Las imágenes de terror surgidas del narcorrancho de Jalisco confirman la complicidad de las autoridades con el crimen organizado. Es imposible que los responsables del gobierno local no supieran de un sitio donde se practicaba la reclutación forzada y el exterminio sistemático. Como en tantas ocasiones, la información llegó por un insólito sobreviviente.
En México, las víctimas sustituyen al ministerio público. Las madres buscadoras y los prófugos del horror ofrecen los datos que las autoridades no investigan.
En esta columna me referí al libro San Fernando: última parada, de Marcela Turati, que muestra el desinterés oficial por el destino de los desaparecidos. Durante años, numerosos jóvenes fueron bajados de autobuses en San Fernando, Tamaulipas, para ser incorporados al crimen organizado. Los camiones seguían su rumbo, el equipaje llegaba a la terminal y era arrumbado en una bodega. La fiscalía jamás inspeccionó las maletas que podían informar sobre los desaparecidos. Estamos ante un problema estructural. La FEMDO (Fiscalía Especializada en Materia de Delincuencia Organizada) está a cargo de rastrear a las víctimas, pero se limita a informar de los cadáveres, las armas, los nombres de los delincuentes. La desinformación es tan grave como las paletadas de tierra que ocultan cuerpos en las fosas comunes. Ignorar el paradero de una persona desaparecida es un agravio ético, pero también un error táctico: si no se conocen las redes que hacen posible el delito, resulta imposible combatirlo.
¿De qué sirve una denuncia? A principios de 2023, un amigo y yo fuimos asaltados a mano armada en la Ciudad de México. Mi amigo tenía contacto con mandos policiacos y, por el localizador de su celular, que había sido robado, supo dónde estaban los asaltantes. Dio el dato a la policía y dos horas después hubo un detenido. Nos pidieron que lo identificáramos al día siguiente. Antes de verlo, nos mostraron un video en el que el presunto culpable aceptaba el atraco. Estaba vestido como nuestro asaltante. Cuando lo vimos en la cámara de Gesell, no lo comparamos con la persona que atisbamos de reojo en la noche mientras nos apuntaba con una pistola en la sien, sino con el muchacho que había declarado en el video. Nos tomaron la declaración juntos para que nuestras palabras coincidieran, sin contar con un abogado ni saber que sería muy difícil desistirnos de lo que decíamos. El supuesto asaltante fue a dar a la cárcel. Poco después, su familia me buscó para explicar que se trataba de una fabricación. Había pruebas de que el muchacho estaba en otro sitio durante el asalto y le habían cambiado la ropa. Fue detenido como chivo expiatorio para mejorar la estadística de la policía capitalina. Buscamos un abogado especializado en la detención de inocentes y durante seis meses visitamos la fiscalía de la ciudad. Gracias a que Ernestina Godoy se implicó en el caso y nos recibió en cuatro ocasiones, pudimos liberar a una persona que purgó medio año de condena. "Parte de mi trabajo consiste en liberar inocentes", dijo la fiscal con indignación. La experiencia nos dejó una enseñanza: hacer una denuncia puede causar que se cometa otro delito.
Anteayer, el socio de un conocido fue detenido por una patrulla del Estado de México a las nueve de la noche, en una carretera del norponiente de la ciudad. Poco después, una camioneta de la Guardia Nacional se sumó a la "investigación". Hubo una comunicación por radio con un "mando superior" que pedía una ejecución inmediata; luego vino una señal de "perdón" a cambio de que el detenido transfiriera todo su dinero a una cuenta. Después de una hora de calvario, los asaltantes uniformados se quedaron con el celular que contenía la información personal de la víctima. "Conocemos a tu familia", le dijeron, para impedir la denuncia que de por sí parecía inútil.
En México, el silencio es un recurso criminal y un recurso de supervivencia. Quien lea estas líneas seguramente dispondrá de una historia parecida, que no pudo ser dicha.
En un poema, Seamus Heaney habla de su encuentro con un periodista inglés que le pregunta sobre la dramática situación de Irlanda. El poeta describe la conspiración de silencio que domina su país: "Digas lo que digas no digas nada", escribe, y agrega: "Las señales de humo son estridentes comparadas con nosotros".
México se desangra en silencio.