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La estocada de Vargas Llosa

ENRIQUE KRAUZE

Una palabra puede herir de muerte a una persona, o a un régimen. En el marco del "Encuentro Vuelta: La experiencia de la libertad", que organizamos en la revista Vuelta en agosto de 1990, Mario Vargas Llosa profirió una frase letal:

La dictadura perfecta no es la Cuba de Fidel Castro: es México, porque es una dictadura de tal modo camuflada que llega a parecer que no lo es, pero que de hecho tiene, si uno escarba, todas las características de una dictadura.

No encontraba diferencias mayores entre las tradicionales dictaduras latinoamericanas y el régimen mexicano. En aquellas permanecía un hombre, en este se eternizaba un partido. Pero lo verdaderamente característico del PRI era el modo en que había "reclutado al medio intelectual" alentando sutilmente la crítica. Vargas Llosa hacía distingos: "Es verdad que ha habido una crítica interna muy talentosa, muy generosa, muy valerosa, de muchos intelectuales mexicanos, naturalmente entre ellos Octavio Paz". No obstante, creía su deber "denunciar" el caso mexicano:

"Como este país se está abriendo a la libertad, quiero ponerlo a prueba, quiero decirlo aquí abiertamente, porque esto lo he pensado desde la primera vez que vine a México, a este país que, por otra parte, yo admiro y quiero tanto [...] se ha vivido durante décadas, con unos matices muy particulares, el fenómeno de la dictadura latinoamericana".

El episodio ha tenido millones de vistas en YouTube que captan la incomodidad de Paz pero muchas omiten su ponderada respuesta:

"No se puede hablar de dictadura. Mario Vargas Llosa habló de dictaduras militares, así comenzó su intervención. En México, es un hecho, no ha habido dictaduras militares y agregué: pero, sí, hemos padecido la dominación hegemónica de un partido. Esto es una distinción fundamental y esencial".

Aquella diferencia despertó las suspicacias. Algunos atribuyeron la súbita salida de Vargas Llosa del país a un berrinche presidencial o a una desavenencia con Paz. No hubo tal. Fueron compañeros y amigos siempre.

En distintas épocas me he preguntado ¿quién tenía razón? Y he creído que ambos. Vargas Llosa acertaba en desnudar aquella cooptación y en provocar, con su frase, la reacción pública que contribuyó al fin de aquel régimen que se sentía eterno. A Paz -con toda razón- la generalización le parecía excesiva y consideraba injusta la omisión particular de intelectuales independientes, como Daniel Cosío Villegas, Gabriel Zaid y como él mismo: había criticado frontalmente al régimen desde 1968, había fundado en 1971 la revista Plural, que "tendía a introducir el pluralismo en el anómalo régimen mexicano y en la que Vargas Llosa había sido uno de los mejores colaboradores". Y, en efecto, la comparación del PRI con los regímenes militares latinoamericanos (de derecha o izquierda) era, por lo menos, imprecisa. La propia organización del Encuentro, financiado con fondos privados y transmitido en televisión abierta, hubiese sido impensable en Chile con Pinochet o en la Cuba de Castro.

Había una diferencia de fondo que no quedó manifiesta, y que solo el tiempo -ya sin Paz como actor y testigo- revelaría. Paz, con la libertad bajo palabra, creía que la democratización integral del país debía ser un capítulo posterior a la democratización interna del PRI. Vargas Llosa -que acababa de contender y perder en elecciones abiertas- pensaba desde entonces que la democracia, se gane o se pierda, era y es inseparable de la libertad.

Paz registró su decepción de aquel gobierno en Itinerario, su ensayo autobiográfico. Pero incluso en la antesala de la muerte, defensor invariable de la libertad, temía el advenimiento súbito de la democracia porque podía desembocar en la demagogia.

En cambio, Vargas Llosa fue liberal y demócrata hasta la antesala de su propia muerte. Los pueblos podían equivocar su voto, pero había que defender el voto. Los pueblos podían desdeñar la libertad, pero había que defender la libertad.

La estocada de Vargas Llosa hirió en todo lo alto a aquel régimen y contribuyó al advenimiento de una era de democracia con libertad que pareció definitiva. No lo fue. Ahora no solo en México, en todo el mundo, la demagogia desfigura la democracia y el poder asfixia a la libertad. Pero, aun si Occidente está en la antesala de su muerte, democracia y libertad son valores unidos. El propio Paz lo había declarado alguna vez. Y en este mismo instante, ambos lo deletrean:

La libertad sin democracia es una quimera. La democracia sin libertad es tiranía.

ÁTICO

¿El PRI era "la dictadura perfecta", como dijo Vargas Llosa? La respuesta es compleja.

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