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La chica de Ipanema

J. SALVADOR GARCÍA CUÉLLAR

Ipanema es un barrio playero muy elegante de Río de Janeiro. El nombre de este lugar significa río de peces en lenguaje tupí-guaraní. La primera sorpresa que encontramos es que el sitio no está a la vera de un río, sino que es playa, es decir, al lado del mar. La explicación a esta contradicción es que las tierras de las que hablamos pertenecieron al barón de Ipanema, quien, en 1894, fundó la villa que se llamaba como él. La toponimia se debe no a las características del lugar, sino al nombre de quien alguna vez fue su dueño.

Camino a esa playa, en un lugar llamado Bar Veloso, en 1962, se juntaban dos compositores de bossa nova muy exitosos: el letrista Vinícius de Moraes y el compositor musical Antônio Carlos Jobim. Ellos entablaban pláticas muy intensas de las que emergían canciones que después alcanzaban fama. Estaban en una de estas tertulias cuando vieron pasar a una chica de dieciséis años caminando cadenciosamente rumbo a Ipanema. Se quedaron admirados de su belleza y su armoniosa forma de andar. De inmediato surgieron entre ellos comentarios sobre la hermosura de la muchacha, algo común entre los varones que se juntan a retozar inocentemente, pero cuando dos artistas inspirados, talentosos e innovadores tienen estas pláticas, el resultado es una obra bella, y en este caso, de la conversación resultó una canción que caló profundo en el gusto de un enorme número de gente.

Vinicio y Carlos se sintieron fascinados por el ritmo con que movía las caderas Helô Pinheiro, la chica que se dirigía hacia la playa y que motivó la admiración del par de compositores. Jobim, inspirado en ese movimiento magnetizador, se imaginó una cadencia semejante. A medida que veía caminar a la hermosa chica, creaba una melodía acompasada que imitaba su ritmo, esto constituyó el inicio de la composición de una pieza musical que se convirtió en éxito internacional por su calidad en la melodía, las tonalidades y el compás.

En principio, la canción está compuesta en Fa mayor, pero lo que viene después nos fascina por lo insólito de su composición, ya que las primeras notas se mueven de la misma forma y con la misma gracia que las caderas de Helô Pinheiro.

La muchacha se alejaba rítmicamente hacia la playa, y los primeros compases de la canción dan la sensación de movimiento hacia lontananza, como si lo que escuchamos se va separando de nosotros pausadamente porque las notas bajan de tono conforme avanza la melodía.

Como en todas las canciones, en la segunda parte de ésta se repiten algunas secuencias, algo común en la música; aquí Jobim repite varias veces una serie, pero medio tono más arriba, cambio abrupto para la música convencional, pero que en este caso funciona de manera increíble y maravillosa. No es posible explicar, ni mucho menos justificar el cambio tonal de la canción, pero no necesitamos explicaciones porque las sensaciones son positivas e innovadoras.

En todas las artes, las obras se producen para que las disfrutemos, no para que las analicemos, pero quienes las examinamos tenemos el privilegio de una triple fruición, pues saboreamos su contemplación, luego nos complacemos con el análisis, y después de haberlas entendido, con mayor conciencia y profundidad nos regodeamos con la obra de arte ya examinada.

Lo interesante de algunas partes de Garota de Ipanema es que en las progresiones, Jobim no cambia el acorde, lo modifica con séptimas, menores y disminuidos que dan otro color a la armonía.

Aunque desde la edad media ya se conocían los acordes disminuidos y de séptima, su uso en composiciones de este tipo son una aportación de los esclavos africanos que los occidentales trajeron al continente americano. Ellos introdujeron a la música de América estos nuevos colores tonales. Los cautivos entonaban muy tristes canciones en los campos de cultivo donde eran obligados a trabajar en condiciones funestas, e interpretaban melodías provenientes de sus culturas con matices muy diferentes a los que conocían sus dueños occidentales. El acorde de séptima menor tiene un sonido oscuro y melancólico, mientras que el acorde de séptima disminuida tiene un sonido misterioso y exótico. Jobim aprovecha creativamente estos cambios en La Chica de Ipanema.

Cuando escuche la canción, acuérdese de estos detalles.

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