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La política interior mexicana frente a la convulsión exterior

MAURO SOTO RUBIO

Resulta inevitable observar en los medios de comunicación, todos los días y a cada hora, alguna noticia relacionada con el presidente Trump. A estas alturas ya deberíamos tener presente que la actitud amenazante, soberbia y veleidosa de Donald Trump será una constante durante los largos cuatro años de su mandato. El gobierno mexicano debe actuar en consecuencia ante esta realidad que no está en sus manos controlar y dejar de responder, un día sí y otro también, a las declaraciones del inquilino de la casa blanca. El presidente Trump seguirá fiel a su estilo, tensando las relaciones internacionales con México y con quien le plazca, claro está, en la medida que le permita conseguir sus propósitos.

También deberíamos estar conscientes de que no todas las amenazas se concretarán, al menos no en la magnitud o por el tiempo sentenciado. Sucedió en el pasado y sigue pasando hoy. El tristemente famoso muro fronterizo ni se terminó ni lo estamos pagando los mexicanos. Hace solo unos días, Trump firmó una orden ejecutiva que implicaba un arancel de 25% a las importaciones provenientes de México y Canadá, que, de acuerdo a sus declaraciones, era un hecho irremediable, no obstante, se encuentra en “pausa”.

Lo que sí es verdad es que con esta última amenaza obtuvo lo que deseaba de México: la movilización de recursos humanos y económicos del Estado mexicano para disminuir el flujo migratorio y para que el combate al narcotráfico ocurra del lado geográfico de la oferta y no donde se encuentra la demanda, cuando cualquier estudiante de primer semestre de economía sabe que mientras exista una demanda tan grande y lucrativa, siempre habrá alguien dispuesto a satisfacerla.

Es por ello que el gobierno mexicano debe actuar de manera estratégica y no responder necesariamente a cada declaración y amago que se emitan desde Washington. Incluso la amenaza como táctica política tiene lo que en economía se conoce como efectos marginales decrecientes, es decir, su impacto real tiende a ser cada vez menor. Prueba de lo anterior es la reducción en las fluctuaciones del tipo de cambio en las últimas semanas y su consecuente estabilización respecto a una media de 20.30 pesos por dólar, aproximadamente.

En cambio, el gobierno mexicano debe proporcionar certidumbre a empresarios nacionales y extranjeros sobre la base de los fundamentos económicos del país. Las finanzas públicas están razonablemente sanas, es decir, hay un equilibrio entre ingresos y gastos, así como una deuda pública que se ha mantenido estable. La inflación también se ha logrado controlar a niveles aceptables. El tipo de cambio ha funcionado bien como mecanismo de ajuste ante los choques externos, ya que al depreciarse la moneda nacional se abaratan las exportaciones hacia los Estados Unidos y se mantiene competitivo ese sector primordial para la economía mexicana. Lo mismo sucede con las remesas que reciben las familias mexicanas, pues cada dólar aumenta su valor en pesos.

En síntesis, los fundamentos macroeconómicos del país son estables y sobre estos pilares se puede comenzar a construir un camino propio de crecimiento, al margen de las incesantes bravatas del presidente Trump. El reto no es menor y por ello se tiene que trabajar fuertemente en transmitir certeza a las inversiones nacionales y extranjeras, además de otorgar todas las facilidades administrativas e incentivos posibles. México es grande territorial y poblacionalmente, con un mercado interno importante que, además, puede crecer en la medida que lo haga la inversión productiva que se materialice en el país.

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Escrito en: Mauro Soto Rubio

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