Las visiones extremas de la realidad concebidas a partir de revisionismos históricos hermana a las guerras de Ucrania y Oriente Medio. En Europa del Este, desde una ideología paneslavista, Rusia niega la existencia de Ucrania como estado independiente al considerar su territorio como parte integral de la historia y los intereses rusos. Esta ideología conlleva la ocupación o neutralización del territorio ucraniano y el adoctrinamiento de su población para que acepte su pertenencia al "mundo ruso". Además, Moscú, junto con Pekín y otros actores no occidentales, defiende la construcción de un mundo multipolar que sustituya al mundo unipolar hegemonizado por EUA.
Del otro lado, el gobierno ucraniano se vale de dos estrategias ideológicas: el ultranacionalismo, presente en facciones y fuerzas de combate, y el liberalismo, con el que intenta convencer a la población de un supuesto destino de Kiev como "la última frontera de Occidente", que éste debe ayudarle a defender frente a Rusia. Esta última visión es compartida por buena parte de las élites políticas y económicas de la Europa atlantista que propagan la idea de que la principal amenaza existencial del proyecto europeo comunitario y, en general, de todo el "mundo libre" occidental es Rusia. Armarse nuevamente hasta los dientes, como antes de las dos guerras mundiales, es la propuesta de los belicistas europeos.
En Oriente Medio, el gobierno de Israel promueve un sionismo agresivo que niega el derecho de los palestinos y otras poblaciones árabes a contar con sus propios estados independientes y territorialmente soberanos. Dentro del sionismo, la postura más radical defiende el concepto de un Gran Israel que abarque no sólo Gaza y Cisjordania, sino también el Líbano y partes de Siria, Egipto, Jordania y Arabia Saudí. El sionismo cuenta con importantes aliados en Europa y Norteamérica, quienes ven a Israel como "la única democracia de Oriente Medio", bastión y avanzada de Occidente en Asia. El sionismo lleva a cabo una estrategia de colonialismo de asentamiento que se vale de la limpieza étnica de las tierras a ocupar, ya sea asesinando, expulsando o sometiendo a los habitantes, en este caso árabes palestinos.
Frente al sionismo existe una ideología de resistencia que adquiere varios rostros: desde la lucha política por el derecho a la existencia de un Estado palestino secular, hasta la lucha armada más extrema que impulsa la destrucción del Estado de Israel para crear un estado de corte islamista. No obstante, otras ideologías disputan su lugar en esta guerra. El salafismo y el wahabismo, con fuerte presencia en Arabia Saudí, son corrientes ortodoxas, ultraconservadoras y extremistas dentro del Islam que buscan imponer una visión única de la religión y la organización social bajo la misma. El gobierno turco de Recep Tayyip Erdogan enarbola la bandera del neotomanismo, una estrategia geopolítica que tiene como objetivo recuperar la influencia de la nación turca en Oriente Medio y poner a Ankara a la cabeza de todos los pueblos túrquicos.
Pero no todo es ideología. Los intereses geoeconómicos juegan un papel relevante en ambos conflictos. Tanto en Europa del Este como en Oriente Medio, los hidrocarburos forman parte vital de las economías de los países. Arabia Saudí, Rusia e Irán son potencias petrolíferas y gasíferas, aunque EUA ha ido incrementando su peso como exportador a raíz de los conflictos en ambas zonas. Las plantas nucleares de Ucrania han adquirido relevancia en los últimos días debido al interés de Donald Trump de hacerse con el control de las mismas para garantizar una supuesta paz duradera, a lo que se suman los minerales de Ucrania, condición impuesta por Washington para mantener su apoyo a Kiev.
No menos importantes son los corredores y rutas que conectan fuentes de recursos, centros de producción y mercados. China impulsa la Nueva Ruta de la Seda (NRS) para vincular a Europa, África y Asia en una red económica que tenga su industria como centro. Pretende hacerlo a través de dos corredores terrestres, uno que atraviesa Asia Central, Rusia y Europa del Este, y otro que cruza Oriente Medio a través de Irán, Irak y Turquía. Los conflictos en ambas regiones complican los objetivos de China. La competencia de la NRS es el Corredor India-Oriente Medio-Europa (IMEC, por sus siglas en inglés), cuyo objetivo es conectar al subcontinente indio con Europa a través de Israel y los territorios palestinos. El gobierno israelí de Benjamin Netanyahu ambiciona hacer de su país el principal polo de desarrollo económico e industrial del corredor y, para ello, impone la muerte o el exilio a la población palestina.
En medio de ideologías e intereses ocurre la peor crisis humanitaria del siglo XXI. Sin total certeza de las estadísticas, es posible asegurar que estos conflictos han dejado, con holgura y en su conjunto, más de 1.5 millones de muertos y más de 15 millones de desplazados. Hay que sumar las personas heridas y mutiladas, violadas, encerradas y que han perdido su hogar. Las prácticas brutales de los ejércitos regulares e irregulares recuerdan a las peores guerras del siglo XX. Dentro del contexto de muerte y destrucción, Donald Trump asume una postura contradictoria. Se dice interesado por la paz en Europa del Este, mientras da alas a Israel en su deriva expansionista.
Para entender, es necesario ver lo que esconde la engañosa retórica trumpista. El presidente estadounidense quiere que su país deje de invertir dinero en la defensa de Ucrania y sus aliados europeos. Para ello, busca la justificación que le permita desentenderse del conflicto y dejarlo en manos de Kiev, Bruselas y Londres. Sus intereses están hoy en América y Asia Pacífico, donde quiere plantar cara de una forma más estratégica a China. En Oriente Medio, está claro que Washington seguirá apoyando a Israel en sus objetivos colonialistas y de limpieza étnica. El lobby sionista conserva una gran capacidad de influencia en las estructuas de poder estadounidense.
La maraña de intereses ideológicos, geopolíticos y geoeconómicos impide tener hoy un ánimo optimista respecto a una pronta paz duradera en ambas regiones. A las causas históricas y regionales se han superpuesto los objetivos irreconciliables de potencias regionales y mundiales engarzados en distintos frentes. El panorama es caótico, tal y como lo era cuando las bases de ambos conflictos se establecieron hace poco más de un siglo. Pero, a diferencia de aquella época, en la que estos conflictos, aún en ciernes, aparecieron como consecuencia de cambios y guerras mayores, hoy se despliegan como conflagraciones protagónicas del cambio de época que atestiguamos y padecemos. La única paz viable será una en que todos los actores enfrentados estén dispuestos a conceder algo, sobre todo los más poderosos.