Cuando después de varias amenazas finalmente Donald Trump anunció que firmaría una orden ejecutiva para imponer 25 por ciento de arancel a las exportaciones mexicanas hacia los Estados Unidos, la presidente Claudia Sheinbaum convocó, a manera de respuesta, a una concentración masiva en el Zócalo capitalino el domingo 9 de marzo, donde daría a conocer las medidas que nuestro país habría de tomar ante aquella agresión.
No pareció apropiado eso de la reunión multitudinaria, por carecer de sentido llevarla a cabo. ¿Sería acaso para demostrar enorme apoyo popular, es decir, impresionar y hacer gala de fuerza frente a Trump por su arbitraria decisión, violatoria del T-MEC?
Sabiendo cómo el oficialismo organiza en México ese tipo de actos, a nadie asustan. Seguramente el gobierno estadounidense tiene perfecto conocimiento de qué elementos se ponen en juego para realizar esas mascaradas bufonescas. Sabe que para organizarlas y que parezcan impresionantes, sólo se necesitan tres cosas: dinero, dinero y más dinero.
Y claro, obvio: poner en marcha los mecanismos de esa industria del acarreo, que se aceita con abundante dinero y que tan bien conocen y dominan los de Morena, herencia que recibieron de sus ancestros, los priistas. Aunque para ser justos, éstos no inventaron esa humillante práctica.
¿Cuándo empezó en México el acarreo? No lo sabemos con certeza. Pero vale la pena consignar como antecedente, quizá el más remoto, el mencionado por Fernando del Paso en su novela histórica "Noticias del Imperio".
Escribe Del Paso que durante la intervención francesa, luego de la caída de Puebla, el general francés Elías Forey hizo su entrada triunfal a la capital, donde se le entregaron las llaves de la Ciudad al llegar a la garita de San Lázaro y ser "recibido por arcos triunfales y una lluvia de flores tan tupida que algunos caballos se encabritaron, asustados…"
Agrega Del Paso: "El recibimiento le costó a las propias tropas francesas más de noventa mil francos, la mayor parte, al parecer, en el acarreo de campesinos; el capitán Loizillon, en carta dirigida a su madrina, le contó que Almonte había alquilado campesinos, a razón de tres centavos por cabeza, más un vaso de pulque" (hoy se llama Frutsi), para simular con acarreados apoyo popular al invasor francés.
¿Qué necesidad hay de continuar llevando a cabo actos de mera simulación tan costosos para el erario, tan grotescos en sí mismos, pero que además a nadie engañan, salvo a los que acepten ser engañados, entre los que desde luego no se cuenta Donald Trump, y tan indignos para quienes los sufren, aunque les paguen, porque de una u otra manera son obligados a asistir?
Incluidos por supuesto los gobernadores de oposición, porque bien saben o al menos intuyen que el no hacerse presentes les acarrearía consecuencias negativas, para ellos en lo personal, o para sus estados.
Por la carta que el capitán francés Loizillon escribió a su madrina, tenemos hoy una idea de cuánto costó hace 160 años el acarreo de campesinos para simular apoyo popular al invasor galo. ¿Alguien sabe cuánto costó el acarreo del domingo, organizado más para satisfacer vanidades que para asustar a Trump? Cuyo gobierno, por cierto, emitió una opinión negativa de esa concentración de acarreados.