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Arte

Juan Soriano: el arte como juego y libertad

Imaginación desbordante del Renacimiento Mexicano

Autorretrato (1952). Imagen Arthive

Autorretrato (1952). Imagen Arthive

DRA. AURORA HERNÁNDEZ

El muralismo fue un proyecto cultural impulsado por el Estado después de la Revolución Mexicana. José Vasconcelos, desde la Secretaría de Educación Pública, promovió la creación de murales en edificios públicos. Esta corriente buscaba fortalecer la identidad nacional, educar a las masas y exaltar las raíces culturales e históricas de México. 

Entre los líderes del movimiento destacan Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, conocidos como “los tres grandes”, quienes desarrollaron un arte monumental con contenido nacionalista, antiimperialista y socialmente crítico. El gobierno los utilizó como herramienta de propaganda para legitimar sus acciones. Aunque uno de sus objetivos era ser un arte accesible al pueblo, su carácter ideológico y la necesidad de contar con cierta formación académica para interpretar los mensajes simbólicos limitaron el impacto del muralismo en algunos sectores. Además, enfrentó críticas por su falta de renovación y por la repetición de temas, lo que contribuyó a su desgaste.

Como respuesta, durante la década de 1950 surgió la Ruptura, un movimiento que rechazaba las bases ideológicas y estéticas del muralismo. Este grupo de artistas, entre los que se encuentran Rufino Tamayo, José Luis Cuevas y Manuel Felguérez, buscaba desligarse del nacionalismo exacerbado y explorar estilos más universales, como el abstraccionismo y el geometrismo. Influenciados por las vanguardias europeas, los integrantes de la Ruptura promovieron un arte más experimental e individualista, alejándose de la narrativa oficialista de sus predecesores.

Mientras que el muralismo contaba con apoyo institucional, la Ruptura encontró su espacio en galerías privadas y en la escena internacional, marcando una transición hacia un arte menos dependiente del patrocinio estatal. Este cambio abrió camino a nuevas formas de expresión creativa en México, explorando lenguajes universales y mostrando la diversidad de enfoques dentro de la cultura nacional.

El viaje (1963). Imagen academiadeartes.org.mx
El viaje (1963). Imagen academiadeartes.org.mx

JUAN SORIANO: POETA VISUAL

Juan Soriano formó parte de un grupo de artistas jóvenes que, aunque admiraban la obra de muralistas como Diego Rivera y Siqueiros, buscaba un lenguaje más personal y alejado del arte oficialista. En lugar de comprometerse con una ideología, Soriano se dedicó únicamente a su arte. Su obra no se limitó a un estilo: transitó entre el realismo, la abstracción y lo figurativo con una libertad inusual. Aunque no se encasilló en la generación de la Ruptura, compartió su espíritu de experimentación y la búsqueda de un lenguaje plástico más internacional, consolidándose como un precursor de la libertad estilística en el arte mexicano.

Este prodigio del arte mexicano nació en Guadalajara, Jalisco, en 1920. Comenzó desde muy joven, moldeando figuras con arcilla y pintando lienzos, y pronto se convertiría en una de las voces creativas más singulares del siglo XX.

Su infancia en la capital tapatía fue esencial en su desarrollo personal y artístico. La influencia de su entorno cultural y la riqueza estética de la región se reflejaron en su obra, caracterizada por un lenguaje visual único y una interpretación profunda de las tradiciones y mitologías mexicanas. En este periodo, el arte era para él una forma de juego libre, un escape sin pretensiones.

Su contacto con coleccionistas y su participación en el Taller de Evolución dirigido por Francisco Rodríguez Caracalla marcaron el inicio de su carrera profesional. A los 15 años, Soriano se mudó a la Ciudad de México, un paso decisivo que lo introduciría a las corrientes más rebeldes del llamado Renacimiento Mexicano.

Aunque el tapatío siempre tuvo a México en su corazón, su espíritu inquieto lo llevó a recorrer Europa y América. Vivió en París, Roma y Madrid, donde entró en contacto con las vanguardias europeas. Esta etapa internacional enriqueció su visión del mundo y su obra, permitiéndole explorar temas universales sin perder su identidad. La influencia de su tiempo en Europa es palpable en sus pinturas y esculturas.

