sus aliados más cercanos, sobre todo Canadá, Europa, Japón, Australia y Corea, todo ello sin beneficio alguno. De hecho, ha sido patético observar al país más rico y próspero del planeta convencerse de que el resto del mundo tiene que pagar por estar subyugado a sus intereses económicos.
La lección más obvia parece ser que hay que pensar las cosas antes de actuar y, en eso, la presidenta de México merece una medalla no porque haya logrado nada espectacular, sino porque, al mantener la ecuanimidad, ha evitado el daño que otras naciones están experimentando.
@lrubiof
Ático
Trump llegó con la espada desenvainada, pero se aclaran sus objetivos y límites, lo que define el espacio donde México puede actuar.