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La escritora mexicana Ana Clavel y la piel como metáfora en su nueva novela
Le ha dado voz a la piel. Ha convertido en protagonista a esa frontera corpórea y aduana del conocimiento del mundo. La escritora Ana Clavel (Ciudad de México, 1961) atiende una entrevista telefónica con El Siglo de Torreón sobre Autobiografía de la piel, su nueva novela publicada por la editorial Alfaguara. Comparte que durante su escritura se dejó llevar por el laberinto, donde extendió temas y entendió que ese lugar sólo podía ser recorrido por la mano.
La protagonista de este libro dice que su memoria es oceánica. Una frase del filósofo Friedrich Nietzsche indica que la piel es el límite de la humanidad, pero también el punto de partida para el conocimiento del mundo. Ana Clavel concuerda con esta idea y añade el concepto del “Yo-piel”, propuesto en 1947 por el psicoanalista francés Didier Anzeu, el cual indica la existencia de un Yo corporal y un Yo psíquico incipiente.
La autora tiene en claro que el mundo contemporáneo ejerce un silencio sobre la piel, la amenaza con olvido. Cita al argentino Pablo Maurette y su libro ‘El sentido olvidado. Ensayos sobre el tacto’. El cuerpo es una fuente de deseos. Es imposible descartar el alimento de lo real que mantiene cuerdo al ser humano. Ana Clavel también se sincera, ella misma es energía que habla desde la piel de sus secretos.
“La verdad me expongo bastante. Llevo la escritura al límite donde lo no ficcional y lo ficcional se cruzan, en una especie de revelación muy transgresora y deliberada. Siempre he creído que mi compromiso está con mi escritura, con las sombras que me han señalado el camino, que me orientan y han dado coherencia a mi propuesta”.
¿Qué tanto influyeron los conceptos de Didier Anzeu en tu nueva novela?
Yo tenía el deseo de trabajar la piel, porque me imaginé el título Autobiografía de la piel y me vino como algo posible. Me metí a indagar y de pronto vi este texto de Didier Anzeu, un psicoanalista que yo no conocía, hablando de patologías de personas que tenían una estructura psíquica dañada, con patologías, con neurosis, con psicosis, con tendencias sadomasoquistas graves que ponían en riesgo su vida. Y a través de este concepto del “yo-piel”, él habla de la contención, protección, seguridad que la piel física brinda al cuerpo. Entonces, trasladó esas características a una especie de piel psíquica que nos constituye y que nos permite un intercambio sano con el mundo. En este sentido, él habla de ciertos casos donde la piel psíquica no cumple su función de protección. Entonces hay una piel psíquica perforada, rasgada, dañada, mutilada. Y desarrolla el asunto de las patologías. De pronto pensar en la piel como un ente, como un Yo constitutivo, me dio pauta, ya no sólo para trabajar la piel como venía pensando, sino para darle voz a una piel pensante. Porque además encontré que la piel y el cerebro se forman de la misma capa embrionaria, el ectodermo, y eso me hizo pensar que había un territorio común entre la piel física y el cerebro como masa interna; que el cerebro no es nomás el recinto donde se resguarda la intelectualidad, lo cerebral, sino que el cerebro también es cuerpo, algo que de pronto se nos olvida. Como también se nos olvida que la piel es constitutiva, está todo el tiempo allí, que nos pone en contacto con el mundo, que hace el cruce que permite el acceso de ese mundo para que llegue a esa computadora, esa memoria integrada que tenemos en el cráneo. Hay un cruce entre lo físico y lo conceptual. Y eso todavía más asegurado con el papel de las metáforas que los neurocientíficos que ahora asumen como las formas en las que pensamos con nuestros cuerpos, precisamente en ese cruce de lo físico, lo corpóreo, lo tangible y el mundo inmaterial de las ideas.
Una idea atribuida a Nietzsche dice que la piel es el límite de nuestra humanidad, pero también el punto de partida para el conocimiento del mundo.