Retrato de una filósofa (1955). Imagen Christie's
Retrato de una filósofa (1955). Imagen Christie's

COMPROMISO CON LA LIBERTAD CREATIVA

Juan Soriano nunca cedió a las demandas de un arte comprometido. A diferencia de otros artistas de su tiempo, su obra no fue un vehículo de mensajes políticos ni un reflejo inmediato de la historia. Para él, era una expresión íntima, un acto de profundo autoconocimiento. La pintura no debe gritar, debe susurrar, comentaba. Este enfoque le permitió experimentar sin ataduras.

En su obra, la figura humana se alarga, se transforma y se reinventa. Soriano se interesaba más en capturar la esencia y la emoción que en la forma precisa. Piezas como Mujer espantada por un pájaro (1950) evidencian esta sensibilidad poética que lo acompañó durante toda su vida. Se trata de una composición vertical cuyo fondo está dividido entre un amarillo luminoso y un azul oscuro, creando un fuerte contraste. La figura femenina, alargada y curva, con una expresión tensa, y el niño desnudo al pie, sugieren vulnerabilidad. El ave en la parte superior derecha añade dinamismo y simbolismo. Soriano utiliza una paleta suave de verdes y blancos para las figuras, mientras que el fondo presenta pinceladas gestuales que contrastan con la definición de las formas, creando una atmósfera de tensión y misterio.

Pinturas como La muerte enjaulada (1983) reflejan un interés por la condición humana y una atmósfera onírica que evoca tanto fragilidad como libertad. En esta pieza, un juego de luces y sombras nos confronta con la relación entre el espacio y la forma, temas recurrentes en su bagaje escultórico.

Para Soriano, la creación artística nunca perdió su carácter lúdico. A menudo describía la pintura y la escultura como una extensión de sus juegos de infancia. Esta conexión espontánea con el arte lo diferenciaba de otros coetáneos más rígidos en sus métodos. Sin embargo, bajo esta aparente simplicidad, se encontraba una reflexión sobre el arte mismo. El proceso creativo de Soriano era largo: confesaba que solía trabajar en piezas durante años, reinventando técnicas y perfeccionando detalles hasta lograr transmitir lo que deseaba. Afirmaba que cada cuadro era un descubrimiento y algo que sólo podía llegar con el tiempo y el trabajo constante.

La vida del tapatío estuvo marcada por la gente que lo rodeaba: su familia, sus maestros y las comunidades donde vivió. Recordaba a las niñeras de su infancia, quienes, con sus historias y leyendas, alimentaron su imaginación. Estas memorias, junto con su entorno natural, se convirtieron en fuente de inspiración constante para sus obras. Al mudarse a la Ciudad de México, y posteriormente a Europa, Soriano descubrió un mundo lleno de contrastes. Fue testigo de las guerras, las divisiones ideológicas y la destrucción de ciudades, experiencias que lo marcaron. Sin embargo, lejos de adoptar una postura pesimista, convirtió estas vivencias en arte, explorando la capacidad del ser humano de crear belleza incluso en tiempos oscuros.

Jardín escultórico Juan Soriano. Imagen Flickr Héctor Aliosha
Jardín escultórico Juan Soriano. Imagen Flickr Héctor Aliosha

CELEBRACIÓN DE UNA VISIÓN PERSONAL

Con más de 90 exposiciones individuales y numerosas participaciones en muestras colectivas, su obra ha sido celebrada en México, Estados Unidos, Europa y Japón. Dos veces obtuvo la Medalla Orozco de la ciudad de Guadalajara, en 1987 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes, y en 2005 se le concedió la Medalla de Oro de Bellas Artes. También recibió distinciones en España, Francia, Polonia y otros países.

A pesar de su éxito, Soriano siempre se mantuvo fiel a su visión personal del arte. Su trabajo no buscaba agradar ni impresionar, sino ser un reflejo honesto de sus emociones y pensamientos. Cada pintura, escultura y dibujo es un testimonio de su amor por la creación y su compromiso con la libertad artística. Como él mismo lo expresó: “Quisiera que mi trabajo diera a alguien la alegría que otros artistas me han dado a mí”.

Soriano no sólo nos dejó una obra invaluable, sino una invitación a ver el mundo con los ojos de un niño: curiosos, libres y llenos de asombro.

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