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Incertidumbre

LUIS RUBIO

ÁTICO

En apariencia, el México de hoy no se parece al de la crisis de los 80, pero su vulnerabilidad es enorme y EU ya no será un factor benigno.

El economista francés Frédéric Bastiat diferenciaba entre lo que ocurre a la vista de todos, lo que él denominaba "lo visible", en contraste con las consecuencias de largo plazo de esas observaciones, lo "no visible". Su punto era que es fácil tomar decisiones ideológicas o en un vacío conceptual, pero que al ignorar la forma de comportarse de los miembros de una sociedad esas decisiones desatan fuerzas y percepciones que están más allá de la capacidad de un gobernante de controlarlas. En el México de hoy la sociedad enfrenta las consecuencias de acciones y decisiones emprendidas por el gobierno, así como las que nos llegan del exterior. La mezcla provoca enorme incertidumbre.

El economista francés Frédéric Bastiat diferenciaba entre lo que ocurre a la vista de todos, lo que él denominaba "lo visible", en contraste con las consecuencias de largo plazo de esas observaciones, lo "no visible". Su punto era que es fácil tomar decisiones ideológicas o en un vacío conceptual, pero que al ignorar la forma de comportarse de los miembros de una sociedad esas decisiones desatan fuerzas y percepciones que están más allá de la capacidad de un gobernante de controlarlas. En el México de hoy la sociedad enfrenta las consecuencias de acciones y decisiones emprendidas por el gobierno, así como las que nos llegan del exterior. La mezcla provoca enorme incertidumbre.

Esta no es la primera vez en que México se encuentra ante un desafío mayúsculo, aunque las circunstancias específicas sean muy distintas. En los setenta, ochenta y noventa, el país vivió una sucesión de crisis económicas y financieras, niveles extraordinarios de inflación (incluyendo un momento en 1984 en que parecía que el país entraba de lleno en la hiperinflación), e interminable incredulidad respecto al futuro. Hoy la población se encuentra satisfecha, la presidenta es altamente popular y todo parecería indicar que la realidad actual en nada se parece a la de aquellos años aciagos. Pero las apariencias engañan.

Siguiendo la lógica de Bastiat, lo que es visible muestra dos circunstancias radicalmente opuestas: lo que no es visible obliga a pensar en la enorme cuesta que tiene el país frente a sí. La población está contenta porque los ingresos reales, y, por lo tanto, la capacidad de consumo, han crecido notablemente, un mérito indiscutible de los gobiernos de Morena. Por otro lado, la economía no está creciendo, la inversión -privada o pública- no se está materializando y el ancla de estabilidad con que México ha contado por tres décadas, el TLC norteamericano, está en entredicho con la administración Trump.

Todo indica que estamos llegando al final de una era en la relación México-Estados Unidos, periodo durante el cual los gobiernos mexicanos se durmieron en sus laureles al aprovechar circunstancias que creyeron permanentes e inamovibles pero que ahora, con Trump, se vienen abajo sin que haya amortiguador alguno. El tratado comercial norteamericano hizo posible el crecimiento de una plataforma industrial competitiva, productiva, exitosa y extraordinariamente relevante en términos de generación de empleos, divisas y estabilidad para el país en general. Las exportaciones se convirtieron en el principal motor de crecimiento de toda la economía, eso a pesar de los enormes obstáculos que existían desde antes y los que se fueron agregando en el camino, comenzando por la criminalidad, la pésima infraestructura y las crecientes violaciones al tratado, especialmente por el gobierno de AMLO. Fue como pegarle intencionalmente al pesebre.

Por otro lado, la migración, que en México se considera un derecho inalienable, permitió evitar una crisis social, generó una inmensa cauda de remesas y facilitó que un gobierno tras otro ignorara los problemas reales de seguridad, empleo, educación y salud que enfrenta el país porque la migración funcionaba como una válvula de escape que parecía no costar nada. Al igual que las exportaciones, la migración se revierte, creando una potencial crisis social, económica y política.

El TLC norteamericano fue la forma en que se procuró crear condiciones para el crecimiento sostenido de la economía. Más político que económico en su concepción original, el TLC se constituyó como un mecanismo que, al contar con el soporte institucional estadounidense, ofrecía certidumbre a los ahorradores, empresarios e inversionistas. Nadie puede dudar del éxito del instrumento, pero nuestra gran falla fue la de no entender que se trataba de un mecanismo temporal: era un medio a través del cual el gobierno norteamericano ofrecía su apoyo para que México construyera instituciones, Estado de derecho y contrapesos para que pudiese "despegar" en términos tanto económicos como sociales.

No hay duda que hubo un intento más o menos continuo, de los noventa en adelante, por crear instituciones que cumplieran con estos objetivos, pero para ahora es obvio que éstas no lograron la legitimidad o funcionalidad que era requerida para efectivamente lograr su cometido. Aunque varios de esos organismos autónomos satisficieron sus objetivos inmediatos, es obvio a estas alturas que eran extraordinariamente vulnerables. Y con esa vulnerabilidad va la certidumbre que es indispensable para que prospere la economía y se logren los objetivos que todos estos gobiernos dicen querer.

Independientemente de lo que se logre negociar con Trump, habría que estar ciego para no darse cuenta que el futuro, para ser exitoso, dependerá no de la conexión con nuestro vecino norteño, sino de la fortaleza institucional con que cuente el país por sí mismo. La popularidad de la presidenta se sustenta en anclas por demás frágiles, por lo que no sobraría comenzar a pensar en sustentos menos susceptibles de colapsarse el día en que Trump se levante de mal humor o el día en que las calificadoras decidan que ya estuvo bien. El futuro hay que construirlo y, ahora más que nunca, depende de lo que se haga internamente, porque de afuera no va a venir.

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