Exactamente, ahí está esa dualidad constitutiva de la piel que enlaza el mundo de los sentidos, el mundo sensorial, el mundo de lo real con nuestra percepción. Sí, completamente. Y son esas dualidades de la piel, lo que está dentro y afuera, la epidermis y la dermis; este límite que nos separa, pero que también es punto de contacto, este recubrimiento que nos muestra, nos desnuda ante los otros, pero a la vez nos oculta. Es nuestro primer ropaje, nuestro primer vestido y a la vez un libro de vida que al final se convierte en mordaza; el ropaje último que llevamos al final.
En la actualidad, ¿la piel es un sentido olvidado?
Sí. El concepto viene de un libro de Pablo Maurette, un escritor argentino muy brillante, joven, muy erudito, que toca el tema en su libro El sentido olvidado. Ensayos sobre el tacto. Y sí, lo obviamos y lo olvidamos, porque siempre está ahí, porque siempre está presente. Ahora quizá más que nunca. Lo exhiben hasta de una manera grotesca y obscena o se reprime cuando hablas del placer y los deseos, que de pronto no son políticamente correctos... los deseos libidinales que tienen que ver con tabúes, incesto, la pederastia, el deseo en la infancia. Todo eso que son fuerzas muy transgresoras, tiene un peso que hace negar el cuerpo, los deseos. Y el cuerpo se invisibiliza todavía más con estas tecnologías de la virtualidad. Ahí está la prueba de la pandemia, que no nos podíamos tocar y empezamos a enloquecer. Está bien que las tecnologías nos facilitan la vida, pero habría que encontrar un equilibrio para seguir alimentando esa fuente de los deseos que es nuestro cuerpo, lo presencial, el contacto con el otro. Muchas veces se puede prescindir de lo físico; también se nos puede tocar sin tocar, es una de las metáforas que implica la piel. Pero no podemos descartar el alimento de los sentidos, de lo real, que nos mantiene en un nivel de cordura.
¿Quien escribe vive en un constante oleaje de piel psíquica?
Sí, qué interesante pregunta. Sí, sí, completamente. Como el escritor o escritora trabaja con la imaginación y el lenguaje, son figuras abstracta y entonces pensaría en una piel psíquica muy modernista, muy ansiosa, muy necesitada de aprender de otras formas la realidad y por eso se configura y se reconfigura una piel psíquica proteica, metamórfica, siempre transformando. Qué bonita imagen. Muy padres ideas has sugerido, Saúl.
También me llamó la atención cuando dices que pensamos a través del cuerpo y hablas del papel que juega la piel ante lo prohibido.
Siempre he entendido la literatura como un escape de libertad. Quizá el arte es uno de los espacios de libertad personal más intensos, más íntimos. Podemos imaginarlo todo. Podemos vernos como el Rey Salomón o Lady Gaga. Podemos imaginar a Madame Bovary con el pelo rubio y ojos marrones, lo que quieras reformularte. Entonces, en ese sentido, mis atrevimientos, mis transgresiones en la escritura, tienen que ver con esa apuesta de libertad y en llegar al desarrollo de una idea, de un personaje, de buscar explorar más allá. En ese sentido, esa es mi dote como creadora: probarle de este modo al lector, a la lectora, que mi escritura los desea, parafraseando a Roland Barthes. Es un ejercicio de libertad que comparto con el lector a la hora de haberlo ejercido en la escritura, de pedirle que me siga esa búsqueda, en esa exploración y que inaugure su propio espacio de libertad creadora. Entonces, allí, en ese sentido, la escritura y la lectura se vuelven un goce y un juego en sí mismos. De mi parte hay una experiencia gozosa que también apela a la sensualidad del lector. Supongo que ahora, con el tema de la piel, lo lleva a percibirla, a preguntarse cuál es la propia historia de su piel, a disfrutar de la sensualidad de la atmósfera creada a través de las palabras. El poder de la sensualidad de las palabras y de las imágenes que conllevan, más todavía cuando son sobre la piel y los deseos clandestinos, no sólo los deseos que mostramos como más afirmativos.