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La nueva mente

JUAN VILLORO

En 2024, Geoffrey Hinton recibió el Premio Nobel de Física por logros que repudia. Conocido como el "padrino de la inteligencia artificial", renunció a su cargo en Google, horrorizado por el monstruo que había contribuido a crear. La Academia Sueca honró a un arrepentido. De manera congruente, Hinton donó 350 mil dólares del premio a Water First, organización de Ontario que trabaja con comunidades indígenas en la recuperación de agua sana.

Las máquinas tienen sed. Para mantener la temperatura del ChatGPT se necesitan 2.6 millones de litros de agua al año. Sergio Parra escribe al respecto en National Geographic: "Generar un texto de cien palabras en ChatGPT consume, en promedio, 519 mililitros de agua, el equivalente a una botella... Si solo el diez por ciento de la población activa en Estados Unidos usara este servicio semanalmente, el consumo anual ascendería a 435 millones de litros, suficiente para abastecer a todos los hogares de un estado como Rhode Island, de un millón de habitantes, durante un día y medio".

Los datos digitales se almacenan en un sitio que el marketing bautizó con el nombre idílico de "nube", pero que parece una ferretería cibernética. En la revista Arquitectura Viva, Marina Otero escribió acerca de las redes físicas que permiten el traslado de la información: "Cables de fibra óptica conectan los centros de datos con los usuarios a la velocidad de la luz a través de geografías enredadas con minas, fábricas, puertos, puntos de conmutación, torres de telefonía y los espacios de la vida cotidiana". No es de extrañar que el ChatGPT deje una huella de carbono equivalente a la de un auto en 850 mil kilómetros.

La IA es ecológicamente tóxica. Además, suplanta numerosos trabajos: la estadística, el análisis de datos, la traducción de lenguajes y las jugadas en off side ya están en sus invisibles manos.

Los vendedores de esperanzas aseguran que la IA traerá nuevos empleos, pero eso sólo será cierto para la élite que se inserte en la punta de las innovaciones. La progresiva automatización de las más diversas tareas ya ha condenado a millones de personas al desempleo, lo cual incluye a las fuerzas básicas de la computación: numerosos programadores trabajan de taxistas o peluqueros.

¿Debemos resignarnos pensando que, a fin de cuentas, el desarrollo siempre contamina y cobra víctimas laborales? La señal de alarma es aún más grave: estamos a punto de convertirnos en la segunda especie cognitiva del planeta.

En 2016, el campeón mundial de Go, Lee Sedol, fue derrotado por un procesador. Al año siguiente, el documental AlphaGo popularizó el drama y Benjamín Labatut lo recreó en su novela Maniac. De modo angustiante, la inteligencia humana perdió 4 a 1. Lo sorprendente fue que la IA realizó movimientos absurdos o triviales que de algún modo contribuyeron al resultado. Ni los expertos ni la propia máquina pudieron descifrar su sentido.

La IA escapa al raciocinio convencional. Es difícil decir que "piensa": procesa sin límites; llega a la conclusión sin pasos intermedios. El pensamiento humano requiere de una secuencia causal (una idea lleva a otra); la máquina prescinde de eso.

Labatut recoge una profecía de Gödel: "Nuestra existencia en la Tierra, que en sí misma tiene un sentido muy dudoso, sólo puede ser un medio hacia la meta de otra existencia". ¿Somos un eslabón para la llegada de otra especie? ¿Es posible que la IA se vuelva autosuficiente? En La invención de Morel, novela de Bioy Casares, las mareas renuevan la energía de las máquinas y ya hay microcircuitos que se alimentan de moscas. Si pudiera opinar, la naturaleza seguramente aprobaría la llegada de nuevos amos.

A diferencia de la mente artificial, la humana es explorable. Hinton tiene motivos psicológicos para pronosticar, y acaso desear, el fin del predominio humano. Su padre fue un hombre tiránico. Nacido en Matehuala, H. E. Hinton se aficionó desde niño a los insectos y se convirtió en un eminente entomólogo. Miembro de la Royal Society, trató a su familia como si perteneciera a su colección. Cuando murió, su hijo pudo entrar a su gabinete de trabajo. Miles de cajas contenían especímenes para el Museo de Historia Natural de Londres. Una de ellas, muy pequeña, tenía esta nota explicativa: "NO INSECTOS". Eran las fotos de su familia.

La especie humana no siempre da razones para ser salvada.

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